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De Nicola: Órdenes profesionales legítimas, pero atrincheramientos y exclusividades intolerables

por Alessandro De Nicola* – En el debate surrealista sobre las profesiones tenemos que preguntarnos qué orden garantiza la mayor eficiencia económica. Por sí mismas, las Órdenes no obstaculizan la competencia, pero sólo si se ocupan de la ética y la formación. Es antiliberal prohibir las sociedades anónimas o multidisciplinares de profesionales. Las exclusivas son intolerables

De Nicola: Órdenes profesionales legítimas, pero atrincheramientos y exclusividades intolerables

“¡Expecto patronum!”. ¿Quién no conoce el hechizo de la saga Harry Potter usado con ambas manos especialmente por Hermione Granger? El Hechizo Patronus consiste en convocar a una figura plateada a través de la varita mágica, que defenderá al invocador mientras éste permanezca concentrado en su propio recuerdo intenso y feliz.

Y como en la Antigua Roma el abogado era precisamente el patronus, no es de extrañar que la categoría, desmoralizada por lo que percibe como continuos ataques a su decoro y, sobre todo, a su pecuniario, se sirviera gustosamente de un “Expecto Patronum!” hacer aparecer alguna figura plateada, no sé, en forma de exclusividad o de tarifa mínima, para protegerlo de las maldiciones de Voldemort, el libre mercado.

En serio, el debate sobre las Órdenes Profesionales está tomando tonos surrealistas con acusaciones cruzadas de leninismo y corporativismo, evocaciones a las Castas y los oscuros intereses de los patrones.

En cambio, todo debería volver a una pregunta más simple: ¿qué orden de profesiones garantiza la mayor eficiencia económica? La eficiencia económica implica que los consumidores no sean engañados (injustos e ineficientes) y que los profesionales sean retribuidos de acuerdo con la capacidad y demanda del mercado.

Desde este punto de vista, la existencia de las Órdenes no impide necesariamente el juego de la competencia, si se limitan a ser asociaciones que velan por el comportamiento deontológicamente correcto de los miembros y su formación. Este es más o menos el caso en Inglaterra, donde los Inns of barristers capacitan a los futuros mecenas y regulan su comportamiento, al igual que la Law Society for solicitors.

Por otro lado, las dos instituciones no sueñan con meter la lengua en las tarifas, ni en los números cerrados y, en muy buena medida, ni siquiera en la publicidad. Si esto último no es engañoso (en cuyo caso ya está sancionado por la ley) no está claro cómo puede perjudicar la dignitas del profesional: si quien lo hace se siente tranquilo, que lo haga.
Una Orden debe entonces hacer que la conducta de sus miembros sea juzgada no solo por sus propios colegas, sino también por personas ajenas. Es extraño cómo los colegios forenses claman por la reforma del CSM, con la esperanza de que ya no esté integrado mayoritariamente por magistrados -al menos en la sección disciplinaria- y luego se cierre a cualquier intrusión en su mundo.

Además, la ley debería admitir que los profesionales, si quieren, pueden asociarse en sociedades multidisciplinares, o sociedades de capital e incluso cotizar en bolsa: es lo que prevé el nuevo ordenamiento jurídico inglés y no está claro por qué debería estar prohibido en Italia. Retirarse contra la entrada de socios de capital (prohibición establecida por la legislación fascista para impedir que los abogados judíos sigan ejerciendo a pesar de las leyes raciales: no lo olvidemos) es antiliberal y contraproducente. En primer lugar, los británicos, los australianos (ellos también pueden cotizar en bolsa) y los estadounidenses, fuertes en su capital, podrán erradicar a los italianos de los mercados más ricos. En segundo lugar, dado que los socios de capital son elegidos por el abogado, no está claro por qué estos son más peligrosos que los bancos, es decir, la única alternativa posible para financiar la actividad profesional. ¿Somos menos esclavos de los accionistas seleccionados que de los acreedores que pueden desconectarse en cualquier momento? Hm.

Las exclusivas, pues, son insoportables: en primer lugar las de farmacéuticos y notarios. La liberalización parcial de las oficinas de farmacia ha abaratado los precios pero no ha aumentado el número de intoxicados como temía la Orden (que incluso interfiere en los horarios de apertura y en los días de cierre obligatorio de las oficinas de farmacia). Pero también para otros profesionales los campos de acción reservados deberían ser mínimos (médicos y algo de abogados e ingenieros). No hablemos del número cerrado, tanto en número de ejercicios que se pueden abrir como de autorizados para ejercer la profesión (nuevamente notarios y farmacéuticos); es un simple cierre del mercado que nada tiene que ver con los méritos y necesidades de los consumidores. A los profesionales parece gustarles el hechizo "Repello Babbanum" que mantiene a raya a los no magos en el mundo de Harry Potter.

Además, los estudios económicos que se han realizado en varios países post-liberalización (en Holanda, por ejemplo) muestran precios más bajos y -¡atención!- mejor calidad de servicio.

Por último, pero no menos importante, sería bueno que los fondos profesionales compitieran entre sí y -a excepción de un aporte solidario mínimo obligatorio- cada profesional también debería poder elegir fondos de pensiones gratuitos para cuando deje de trabajar: quién dijo eso ¿La mejor opción para un contador es el Cajero de contadores?
En resumen, si tuviéramos en cuenta la eficiencia económica, el campo estaría despejado de los humos de los intereses creados y la tradición. Tal vez con un buen hechizo de Lumos Solem podamos lograrlo…

* Abogado y presidente de la Sociedad Adam Smith

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