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BUENA ESCUELA – ¿Quiénes temen la evaluación del mérito, la autonomía y los nuevos poderes de los directores?

Los que más gritan contra la Buena Escuela son los profesores más descalificados y temerosos de cualquier evaluación, los sindicalistas de Pasdaran y los pretorianos de la demagogia como Grillo y Fassina pero, a pesar de todas sus limitaciones, la reforma rompe mil tabúes y allana por fin el camino. por la meritocracia, mayor autonomía y un nuevo rol para los directores

BUENA ESCUELA – ¿Quiénes temen la evaluación del mérito, la autonomía y los nuevos poderes de los directores?

Ahora en contra y en Buena escuela casi todo está dicho y, gracias al tórrido calor de los últimos días, luego de que 277 votos lo aprobaran en la Cámara de Diputados, las protestas y el alboroto que se escenificaron en las afueras de Montecitorio se trasladaron a las redes sociales y en las fogosas declaraciones de los sindicatos que prometo un cálido otoño en la escuela. En la red corre el insostenible llamamiento a no firmar la ley, dirigida al Presidente de la República, Sergio Mattarella y abundan las disquisiciones sobre una supuesta inconstitucionalidad de la disposición.

Sin embargo, las flechas más afiladas tienen como objetivo la introducción de premiar la evaluación de los profesores. En realidad, el ejército de maestros revoltosos y pasdaran sindicales, encabezados por los pretorianos de la demagogia como Fassina y Grillo, que no pueden digerir el poco enaltecimiento del mérito que introduce la ley, son todos hijos del 68 y los consiguientes Decretos delegados de 1974. En nombre de un igualitarismo que ciertamente no era equidad, ese era el clima del sexenio político y de laxitud y durante unos treinta años esas generaciones se alimentaron de él, produciendo padres condescendientes y sobreprotectores, docentes desanimados y desmotivados. .

Los que más gritan son sin duda los más descalificados, los que quizás más tienen que temer de la introducción de mecanismos de evaluación, pero también hay grandes sectores de docentes, aunque buenos y escrupulosos, que se dejan convencer por argumentos farisaicos como como “mérito sí, pero esa no es la forma correcta de presentarlo”. Lástima que se trate del mismo argumento utilizado hace quince años contra la propuesta del entonces Ministro de Educación Luigi Berlinguer, que quizás garantizaba una mayor objetividad de la evaluación porque la vinculaba a una suerte de concurso basado en tres componentes: currículo, escrito pruebas pedagógicas y observación de campo.

Probablemente también podrían encontrarse otras soluciones, como atribuir la evaluación de la eficacia de la acción formativa a terceros, con mecanismos capaces de garantizar una mayor objetividad y validez, pero muchas veces lo mejor es enemigo de lo bueno y la búsqueda de la perfección se torna una coartada para no actuar. Sin embargo, este es un punto de inflexión de época para la escuela. Un tabú de cuarenta años, sancionado precisamente por aquellos decretos delegados de 1973 y 1974, finalmente se rompe y se abren perspectivas concretas para hacer que el sistema escolar sea más competitivo a nivel europeo y para adaptarlo a los mejores estándares cualitativos y funcionales, en el principios de meritocracia y autonomía.

Otro muro que cruje es el que impidió, a pesar de la extensa legislación de 1997 a 2000, una verdadera implementación de la autonomía. Hoy, mayores responsabilidades se confían a los directores como la capacidad de identificar a algunos docentes de la plantilla autonómica a convocar en el plan trienal de la oferta, la posibilidad de nombrar colaboradores propios hasta un 10% de la plantilla, la función de orientación en el itinerario formativo de los plan trienal de la oferta y la atribución de la titularidad en la gestión del bono de recompensa. Las controversias de hoy en contra del mérito están así también soldadas a la otra cuestión controvertida, la de poderes a los mandantes quien es presentado como un hombre del saco aterrador. Esto, sin embargo, no convierte a los mandantes de los sátrapas en dotados de poder absoluto, sino en gestores que deben responder por las elecciones y acciones realizadas, sin poder escudarse tras la coartada de grilletes burocráticos e hipergarantizados. Eso sí, es cierto que más poder a los malos directores puede causar graves perjuicios como afirmó Roger Abravanel durante la presentación en Roma de su libro “Playtime is fake”, el pasado 25 de junio, justo cuando el Senado aprobó el proyecto de ley sobre la Buena Escuela. Tal vez un daño mayor que el que la traba burocrática le causa al buen director, pero el camino está allanado hacia un sistema que será gratificante para los buenos directores y que finalmente permite que los resultados y elecciones incorrectos, o peor, deshonestos, sean cargados a directores incapaces o irresponsables.

La protesta de los sindicatos y docentes encantados por la demagogia extremista, que amenaza con incendiar el inicio del próximo curso escolar, parece sin embargo aún más incomprensible si se la compara con el enorme plan de inversiones de 3 millones y la contratación de 100.000 trabajadores precarios más un concurso para 60.000 profesores.
Romper con la tendencia de los últimos años, eliminar los recortes lineales y congelar las contrataciones, ¿no fue algo de izquierda?

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