En la última década, los objetivos de combate a la pobreza han tenido que hacer frente a la debilidad del ciclo económico: a nivel global, la intención de reducir la proporción de la población que vive en condiciones de pobreza extrema al 3% para 2030 (con menos de 1,9 dólares al día) no parece alcanzable, al igual que en Europa el de reducir en 20 millones el número de personas que viven en condiciones desfavorecidas en el período 2008-2020. El Banco Mundial estima que hay 767 millones de personas extremadamente pobres en el planeta (2013, último dato disponible), el 10,7% de la población. En el Viejo Continente, según la definición del programa Europa 2020, cerca de una cuarta parte de la población vive situaciones de bajos ingresos o carencias materiales: se trata de más de 118 millones de personas, un aumento respecto a 2008.
Estrechamente ligado a la pobreza por un vínculo de causa-efecto se encuentra el fenómeno de la desigualdad, indicador que el largo período de debilidad del ciclo económico ha contribuido a acentuar. Las dificultades del mercado laboral y una tendencia de los ingresos por debajo de la productividad han llevado al estancamiento de los ingresos de la clase media en muchas economías avanzadas, mientras que se ha producido un mayor enriquecimiento de quienes ya se encontraban en los tramos de ingresos más altos. La OCDE estima que el 10% más rico puede contar con ingresos equivalentes a 9 veces los del 10% más pobre. Particularmente llamativa es la polarización de los ingresos relativa a sólo el 1% de la población más rica que se beneficia de mayores ingresos laborales pero también de rentas vitalicias particularmente cuantiosas que llegan a representar la mitad de los ingresos. En 2015 en Europa el índice de desigualdad aumentó 0,7 puntos porcentuales respecto a 2008, diferencial que asciende a 1,4 pp en la eurozona.
En Italia varios indicadores muestran una desigualdad más acentuada en la distribución de la renta respecto a los socios europeos: la renta del 20% de la población más rica es casi seis veces mayor que la del 20% de la más pobre, ratio que en el Viejo Continente se reduce a poco más de cinco veces. Este último indicador también se incluyó en el DEF como parte de las variables de bienestar a monitorear y para cuya mejora ya se han emprendido diversas medidas desde hace algún tiempo.
