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Renzi tiene razón al referirse al modelo alemán de trabajo pero se necesita una revolución cultural

Renzi tiene razón al inspirarse en el modelo de trabajo alemán que ha dado buenos resultados con la cogestión y con el sistema de formación dual, pero sin una verdadera revolución cultural no se puede avanzar de verdad - Tanto Confindustria como los sindicatos deben cambiar - La paradoja de las zonas revierten los salarios en el sector público dice mucho

La referencia del primer ministro Matteo Renzi a Alemania como modelo a seguir para reformar nuestro mercado laboral suscita gran interés por un lado y muchas perplejidades por otro. Incluso si hay algunos puntos críticos en el sistema alemán, la realidad es en general muy positiva e incomparablemente mejor en comparación con el italiano.

Hay que decir que los resultados obtenidos se han beneficiado de una economía floreciente pero es legítimo suponer que ésta también se ha visto favorecida por la calidad de las reformas. Las dudas surgen de los diferentes contextos políticos y sociales de los dos países. En Alemania, el sistema de cogestión, que se basa en el principio de que el poder y la responsabilidad son dos caras de la misma moneda, está profundamente arraigado en los interlocutores sociales y las fuerzas políticas. En Italia, el derecho de veto en materia social nació como un modus vivendi entre la DC y el PCI tras la ruptura de la unidad antifascista. Con el tiempo se ha transformado en la defensa de los intereses corporativos, comenzando por el aparato burocrático y dificulta objetivamente la implementación de cualquier proyecto de reforma efectivo.

Recientemente el CNEL ha sido enviado a desguace por desinterés general. ¿No es esto una prueba clara del fracaso del proyecto participativo de los interlocutores sociales? Y pensar que en el pasado, el CNEL, cuando hubo un compromiso político de los partidos, ofreció excelentes aportes, con un consenso muy amplio. Los ejemplos de las "propuestas de revisión de la legislación sobre la relación de trabajo" de 4 de junio de 1985 (con la hipótesis anexa de modificación del artículo 18 que hoy sería visto por muchos como un ataque a los derechos de los trabajadores) y del proyecto de ley de 1986 son válidas sobre información y consulta de los trabajadores. Pero eran hipótesis "al estilo alemán", rechazadas en la práctica por una cultura de conflicto imperante tanto en el gremio como entre los empresarios. Por eso pronto cayeron en el olvido y cada vez hubo menos interés en un papel efectivo del CNEL.

Tras la historia de la escalera mecánica, que desapareció definitivamente a principios de los noventa con el acuerdo sobre el nuevo modelo contractual, la CGIL no sólo nunca ha mostrado un examen crítico serio en clave revisionista de aquellos hechos sino que ha faltado en general capacidad de construir un proyecto claro de política contractual descentralizada, ligada a la productividad también como respuesta a la pérdida de competitividad de la economía italiana.

Incluso en el sector público, la centralización de la negociación ha producido un sistema invertido de "zonas salariales", que penaliza fuertemente a los trabajadores que residen en zonas donde el costo de vida es más alto, especialmente en los grandes centros urbanos. ¿Cuándo y dónde se fijó el objetivo de una negociación verdaderamente descentralizada sobre eficiencia y mérito en el sector público?

En los últimos tiempos, que hoy sin embargo parecen lejanos, también hemos asistido a un fenómeno que en otro tiempo hubiera sido impensable: la "correa de transmisión" que el propio Berlinguer activó en 1984 para evitar que Luciano Lama llegara a un acuerdo de la CGIL sobre la escalera mecánica ha cambiado de dirección y, partiendo del liderazgo de Sergio Cofferati, ha producido sus efectos en sentido contrario, del sindicato al partido de referencia. 

Las organizaciones empresariales tampoco han sido portadoras de una valerosa ofensiva cultural y por ello han pagado el precio de una pérdida de representatividad mucho más grave que la del sindicato. Más allá del espíritu común de "mitbestimmung". Quizás el hecho de que la DGB sea un sindicato unitario, por tanto un interlocutor más creíble para las empresas y el gobierno, también ayude a la realidad alemana. También por esta consideración, en el entendido de que el punto de inflexión debe ser político y de planificación, el tema de la unidad sindical también debe ser abordado con determinación en nuestro país.

No se trata de volver a proponer las fórmulas tradicionales de unidad orgánica: la unificación de los aparatos sería hoy tan imposible como lo fue en el pasado. La unidad que, además de necesaria, también es realizable es la de las normas. Las principales organizaciones sindicales deben ser reconocidas por haber avanzado en esta dirección. Recientes acuerdos interconfederales han afirmado la superación del principio de igualdad con la posibilidad de convocar no sólo a los delegados elegidos democráticamente, sino también a los trabajadores a decidir con procedimientos transparentes.

Avanzamos hacia un modelo de democracia delegada acompañada de instrumentos de democracia directa. En todo caso, cada uno contará por lo que representa, sin perjuicio de comprobar el grado real de representatividad de cada uno. Todavía no está claro si los delegados y trabajadores tendrán no solo la facultad de aprobar o rechazar los acuerdos, sino también la facultad de decidir, como cabría esperar, la convocatoria de huelgas. Con reglas claras y decisiones tomadas por la mayoría, todos tendrán que asumir sus responsabilidades. También sería hora de implementar finalmente los artículos 39, 40 y 46 de la Constitución, que a menudo se invocan de manera instrumental y se olvidan inmediatamente después. 

Pero la claridad de las reglas no resuelve la cuestión de fondo que es la de construir un nuevo sindicato de trabajadores activos con capacidad de planificación prospectiva y autoritaria que parta de un análisis riguroso de la realidad. El conflicto es un motor de desarrollo pero sin salidas se convierte en un factor de estancamiento y frustración. En la empresa existe una importante área de intereses comunes entre el capital y el trabajo que debe ser gobernada y extendida. Sólo en esta lógica existe la misma bilateralidad que debe incrementar la calidad y cantidad de los servicios a favor de los trabajadores y las empresas. Es a través de la negociación de la empresa sobre productividad, eficiencia y responsabilidad que el sindicato fortalecerá su autoridad y unidad, fuerza organizativa y autonomía política.

Más allá de la grave crisis que atravesamos, los temas críticos de nuestro mercado laboral son conocidos desde hace tiempo. Es probable, además de deseable, que la adopción del modelo alemán de mercado de trabajo, a partir del sistema de formación dual, produzca efectos positivos. Pero sin un cambio cultural profundo y generalizado, incluso los mejores modelos a seguir están condenados al fracaso.

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