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Sanidad, privatizar no es una blasfemia

Dada la insostenibilidad del SNS, privatizar no puede representar una blasfemia, siempre que el Estado mantenga el necesario y continuo control de la calidad de los servicios prestados, con sanciones determinadas y ejemplares para quienes las transgredan, ya sean públicas o privadas.

Sanidad, privatizar no es una blasfemia

El actual Servicio Nacional de Salud ya no es sostenible desde el punto de vista económico. El presidente Monti hizo bien en llamar la atención sobre una situación irrefutable basada en análisis económicos nacionales e internacionales calificados. Debemos apreciar la valentía de quienes conciencian a la opinión pública de realidades incómodas e impopulares. Ciertamente, no es previsor ocultar problemas que, si no se abordan y resuelven rápidamente, pondrán en peligro toda la estabilidad de la economía italiana.

El SNS actual es el resultado de regulaciones estratificadas en las últimas décadas, muchas veces mezcladas con ideología y generosas dosis de demagogia. Basta pensar, como uno de los muchos ejemplos posibles, en las normas relativas a la actividad intramoenia de los trabajadores sanitarios del SNS, que no han supuesto mejoras significativas en la calidad de la asistencia a los ciudadanos y sus garantías, que no premian el mérito y que además, no parecen ser aplicables en la mayoría de las situaciones italianas. Esta situación ha obligado a los sucesivos gobiernos a renovar continuamente normativas ambiguas como la denominada "intramoenia ampliada". Todo ello con un coste adicional que ascendería a varios cientos de miles de euros al año para los contribuyentes.

Dada la situación económica actual, la pregunta que debe hacerse es si es posible mantener los niveles actuales de asistencia y, de ser así, cómo obtener este resultado que debe considerarse una prioridad para nuestro país.

Hay dos posibilidades: reducir el gasto y/o buscar modelos organizativos alternativos o complementarios a los actuales. ¿Es posible reducir el gasto sin afectar los niveles actuales de asistencia y sin proceder a recortes lineales, teniendo en cuenta los ajustados plazos que dictan las emergencias económicas? La respuesta sería afirmativa si la política realmente pretendiera dar un paso atrás en la sanidad.

Todos somos conscientes de los recientes escándalos que involucran a políticos de diferentes alineaciones en varias Regiones. La administración de la salud por la política representa sin duda un sistema potencial de financiamiento ilícito, facilitado por la aplicación de un sistema federal distorsionado. El importe de los gastos sanitarios delegados a las Regiones representa una de las partidas más importantes del presupuesto estatal.

Entre las mallas de este sistema es fácil crear áreas opacas en las que se insertan sistemas de clientelismo e incluso relaciones ilegítimas con sistemas del hampa con consenso electoral. Lo que realmente debe interesar a un Estado eficiente y moderno es garantizar los niveles de asistencia independientemente del método por el cual se obtenga el resultado. "Privatizar" no puede constituir una blasfemia siempre que el Estado mantenga el necesario y continuo control de la calidad de los servicios prestados, con sanciones determinadas y ejemplares para quienes las transgredan, sean públicas o privadas.

En apoyo de esta tesis presento sólo un ejemplo entre los muchos que podrían citarse. Hay algunos servicios sanitarios cuyas tarifas, establecidas por el SNS, que por cierto deberían estar estandarizadas en todo el país al igual que los precios de compra, no pueden ser respetadas por muchas empresas sanitarias por dificultades organizativas. No estar incluidos en estas tarifas por despilfarro, ineficiencia organizativa, muchas veces intereses injustificados, contribuyen a crear el déficit. Deberíamos seguir considerando delictivo externalizar estos servicios a terceros, manteniendo un estrecho seguimiento de la calidad de los servicios, implicando también a las asociaciones de ciudadanos, garantizando el pago solo de lo esperado sin excepción? De esta forma, se obtendría certidumbre de costos manteniendo la calidad de los servicios.

Quiero recordarles otra situación paradójica que no se puede ignorar si se quiere racionalizar el gasto. Hay seguros de salud de categoría en Italia (Casagit, Fasi, Caspie, etc.) gestionados directamente o por cuenta de importantes compañías de seguros nacionales. Esta ayuda privada implicaría a unos ocho millones de ciudadanos (el trece por ciento de la población).

Estos ciudadanos se encuentran así pagando dos veces (al fondo de categoría y al Estado) por la mayoría de los mismos servicios. Convendría reconsiderar esta situación, valorando distintas formas de integración entre el Estado y el seguro de categoría, manteniendo el principio fundamental de solidaridad que establece que quienes más tienen deben en todo caso contribuir a garantizar la atención de la salud de los sujetos más débiles.

Cada aspecto abordado, habiéndose informado a modo de ejemplo y en términos amplios, requiere un estudio adecuado. Evidentemente, el problema es complejo, las soluciones difíciles, ya que la Salud representa la encrucijada de un interés primario como es la Salud, donde sería deseable que la ideología y los intereses opacos dejen paso finalmente a la eficiencia, al mérito, a la evaluación objetiva de los resultados.

PS la Constitución establece el derecho a la salud para todos los ciudadanos italianos. Sería más correcto hablar del derecho a una adecuada atención médica y prevención. Estos deben tener en cuenta guías y protocolos universalmente aceptados que tengan en cuenta una adecuada relación costo/beneficio. Esta distinción no es, como parece, sólo léxica sino que expresa profundas diferencias que merecen mayor estudio.

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