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De los eurobonos a las euroletras, la eurozona busca soluciones a la crisis de la deuda soberana

En Europa seguimos discutiendo sobre los Eurobonos, formas de financiación de los Estados garantizadas por el paraguas de la UE. Los Estados miembros están presionando para su emisión. Pero Angela Merkel no cede ni un milímetro. Mientras tanto, los economistas buscan soluciones que sean factibles y aceptables para todos. Como los eurobilletes, que ya han convencido a EE.UU. y al FMI.

De los eurobonos a las euroletras, la eurozona busca soluciones a la crisis de la deuda soberana

Eurobonos o eurobilletes, algo se mueve en el Viejo Continente. Nótese lo primero, menos lo segundo, de igual manera se trata de instrumentos que permitirían a los Estados poder disfrutar de bonos garantizados por la Comunidad Europea, o mejor dicho, garantizados en última instancia por los países económicamente más fuertes, es decir, Alemania y en menor medida Francia. Pero ahora que la crisis del Mercozy se ha disuelto, la canciller alemana, Angela Merkel, es la única que queda, por ahora, que no ha retrocedido ni un centímetro en la hipótesis de los eurobonos. Hoy, otra confirmación más: “Los eurobonos son una solución insostenible”, dijo el Parlamento alemán al Bundestag.

Ella es inflexible, menos los que la rodean. Parafraseando a Olli Rhen, comisario de asuntos económicos de la UE, "la música de los eurobonos" está empezando a tomar forma. Al menos a nivel teórico, notas sobre la partitura. E incluso el primer ministro Monti habla ahora de "tiempos que se acercan" a quienes le preguntan por los bonos europeos. Y esperó un rato. Porque se habla de eurobonos desde los años XNUMX. El presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors, habló por primera vez de ella, concebida como una hipótesis para facilitar las inversiones en infraestructuras en Europa. Tiempos en los que la crisis de la deuda soberana no se pudo evitar. Son hoy el único antídoto posible a la existencia de la moneda única ya la solución de los problemas relativos a la deuda de los Estados. Una situación agravada por la crisis española, la italiana y por la tormenta política que atraviesa Holanda.

Pero para satisfacer las necesidades alemanas, se están explorando otras soluciones. La hipótesis del euro-billete es la nueva entrada en el debate entre los economistas. La idea surgió de un grupo de académicos del área franco-alemana, entre ellos Thomas Philippon, que tenía un puesto en el gobierno de Hollande y que pidió en repetidas ocasiones la introducción de los eurobonos durante la campaña electoral. Son valores a corto plazo (vencimiento inferior a un año), emitidos por una Oficina de gestión de deuda Unión Europea, algo que, simplificando, podría ser comparable a una Secretaría del Tesoro registrada en la UE. Un mercado de 800 millones de euros, bonos que gozarían de alta liquidez y bajos tipos de interés. Además, con la marca UE en los escudos se facilitaría la defensa frente a fenómenos especulativos. Cada país podría financiarse con estos instrumentos por un máximo del 10% del PIB. Un poco como lo que ocurre en USA con las Letras del Tesoro, de las que nuestro pueblo ha tomado prestada la idea y el nombre. Y no por casualidad. Porque además de Alemania, los billetes en euros también deben atraer a los inversores, especialmente a los estadounidenses.

Para Alemania, el trago amargo de la garantía de la deuda PIIGS se endulzaría por un lado, por la condición obligatoria de respetar las restricciones presupuestarias sancionadas por el pacto fiscal para quienes deseen financiarse con euro-billetes, por otro, que las emisiones a largo plazo serán en todo caso prerrogativa de los estados individuales. España, Italia o Portugal, por ejemplo, por un lado disfrutarían de una calificación de su deuda a corto plazo modelada en la garantía alemana, por otro lado permanecerían sujetos al juicio de los mercados con respecto a los bonos a largo plazo.

Un compromiso que ya obtuvo el consentimiento de los líderes del Fondo Monetario Internacional Christine Lagarde (director general) y Olivier Blanchard (economista jefe). Lagarde tendría entonces la tarea de convencer a Angela Merkel de la validez de la propuesta. El asentimiento podría significar calmar las heridas del difunto Merkozy y abrir un nuevo rumbo europeo con un diálogo más directo con Hollande y Monti. Y tal vez provocar a alguien más imaginativo para acuñar un nuevo neologismo.

 

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