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Brexit, un divorcio ahistórico que debe empujar a Europa a cambiar

El sorprendente resultado del referéndum británico corona una brecha que nunca se ha cerrado entre Gran Bretaña y Europa, pero que sigue siendo antihistórica y desestabilizadora. Sin embargo, puede representar el impulso para que Europa revise sus políticas y frene las tendencias populistas.

Brexit, un divorcio ahistórico que debe empujar a Europa a cambiar

Es difícil, si no imposible, reflexionar en medio de una tormenta sobre los efectos que de ella se pueden derivar; de hecho, somos presa de diferentes sentimientos, desde el miedo hasta la búsqueda frenética de formas reactivas que nos permitan superar el impacto negativo de lo que parece abrumar a todo ya todos. Este es el estado de ánimo con el que muchos ciudadanos europeos afrontaron la impactante noticia de la victoria del «leave» en Reino Unido en la mañana del 24 de junio, el deseo de investigar las razones profundas que pueden haber llevado al pueblo británico a tal se hizo cargo una elección traumática, no sólo para el pueblo inglés, sino para toda la Unión; una elección que borra repentinamente una relación política y socioeconómica de décadas entre Gran Bretaña y Europa y, al mismo tiempo, cuestiona los cimientos mismos de la UE. El asombro -que inmediatamente fue acompañado por el respeto debido a una decisión tomada con el método democrático- se tradujo en la inquietud que provoca la incertidumbre de un futuro lleno de incógnitas; de ahí el juicio expresado por numerosos politólogos y economistas que han definido como 'miope' la opción del Brexit, deseada por el 52% de los británicos y acogida con entusiasmo por los movimientos populistas europeos con tendencias extremistas.

Los resultados del referéndum muestran una Gran Bretaña claramente dividida internamente, dada la fuerte división sociocultural resaltada por la polarización de los resultados electorales (ver www.theguardian.com/politics/ng-interactive/2016/jun/23/eu-referendum -live-resultados-y-análisis) – y socavado por las demandas separatistas de Escocia e Irlanda del Norte; en este contexto, el hecho de que Londres, una de las ciudades más internacionales del mundo, haya sido excluida del proyecto de Unión parece paradójico. Al mismo tiempo, emerge de ellos una realidad europea caracterizada por la necesidad de un reconocimiento ineludible de los límites del "neofuncionalismo", sugerido en el pasado por Jean Monnet (según el cual la puesta en marcha de procesos de integración económica desbordaría en formas de agregación también de valor político); reconocimiento que inviste también la fallida adopción del mecanismo comitológico, basado en un criterio intergubernamental, destinado esencialmente a asegurar la continuidad (y no la superación) de los individualismos nacionales, de ahí la imposibilidad de lograr formas adecuadas de convergencia.

¡Este es el desalentador balance que surge de la votación británica del 23 de junio de 2016! Va acompañada de un innegable efecto desestabilizador que afecta, en primer lugar, a la realidad económica y financiera del propio Reino Unido. Y en efecto, la intención de recuperar, con esta manifestación referendaria, una independencia considerada indispensable llevó a los votantes a ignorar los resultados negativos que, en todo caso, habrían resultado (es decir, impacto en los niveles de importación/exportación y consecuente reducción de del PIB, riesgo de rebaja de la perspectiva de la deuda por parte de las agencias de rating, downsizing del centro financiero de Londres, previsibles subidas de tarifas, menor atractivo de los centros universitarios ingleses, etc.). Una situación similar de desequilibrio se encuentra en el ámbito de la UE, socavado no sólo por el peligro de repercusiones económicas y financieras desfavorables para algunos países, sino también por la amenaza de posibles formas de contagio de esta tendencia referendum a otros Estados miembros (véase el editorial efecto Brexit, Le Pen: "Salir de la Unión Europea ya es posible", publicado en www.rainews.it/dl/rainews/articoli/Brexit-Le-Pen-Uscire-da-Ue-ora-possibile); de ahí el inicio de un proceso destinado a terminar, con toda probabilidad, en la implosión de la UE.

En una investigación reciente sobre las causas del estancamiento actual del proyecto original de los padres fundadores de la Comunidad Europea, me interesaba señalar la posición particular de Gran Bretaña. Estos últimos, de hecho, deben contarse entre los Estados europeos que, más que otros, han determinado las condiciones para una revisión del 'diseño político' de una "Europa libre y unida", hipotetizado por Altiero Spinelli y Ernesto Rossi para contrarrestar el totalitarismo imperante en el 'viejo continente' durante la Segunda Guerra Mundial (cf. Capriglione – Sacco Ginevri, Política y finanzas en la Unión Europea. Las razones de un encuentro difícil, Wolter Kluver, 2016, p. 209 ss). Esta conclusión me pareció coherente con la línea de comportamiento de aquel país que, manteniéndose fuera de la fase de arranque de la Europa de los «seis», concluyó las negociaciones para la entrada en el «mercado común» recién en 1973.

Para evaluar cabalmente el papel del Reino Unido dentro de la UE, hay que tener en cuenta que -por características culturales y actitudes frecuentemente mantenidas en la determinación de las políticas europeas- ha mostrado a menudo una especie de distanciamiento del resto de el continente o, más exactamente, la intención de no querer involucrarse de lleno en los acontecimientos de una Europa cuya realidad es, quizás, percibida como ajena, excesivamente distante de la doméstica, que en cambio se considera prioritaria. Ello, a pesar de tener que reconocer que este Estado, tras la Segunda Guerra Mundial, fue de los primeros países europeos en reconocer la necesidad de proceder con una constituyente supranacional, encaminada a lograr una integración gradual entre ellos (cf. Churchill Conmemoration 1996 Europe Fifty Years on: Constitutional, Economic and Political Aspects, editado por Thürer y Jennings, Zürich, Europa Institut-Wilton Park, Schultess Polygraphischer Verlag, 1997).

El largo y animado debate político que se desarrolló en Gran Bretaña en la segunda mitad del siglo XX (y, en particular, la actividad desarrollada por el conservador Harold MacMillan y el laborista Harold Wilson) sobre la cuestión de la integración en Europa (ver para todos toomey, Harold Wilson's EEC application: inside the Foreign Office 1964-7, University College Dublin Press, 2007), concluida en 1973 con la admisión de Gran Bretaña a la Comunidad, demuestra que la elección británica por esta última (consagrada por referéndum) ¿No se produce en un clima de gran empatía, es decir, como para hacer que la integración política se considere también necesariamente conectada a la integración económica? El favor de la participación plena sigue siendo extremadamente limitado en el tiempo, mientras que prevalece la intención de beneficiarse de mecanismos comunitarios basados ​​en métodos intergubernamentales (ver, entre otros, Charter, Au Revoir, Europe: What If Britain Left The EU?, Londres, 2012). Un tradicional apego a la soberanía nacional (debe entenderse en sus variados componentes) está en la base de una línea de comportamiento que -aunque comprensible por la mejora económica que se persigue (exportaciones, empleo, etc.)- resulta decididamente contradictoria, dada la férrea oposición a las políticas europeas que periódicamente se plantean en ese país; significativos, en este sentido, ya en la década de 70 fueron los desacuerdos de exponentes políticos autoritarios, como Sir Teddy Taylor, quien renunció como Ministro en el gobierno de Heath tan pronto como conoció la decisión de firmar los Tratados de Roma (cf. Cacopardi y otros, Entrada del Reino Unido en la CEE.

En este contexto se sitúa la falta de adhesión de Gran Bretaña a la "moneda única" y su política hacia los asuntos europeos orientada, a partir de 1992 (es decir, por el Tratado de Maastricht), a la protección de intereses de carácter nacional. Por tanto, la frecuente solicitud de adaptaciones normativas (rectius: modificaciones) encuentra una explicación, así como la asunción de posiciones incompatibles con el intento de un compartir totalizador, necesario en cambio en una lógica de integración (en la que debe prevalecer el interés común sobre el particularista de los participantes en la Unión). No es casualidad que el análisis de esta realidad en la literatura haya dado como resultado valoraciones que ahora se refieren a una acción de «guardián» del gobierno central británico hacia la Comunidad Europea (para salvaguardar la soberanía nacional), ahora a un manifiesto «semi-desapego» » de Gran Bretaña a partir de la construcción de la UE (ver entre otros George, Britain and the European Community: The Politics of Semi-Detachment, Oxford, Clarendon Press, 1992; Moravcsik, Preferences and power in the European Community: a liberal intergubernamentalist approach , en Journal of Common Market Studies, 1993, n.4, p.473 ss); valoraciones que, por último, se resumen en las palabras de Jean-Claude Juncker en una entrevista sobre el Brexit difundida por la televisión pública alemana ARD: «El divorcio entre la UE y el Reino Unido no será de mutuo acuerdo, pero tampoco lo fue una gran historia de amor".

Bajo esta premisa, conviene analizar los acuerdos suscritos en Bruselas en febrero de 2016 entre el primer ministro David Cameron y los líderes europeos, en los que se reconoce a Gran Bretaña un estatus especial dentro de la UE. Las concesiones otorgadas van desde la 'atestación' simbólica de que dicho país no formará parte de una Unión "cada vez más estrecha" hasta facilitaciones de diversa índole (entre las que cobra especial importancia la posibilidad de limitar las subvenciones a los inmigrantes de la UE). Estos acuerdos constituyen una prueba irrefutable de las dificultades encontradas por la UE para hacer frente a la lógica de conveniencia económica puesta por el Reino Unido como base de los métodos de participación en el proyecto de los padres fundadores de la Comunidad; por tanto, puede decirse que la línea decisoria de este país ha privilegiado, en sus elecciones, un cálculo utilitarista sobre las motivaciones valorativas (basadas en la cohesión y la solidaridad) que debieron mover a los países adherentes.

Ante tales facilitaciones, las expectativas de los observadores parecían orientarse racionalmente hacia un referéndum de Gran Bretaña inspirado en una monetización sustancial del 'beneficio neto general' derivado de permanecer unidos con Europa. La historia de este país, sus modalidades relacionales con la UE probablemente llevaron a pensar que habría prevalecido una "opción" atribuible a la afirmación de una racionalidad económica que se propone, en clave autorreferencial, como único paradigma para regular la convivencia. . En otras palabras, parecía concebible que la elección entre entrar o salir se basara en un cálculo de 'costo/beneficio', en línea con los principios del mercado y, por lo tanto, meramente instrumental para lograr una asignación eficiente de los recursos disponibles. En este orden de ideas, hace un tiempo expresé la creencia de que el referéndum habría terminado con una opción a favor de 'Permanecer', claramente atribuible a valoraciones de carácter neutral (ver The UK Referendum and Brexit Hypothesis (The Way Out Perspective y la Conveniencia de 'Permanecer Unidos', en Open Review of Management, Banking and Finance, marzo de 2016).

A la luz de lo anterior, cabe preguntarse qué sucedió, cómo se explica el abandono de una línea de comportamiento acorde con la lógica que, a lo largo del tiempo, guió las relaciones entre Gran Bretaña y la Unión Europea. Estas son las preguntas a las que no es posible dar respuestas definitivas y pacíficamente compartidas; ello, sobre todo en referencia a las repercusiones que está teniendo el Brexit en el Reino Unido donde –bajo el impulso emocional de un cambio lleno de incógnitas (destinado a desmentir las esperanzas de muchos jóvenes ya imbuidos de un cautivador espíritu europeo)– se plantean variadas propuestas. se está formulando quien quisiera anular el resultado de una votación que es rechazada por amplios sectores de la población.

Serán los análisis de los tiempos venideros los que esclarezcan los motivos de una decisión que suscita amargura y preocupación; sin embargo, parece claro a partir de ahora que los sentimientos de un país que ha querido decir no a la integración con los estados continentales han prevalecido sobre la cultura y la racionalidad. El campo inglés -poco informado sobre el alcance real del proceso de europeización en curso (como se deduce del pico de búsquedas sobre 'Qué es la UE' implementado a través de Google)- ha dado amplio espacio a una espiral nacionalista (que se benefició de la consentimiento de gran parte del electorado mayor de sesenta años) a partir de recuerdos nostálgicos de un pasado irrepetible. A ello se suman los efectos del llamado a la independencia, que -contrariamente al sentido literal del término- expresa, en este caso, intolerancia a las exigencias normativas impuestas por la UE, así como falta de solidaridad y de compartir por la otra Europa. Así, los centros universitarios de excelencia, como Oxford, Cambridge y otros, aún tuvieron que dar paso a una especie de rebelión de las clases bajas y medias que, sintiéndose marginadas, querían romper los lazos con los países continentales en la creencia errónea de eliminar así la causas de la insatisfacción de uno.

Estamos, por tanto, en presencia de una elección que descuida (rectius: olvida) las ventajas (no sólo económicas) derivadas de la Unión; en primer lugar, el largo período de paz que esta última ha hecho posible entre pueblos que, durante siglos, se han enfrentado entre sí, evitando el encuentro para la construcción de una "casa común". Los límites derivados de la connotación insular de Gran Bretaña se nos aparecen en su totalidad, nunca como hoy indicativos de una separatividad que tal vez hubiera sido conveniente superar; aun a costa de ignorar las conocidas indicaciones de Churchill: «cada vez que tengamos que decidir entre Europa y el mar abierto, elegiremos siempre el mar abierto» (cf. Beevor, d-day: history of the Normandy landings, Rizzoli , 2013 ).

Sin embargo, en una mirada más cercana, la aceptación de la decisión del referéndum, por antihistórica que pueda parecer en este momento, por su oposición a un proceso de integración que ahora parecía irreversible, puede convertirse en un evento propositivo para una revisión de las políticas europeas. . Dar una respuesta urgente y firme a la voluntad de salida expresada por el Reino Unido es el requisito indispensable para evitar que las corrientes populistas y xenófobas se apoderen del clima de incertidumbre que hoy caracteriza las relaciones entre los países del “viejo continente”. ; en este contexto, las palabras de Romano Prodi son una advertencia: "el proyecto europeo aún no ha llegado al punto de no retorno, ... (por lo tanto) ... Europa podría incluso fracasar" (cf. el discurso pronunciado el 23 de marzo 2007 en el Senado de la República Italiana).

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