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Alemania corre riesgo de recesión pero rechaza políticas expansivas: por cuatro razones

Pese al riesgo de recesión, Berlín hace oídos sordos a quienes piden menos rigor y más desarrollo con más consumo, más importaciones y más gasto público: ¿por qué? – Por 4 razones: 1) porque cree que la desaceleración es solo temporal; 2) defender el bienestar alemán; 3) hacer frente a los euroescépticos; 4) porque no hay confianza en Europa

Alemania corre riesgo de recesión pero rechaza políticas expansivas: por cuatro razones

Alemania se está desacelerando, peor aún, está en riesgo de recesión. Una alarma compartida por muchos, especialmente fuera de las fronteras alemanas. De hecho, los últimos datos dejan poco espacio para el optimismo. En agosto, la producción industrial cayó un 4% respecto al mes anterior, la peor caída desde 2009. Por supuesto, el índice es bastante volátil y, por lo tanto, se deben tener en cuenta una serie de factores, por ejemplo, que este año se celebraron las vacaciones alemanas. en agosto- pero no deja de ser un indicador que se suma a otros que son todo menos positivos. Como los pedidos a la industria, que bajan un 5,7% mensual y, sobre todo, el producto interior bruto que en el segundo trimestre registra una contracción -totalmente inesperada- del 0,2%. Ni siquiera la dinámica del tercer trimestre augura nada bueno y por eso el Fondo Monetario Internacional recortó sus estimaciones de crecimiento en medio punto porcentual en 2014 (del 1,9 al 1,4%) y en un 0,2% en 2015 (del 1,7 al 1,5%).

Así, a pesar de algunos datos esperanzadores, como los que llegan de las ventas al por menor (el índice aumentó un 2,5% en agosto, registrando la mayor subida desde junio de 2011) y del mercado laboral (el paro está en mínimos históricos), uno se apresura a concluir que la locomotora alemana ya no está remolcando. Pero, ¿por qué todo este catastrofismo? Pronto se dirá la razón. Cuanto más fuerte es la alarma, mayor es la presión sobre el gobierno de Berlín para implementar políticas fiscales expansivas, sobre todo a través de un mayor gasto en inversiones en infraestructura. El objetivo es estimular la demanda interna, en beneficio de la economía alemana pero también de los países europeos y, por tanto, indirectamente de la economía estadounidense, que por cierto es el mayor accionista del FMI. En otras palabras, se le pide a Alemania que consuma más y, en consecuencia, que importe más.

Además, no cabe duda de que hay que reducir el enorme superávit comercial alemán (en julio superó los 23 millones de euros). También porque, alcanzando el 2013% del PIB en 7 (en 2014, el FMI lo estima ligeramente por debajo, en un 6,2%), desde hace varios años supera el 6%, es decir, el valor que el Six Pack señala como “valor indicativo” para no ser excedido. Sin embargo, conviene precisar que, precisamente por ser un valor "indicativo" (y no un valor "umbral" como es el 3% en el marco de los acuerdos sobre disciplina fiscal), su superación no significa, como muchas veces se erróneamente reportado por la prensa internacional, violando las reglas. Por eso, Europa ha decidido iniciar una investigación contra Alemania "únicamente" y no un procedimiento de infracción. La encuesta, que finalizó el pasado mes de abril, no reveló desequilibrios macroeconómicos excesivos, pero a pesar de ello, también Bruselas ha señalado al Gobierno de Berlín que sería deseable reducir el superávit por cuenta corriente, mediante incrementos del gasto público.

Alemania, sin embargo, sigue haciendo oídos sordos y persiste en implementar políticas fiscales de signo contrario, empezando por el avance del equilibrio presupuestario a 2015 y la consecución de la ratio deuda/PIB en el 60% en 2019, la lo que supone una reducción de nada menos que 15 puntos porcentuales en algo menos de cinco años. Pero, ¿por qué tanto rigor fiscal? Las razones son principalmente cuatro.

En primer lugar, la opinión que prevalece dentro de las filas del gobierno (pero no solo) es que la desaceleración actual es de carácter temporal, ligada a factores externos, como la actual crisis geopolítica. Por lo tanto, no hay por qué preocuparse y mucho menos tomar medidas. Y luego, incluso en el caso de un empeoramiento de las perspectivas de crecimiento, Alemania siempre ha sido reacia a implementar políticas macroeconómicas, especialmente las fiscales, en un sentido anticíclico.

En segundo lugar, teniendo en cuenta el índice de envejecimiento de la población (el más alto de la Unión), llevar las cuentas en orden significa garantizar la sostenibilidad del sistema de bienestar alemán. Un punto en el que convergen todas las fuerzas políticas.

En tercer lugar, y este es sin duda el aspecto más político, con la afirmación del nuevo partido euroescéptico Alternative f?r Deutschland en las recientes elecciones regionales, el Gobierno de Merkel se verá obligado a adoptar posiciones más rigurosas en cuanto al uso del dinero de los contribuyentes. Con el 10 por ciento de los votos obtenidos en Turingia, Sajonia y Brandeburgo, será más fácil para esta nueva fuerza política hacer oír su voz en temas relacionados con la ayuda a los países en dificultades.

La última razón, pero ciertamente no la menos importante aunque menos destacada en el debate público italiano, es la relacionada con la pérdida de confianza en Europa. Desde el punto de vista alemán, la crisis se originó en Europa con la ruptura del pacto fiduciario entre los países de la unión monetaria, en el momento en que se descubrió que Grecia había arreglado las cuentas. Ciertamente, el empeoramiento de la situación económica no ha facilitado el restablecimiento de la confianza entre los Estados miembros, también porque algunos de ellos no han mantenido los acuerdos alcanzados. Basta pensar en cuando el BCE, en el verano de 2011, decidió acudir al "rescate" de países en dificultades, como Italia, mediante la compra de títulos de deuda pública a cambio de promesas de reformas que nunca se cumplieron. El resultado de la intervención del instituto de Frankfurt fue el de una mejoría temporal para luego volver, si cabe, peor que antes. Por eso, este tipo de "alivio" es considerado incorrecto por los alemanes: el presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, lo ha llamado una "droga" que alivia la presión sobre los gobiernos nacionales. Siguiendo la misma lógica, incluso una mayor demanda interna alemana correría el riesgo de convertirse en una "droga", eficaz para dar oxígeno a las economías del sur de Europa a corto plazo, pero que fácilmente se utilizaría como excusa para posponer reformas, especialmente aquellas de alto costo político. En esencia, lo que los alemanes quieren evitar es implementar ayudas que fomenten el riesgo moral.

Por eso, a la canciller Merkel le gusta la idea de los "arreglos contractuales", aquellos contratos en los que el país que los firma recibe ayudas, en forma de más tiempo o más financiación, pero solo a cambio de compromisos para implementar una serie de reformas acordadas ex ante con Bruselas. Si estos contratos se formalizaran en el futuro, probablemente Alemania también estaría dispuesta a firmar uno.

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