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Maradona y el recaudador de impuestos: el eterno regate del niño infinito

En entrevista con SkyTg24, Diego Armando Maradona habla de su deuda de 40 millones con el estado italiano, invocando un acuerdo y un sistema fiscal más humano para los ciudadanos -"Perdí veinte años de amor"-, parece difícil, sin embargo, que el El pibe de oro puede recibir un trato privilegiado.

Maradona y el recaudador de impuestos: el eterno regate del niño infinito

Un regate más, uno más. Aunque no es el último porque para Maradona nunca es el último partido, sino "sólo y siempre el penúltimo", porque ciertos niños infinitos (como los definió Emanuela Audisio en un hermoso libro, en cuya portada destacaba un jovencísimo Maradona, con el vientre todavía plano, una canasta de pelo rizado y una pelota en la cabeza, una sonrisa un poco más abajo), nunca parar de jugar, correr y ensuciarse.

Para gente como él, el paso del tiempo es solo una triste ironía, una broma que no tiene gracia porque no la entiendes del todo. Uno siempre mira hacia adelante y nunca hacia atrás, hacia un futuro sin fin. Un fuego que arde demasiado no tiene tiempo para detenerse y calcular, y ciertos pasados ​​son solo crueles inconvenientes que a veces se repiten.

Hoy, Maradona es el remanente holgado y hosco de un héroe, y los rizos sueltos han dado paso a un peinado más rígido, hecho estático por el gel. No hay rastro de una sonrisa más abajo. El campo de juego es una entrevista de SkyTg24, en Dubai, en la villa que le regaló un emir. A partir de ahí Diego habla de Italia y Nápoles y el recaudador de impuestos, otro regate, uno de los tantos partidos que aún no ha dejado de jugar.

Porque el hecho es este: Maradona debe al Estado italiano 40 millones de euros. Es una historia de más de veinte años, un pasado que presenta una pesada factura, uno de los tantos legados y ruinas que dejó a su paso el Pibe de Oro, a su paso, en los rugientes años 80 de Nápoles y Nápoles. Él, Careca y Alemao, los tres campeones extranjeros que, entre genialidades y peniques, hicieron soñar a toda una ciudad, habían creado empresas ficticias en el exterior para explotar su imagen. Cuando el recaudador empezó a marcarlos, Alemao y Careca accedieron, mientras él, Diego rompió la notificación como cualquiera de sus oponentes, uno que nunca hubiera tenido el coraje de compensarlo..

Sólo eso Desde entonces, Equitalia lo tilda de apretado como si fuera Claudio Gentile, a costa de arrancarle la camiseta (o los pendientes, o el Rolex, fuera de la metáfora), como uno de esos defensas a la antigua que traza con sus tacos una línea en el césped, dos surcos paralelos como el corte de una navaja, y le dice que se mantenga alejado, lejos del área. Allá no tengo piernas para perseguirte, pero si te pasas de la raya es tu problema.

"Siempre la misma historia con l'Italia", un área de penal llena de mastines en la que entras por tu cuenta y riesgo, una marca de la que no puedes escapar aunque seas un campeón. “Perdí veinte años de amor” dice Diego, y luego Pibe pide clemencia, no una amnistía, sino una aclaración, "para encontrar una paz definitiva con Hacienda y con toda Italia", un acuerdo que le permita volver a Nápoles. Luego cierra con un golpe clásico propio, un toque bajo el pie izquierdo espolvoreado de populismo y dulzura: “Me gustaría un fisco más humano para todos los ciudadanos.

A pesar de las sentidas defensas de Bagni y Mauro (un exdiputado, sólo para recordárnoslo), parece poco probable que Maradona pueda obtener un trato de privilegio, en estos tiempos extraños en los que para la mayoría de los ciudadanos (digamos los honestos) el recaudador de impuestos corre el riesgo de convertirse, en lugar del lúgubre hombre del saco que representa históricamente, en un héroe popular, como está ocurriendo en Befera.

Tal vez este regate no tenga éxito, y tal vez con razón. Pero está bien, siempre hay otro período previo, otra carrera y otro juego. Nunca es el último. Te caes y te levantas, Maradona siempre ha hecho eso. Hijos infinitos cargan el mundo sobre sus hombros y luego, en el momento exacto en que ya no pueden sostenerlo, lo dejan caer. Pasan, viven y arden. Alguien más se encargará, entonces, de recoger cenizas y fragmentos.

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