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Préstamos a partidos: por cada euro gastado cobran 4,5

El informe del Tribunal de Cuentas revela el flagrante ensanchamiento de la brecha entre las aportaciones estatales que reciben los partidos y sus gastos reconocidos - Una escalada que comenzó en el 94 y ha llegado a su punto máximo - Bonino: "Si gastas menos de lo que cobrar, no son devoluciones, sino financiación oculta”.

Préstamos a partidos: por cada euro gastado cobran 4,5

Todo dique, como sabemos, se derrumba a partir de una grieta, un pequeño agujero, una bocanada que luego fatalmente acaba ensanchándose hasta convertirse en un abismo. El escándalo de Lusi, y luego, más aún, por resonancia mediática, el vinculado a Belsito, y el uso de las contribuciones estatales pagadas a la Liga para cubrir, entre otras cosas, los gastos privados de la familia Bossi, ha tomado nuestra atención por la fuerza y ​​la conmovió, poniendo ante nuestros ojos la caja de Pandora de la financiación pública de los partidos.

Una caja de Pandora que siempre había estado abierta, pero a la que, ahora anestesiados ante el flujo continuo y entrópico de la vergüenza italiana, demasiadas veces no nos hemos dignado mirar.

Son casi veinte años de historia, que paradójicamente se inician a raíz del referéndum que sancionó, con mayoría búlgara (fue en el 93, en pleno clima de Tangentopoli), el fin de la financiación pública de los partidos. Financiación que, sin embargo, se reintrodujo rápidamente, en forma de "contribución a los gastos electorales", que supuso el desembolso de 47 millones de euros a los partidos para las elecciones del '94.

Luego vino la ley n. 157 de 3 de junio de 1999, que entró en vigor con las elecciones generales de 2001, que duplicó el importe de la cotización llevándola a 4.000 liras para cada ciudadano, que luego se elevó a 5 euros, aunque el factor de multiplicación se limitó solo a los afiliados de las listas electorales para la Cámara.

Se trata, en definitiva, del proceso legislativo de las devoluciones, vagamente mitigado por las distintas maniobras que en los últimos años han supuesto una reducción de aproximadamente un 30%.

Luego vienen los números, dados a conocer en un informe del Tribunal de Cuentas, y son números impresionantes, sobre todo estos días, de cara a los recortes y la reforma laboral. Para las políticas de 2008, los partidos recaudaron 503 millones de euros en aportaciones estatales, de los que, sin embargo, sólo 110 millones se invirtieron en gastos electorales, una relación de 4,5 a 1 entre el dinero recibido y el dinero gastado.

En las arcas de la Liga Norte, por poner un ejemplo, entraron 41,3 millones de euros de amortizaciones y solo salieron 3,5, pero lo mismo ocurre, con las debidas proporciones, para todos los partidos principales, con el Pd que, con sus más de 160 superávit de millones, juega la parte del león.

En todo, desde 1994 hasta hoy las contribuciones totales ascienden a 2,253 millones de euros frente a un gasto reconocido de 579 millones. Por cada euro gastado, en pocas palabras, los partidos han recaudado 3,89.

No queremos hacer una cuestión de semántica, pero las palabras, como dijo alguien, son importantes, y como decía Emma Bonino, en una entrevista publicada ayer en La Stampa, “si gastas menos de lo que recaudas, no son reembolsos electorales, sino financiación pública encubierta”. Y con poco control sobre su uso, se vuelve casi natural que estos fondos terminen en acciones canadienses o renovaciones de bienes raíces.

En este punto, la advertencia emitida ayer por Espresso por Ugo Sposetti, histórico tesorero del DS, “La indignación ciudadana nos enviará a todos a casa”. Aunque el problema, como siempre, no es la caída, sino el aterrizaje, el punto de llegada, el hecho de que la suciedad más resistente, como la llaman en los anuncios de desengrasantes, sigue siendo difícil de erradicar. El problema es la triste conciencia (así nos lo ha enseñado Tangentopoli) de que, a todo sistema enraizado, a toda ecpirosis le sigue inevitablemente una palingenesia, un eterno retorno de lo siempre idéntico y que, tal vez, el animal moribundo de la segunda republica solo necesita que todo cambie para que todo siga igual.

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