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Renzi y Berlusconi, los grandes perdedores del voto italiano

Renzi y Berlusconi son los grandes perdedores de las elecciones del 4 de marzo y su futuro político parece sellado - Pero los orígenes de las dos derrotas trascendentales que han recogido no son los mismos y hay que ponderarlos en profundidad - He aquí por qué

Renzi y Berlusconi, los grandes perdedores del voto italiano

El viento ha cambiado. El votación del 4 de marzo marca un cambio de época para Italia. Con dos ganadores (el Cinco Estrellas de Luigi Di Maio y la Liga de Matteo Salvini) e dos grandes perdedores cómo El Partido Demócrata de Matteo Renzi y Forza Italia de Silvio Berlusconi. El maximalismo con tintes populistas ya veces racistas mata el reformismo de izquierda, el renzismo y el moderatismo de centro redescubiertos in extremis por Berlusconi.

Está por ver qué ocurrirá en las próximas horas, aunque los números digan que sobre el papel la única mayoría posible es la que junta a Di Maio y Salvini, desbaratando el centroderecha.

Pero queda por entender qué condujo realmente a la histórica derrota de Renzi y Berlusconi.

Para el líder del Partido Demócrata, el declive comenzó con la referéndum desastroso sobre la reforma constitucional del 4 de diciembre de 2016 pero las puntuaciones de la votación de ayer el de profundis de la parábola de Renzian. Poco va a decir eso la escisión a la izquierda de Bersani y D'Alema empeoró las cosas, porque los números son los números y los pocos votos recogidos por Liberi e Uguali, aun sumados a los del Partido Demócrata, no habrían cambiado en lo más mínimo el panorama general y no habrían evitado el apocalipsis.

Es cierto que en las curvas cerradas cruciales de la historia italiana, el maximalismo de izquierda nunca pierde la costumbre de allanar el camino a sus adversarios y de recoger golpes trascendentales, y también es cierto que el exceso de personalismo y los repetidos vaivenes tácticos de Renzi el resto quitando confiabilidad a todo el Partido Demócrata. Pero sería simplista resolver el problema de esta manera.

Es tan cierto como siempre. el que hace las reformas y el que esta en el gobierno paga -al menos a corto plazo- un precio de impopularidad, como le sucedió al socialdemócrata alemán Gerard Schroeder, que puso patas arriba a Alemania, solo para entregarle el liderazgo a la señora Merkel. Pero aquí hay mucho más y sobre todo hay dos aspectos que van más allá del caso nacional.

El primer punto a tratar es la incapacidad de la izquierda en todo el mundo para encontrar una respuesta convincente a los problemas de época – como la globalización, como la inteligencia artificial que es un signo de progreso pero que a corto plazo crea un problema de empleo, o como la crisis demográfica y la inmigración – que ya no pueden resolverse dentro de los estrechos límites de una sola Aldea. Se podría decir, retomando una frase célebre de la revolución bolchevique del siglo pasado, que el socialismo (o el reformismo hoy) no se logra en un solo país. Y después de todo, si excluimos el caso Macron, que de hecho cortó los lazos con el viejo socialismo francés y que fue facilitado por un sistema electoral de dos vueltas que habría cambiado la suerte política también en Italia, no hay victorias reformistas significativas. y ni siquiera hay personalidades capaces de representar una alternativa al maximalismo populista extendido y exitoso en Estados Unidos, Gran Bretaña y ahora Italia, por no hablar de Europa del Este.

Pero hay otro punto, que subyace a la propia parábola trumpista y que se apoya en tijeras – magnificado por un sistema mediático enloquecido – entre la realidad y la percepción de la realidad. En América como en Italia, la mejora de los indicadores macro tanto económicos como financieros no es suficiente, porque la mayoría de los ciudadanos y sobre todo las nuevas generaciones no perciben los beneficios del cambio en términos de empleos estables, salarios, pensiones y seguridad para el futuro. El hecho de que los trabajadores y la clase media americana blanca, asustados por la globalización y el desarrollo impetuoso de las nuevas tecnologías pero también por la inseguridad provocada por el terrorismo y la violencia cotidiana, hayan pensado y estén pensando en confiar su futuro a un multimillonario al borde de la la bancarrota y completamente en desorden es impactante, pero es la realidad. El hecho de que la mayoría de los italianos puedan creer en las falsas recetas milagrosas del Cinco Estrellas o de la Liga sobre la economía y la seguridad, sin siquiera pensar en los efectos que una posición cada vez más marginal en Europa podría tener sobre una elevada deuda pública como la la de nuestro país.

El eclipse de la razón es sin duda una seña de identidad de nuestro tiempo pero sería hora de que la izquierda despertara y se reconciliara consigo misma, sin desempolvar soluciones obsoletas que ya no encuentran consenso popular pero sabiendo que hasta las más innovadoras deben buscar el apoyo ciudadano.

En cuanto a Berlusconi, el otro gran perdedor de las elecciones del 4 de marzo, el líder de Forza Italia cosechó lo que sembró y sus recetas no podían ser buenas para todas las temporadas. La súbita conversión europeísta fue demasiado frágil e improvisada para que se volviera creíble, pero falso y puramente oportunista también parecía la alianza con Salvini y con Meloni Su mensaje es completamente contradictorio. Berlusconi ha intentado persiguiendo al populismo de derecha en su territorio, como cuando prometió expulsar de Italia a 600 migrantes tras haber hecho la mayor amnistía de la República en sus gobiernos anteriores, pero entre el original y la copia, los votantes siempre eligen la primera.

Pero quizás el mayor error que cometió Berlusconi en los últimos años, cuando rompió el pacto del nazareno con Renzi sobre la elección del Presidente de la República y cuando hizo fila Forza Italia en el frente del No en el referéndum. Sacudió el árbol y los demás recogieron la fruta. Errores estratégicos colosales pero en política las cuentas, tarde o temprano, se pagan. Y Berlusconi no es una excepción.

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