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La historia de Juana Inés de la Cruz: letrada, feminista y monja

La historia de Juana Inés de la Cruz: letrada, feminista y monja

En San Miguel Nepantla, a 80 km de la Ciudad de México, existe un monumento dedicado a una mujer que podemos definir como la primera feminista del Nuevo Mundo. Se trata de un busto realizado en 1951 por el escultor Arias Méndeze dedicado a una monja de la orden de San Jerónimo de la Inmaculada Concepción, la hermosa Sor Juana Inés de la Cruz..

El busto colocado no lejos de la casa natal se inserta en una modesta construcción de estuco y piedra y donde se muestran en los azulejos cuatro de los sonetos escritos por ella.

Juana Inés conoció tanto el amor como la gloria como relata en uno de sus sonetos "Si has logrado hacerte querer, debes resignarte a la idea de ser olvidado, pero al menos has tenido la gloria.".

Era tan hermosa que figuraba entre las muchachas más cortejadas de la suntuosa corte virreinal de la Nueva España del siglo XVII; pero también era tan talentosa e ingeniosa que se convirtió en autora de ensayos y obras de teatro. Como religiosa y mujer de letras, trabajó para ser la vocera de las mujeres de su tiempo, a las que se negaba la libertad y la cultura.

Nació en 1691, hija ilegítima del capitán español pedro manuel de asbaje y un criollo llamado Isabel Ramírez de Santillana. La niña inmediatamente vivió con su abuelo materno y le encantaba vagar libremente por el campo. Tenía un temperamento solitario y pasaba horas y horas en la biblioteca de su abuelo hojeando volúmenes y volúmenes. A los tres años ya sabía leer ya los cinco compuso sus primeros versos y una obra de teatro que se representó en la parroquia del pueblo. A los diez años, con el permiso de su madre, se matriculó en la Universidad de México, y como era sólo para varones, se vistió de niño y se fue a vivir con sus tíos en Ciudad de México. Obstinada al punto que aprendió latín y portugués a los 12 años y cada vez que no conseguía lo que se proponía, se cortaba un mechón de pelo diciendo "De nada sirve engalanar una cabeza desprovista del más apetecible ornamento: el conocimiento".

Joven, bella y capaz de mantener una excelente conversación en el mundo capitalino, al punto que la Marqués de Mancera La quería, entonces de trece años, como dama de honor de su esposa. En este ambiente refinado no fue ajena al encanto de la vida de la nobleza que la ayudó a hacerse famosa precisamente con su producción literaria.

No faltaron las constantes solicitudes de nuevas composiciones, poemas u obras de teatro, que fueron su alma. Aunque a veces, por envidia de los literatos de la época, se murmuraba "¿Será posible alguna vez que una muchacha sencilla tenga el descaro de darse aires de erudita?”.

Las habladurías también llegaron a oídos del virrey que quiso ponerla a prueba, para comprobar si todo se escenificó como escuchó o si realmente se trataba de un verdadero regalo de Dios, como él mismo pensaba. Invitó a 40 académicos de la Universidad a examinar a la niña en diversas disciplinas.

Con una dignidad poco común para una quinceañera, entró con su elegancia y se sentó junto a los profesores que la examinaron durante varias horas. Juana pasó cada prueba con mucha facilidad y el virrey dijo "Era como ver el galeón real siendo atacado por un puñado de pequeñas embarcaciones.".

Pero el entorno cada vez estaba más cerca de ella, era consciente de las mezquindades que la rodeaban, por lo que decidió tomar el velo y entrar en el convento de las carmelitas descalzas. Pero el rigor del ayuno y la penitencia, demasiado rígidos para su cuerpo, la llevaron a enfermar y ahí fue donde, siguiendo el consejo de su confesor, cambió el orden por el de San Jerónimo de la Inmaculada, mucho menos severo.

Pero, ¿por qué una muchacha particularmente hermosa, con labios rojos, dientes blancos perfectos, tez dorada y manos afiladas, debería encerrarse alguna vez en un convento?

Según biógrafos de la época, la elección se debió también a un desengaño sentimental acompañado de una vocación literaria muy profunda que, en todo caso, la llevó a aislarse del mundo. En su celda, llena de libros, Sor Juana escribió ensayos, poemas, obras religiosas y también compuso hermosos villancicos.

A pesar de su vida retirada, su fama fue buscada y conocida dentro y fuera de las fronteras del Imperio Español. Todos los años recibía la visita de hombres de letras y científicos que compartían con ella estudios e investigaciones, a cambio trataba de darles valiosos consejos.

También inventó un sistema de notación musical y se convirtió en miniaturista, pero también era muy versada en teología, moral, derecho canónico, astronomía y medicina. Inevitablemente, su riqueza de conocimientos generó enfrentamientos con las autoridades eclesiásticas, acusándola de excesiva curiosidad. Ella respondió " Para conocer a Dios es necesario conocer al hombre y sus descubrimientos”. Y cuando presentó la primera colección de poemas de amor, el clero gritó mal.

Il Obispo Fernández de Santa Cruz reprochó a la autora sus estudios y el fomento de la vanidad femenina, e hizo publicar la obra con otro nombre, Sor Filotea de la Cruz.

Sor Juana respondió al obispo, Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, es una obra maestra. En apoyo de su tesis, de no tener que disculparse por su inteligencia, don de Dios, y sobre todo de querer defender el derecho de toda mujer a seguir una vocación intelectual, citó en la Biblia personajes de mujeres que tuvieron el valor de de sus vocaciones. Y cuando se dijo, según la creencia generalizada de la época, que la ignorancia de una mujer era un aspecto de la santidad, ella respondió: "¿No es acaso debido a capacidades intelectuales superiores que el ángel es superior al hombre? ¿No se distingue acaso el hombre de la bestia por su inteligencia?”.

A la acusación de preferir los temas profanos a los religiosos, respondió: "Una herejía contra el arte no encuentra el anatema del Santo Oficio, sino la risa de los benévolos y los ataques de los críticos.".

Se convirtió en una campeona de mujeres idóneas para convertirse en buenas maestras y escribió: “Preocupémonos de impedir que los ignorantes en lugar de las mujeres enseñen".

No se sabe lo que padeció, pero lo cierto es que abandonó las actividades profanas, vendió sus 4 libros, todos instrumentos científicos y musicales, conservando sólo libros religiosos. Pero, ¿qué presión había recibido alguna vez para renunciar a sus opciones, a su propia vida?

Confesó su culpa y suplicó misericordia en la corte divina y se entregó a una vida de mortificación, murió de peste a la edad de 44 años.

En una sola mujer México ha visto reunidas todas las cualidades que las Gracias han otorgado a las mujeres cultas a lo largo de los siglos, el gran ornamento de la historia humana.Don Sigüenza y Góngora.

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