Cientos de miles de soldados y 5.000 tanques de la Unión Soviética y los aliados del Pacto de Varsovia invaden Checoslovaquia. Es la noche del 20 al 21 de agosto de 1968. La Primavera de Praga termina de la manera más dramática y violenta posible.
Para los días de prensa, los informativos de televisión y los noticiarios no hablan de otra cosa. Occidente está consternado. Las imágenes de la población rodeando los vehículos blindados soviéticos y tratando en vano de dialogar con los soldados invasores dieron la vuelta al mundo.
“Frente a la intervención militar de los cinco países del Pacto de Varsovia, expresamos la nuestro grave disenso y nuestra reprobación, no solo porque ante esos hechos se exigió a toda fuerza política lucidez de juicio y asunción de responsabilidad, sino porque esperábamos que nuestra voz, unida a la de otros partidos comunistas, pudiera traer ayuda y evitar que sucediera lo peor” , acusa Pietro Ingrao, presidente comunista de la Cámara, dirigiéndose al diputados de Montecitorio el 29 de agosto de ese año.
La Invasión de Checoslovaquia representa la respuesta de la URSS, que controlaba la zona desde el final de la Segunda Guerra Mundial, a la llamada socialismo con rostro humano buscado por el líder reformista Alexander Dubček.
El secretario general del Partido Comunista de Checoslovaquia (PCC), convencido de la necesidad de ir más allá del modelo soviético, había iniciado en enero de 1968 el "nuevo rumbo", luego llamado Primavera de Praga, representado por una serie de reformas destinadas a introducir una mayor democracia en todos los sectores de la sociedad en Checoslovaquia y a otorgar más derechos a los ciudadanos. En pocos meses Dubček inició una descentralización parcial de la economía y las autoridades administrativas, relajó las restricciones a la prensa, abrió la división del país en dos naciones distintas: la República Checa y la República Eslovaca. Demasiado para el partido comunista central que, tras un fallido intento de negociación, decide, junto a los aliados del Pacto de Varsovia, pasar a la acción. El 20 de agosto de 1968, una expedición militar de Sajonia invadió el país. Llegan los tanques. Inmediatamente, Dubček es depuesto y arrestado. Gustáv Husák fue llamado a reemplazarlo, y en poco tiempo inició la llamada "normalización", anulando las reformas de su antecesor a golpe de tajo.
La población empieza a emigrar -se calcula que en unos meses unas 300 personas abandonan Checoslovaquia- pero sobre todo a salir a la calle. Símbolo de estas protestas es el suicidio del estudiante Jan Palach, que en enero de 1969 se prendió fuego en la plaza central de Praga. Muere después de tres días. 600 personas asisten a su funeral.
La ocupación de Checoslovaquia continúa hasta la caída del Muro de Berlín.
