comparte

Pensiones, medio ambiente, salud: Chile liquida a Pinochet pero también a Friedman

El nuevo presidente Gabriel Boric, exponente de la izquierda radical, tiene que afrontar la caída de la bolsa provocada por la fuga de 50 millones de dólares al exterior, además del tira y afloja con China por las piezas de cobre. Pero la prueba más difícil es la fallida reforma de pensiones diseñada por Friedman en la época de la dictadura de Pinochet.

Pensiones, medio ambiente, salud: Chile liquida a Pinochet pero también a Friedman

Tan lejos en los mapas, tan cerca en la memoria de los que tenían veinte años en los setenta, Chile vuelve a ser noticia. Por el amor de Dios, el victoria electoral de Gabriel Boric, exponente de la izquierda radical, no suscita las emociones suscitadas en Occidente (Italia a la cabeza) en su momento por el Frente Popular de Salvador Allende. Pero la reacción de los mercados financieros demuestra que el punto de inflexión no será indoloro: la Bolsa de Comercio de Santiago ha perdido 10 por ciento bajo la presión de los la fuga de capitales: según el banco central, al menos 50 millones de dólares, alrededor del 15 por ciento de las reservas de divisas, han salido del país en los últimos meses. Algo que recuerda, al menos de lejos, las revueltas de los camioneros y los coros de ollas en los barrios medios que anticipaban el golpe de Pinochet, una sombra viviente al pie de los Andes (el oponente de Boric es sobrino de un ministro de la junta). 

Pero hoy más que entonces, sin embargo, son mucho más importantes a los efectos del equilibrio internacional. los flujos vinculados a la riqueza mineral del país, o el cobre y el litio, materias primas muy preciadas en la era de los coches eléctricos y las baterías. Con una diferencia importante con el siglo pasado: ya no son los odiados Español norteamericanos para imponer los precios de las materias primas, sino China que absorbe gran parte del cobre extraído de las entrañas de la mina Escondida en Antofagasta que representa el 10 por ciento del PBI, lugar sagrado de resistencia donde los mineros allendenos se sacrificaron con dinamita. Y para este año, a pesar de la desaceleración de la industria amarilla, las compras de Beijing aumentarán un 8 por ciento.  

Beijing además a través del gigante Tuianqui controla el 24 por ciento de las minas de litio de m11, cuota en caída libre (-74 por ciento) tras la votación. ¿Por qué este descenso? A Beijing (y a la Bolsa de Metales de Londres) no les gusta la propuesta de crear una agencia nacional del litio. O, peor aún, la perspectiva de que el nuevo gobierno pueda frenar los gigantescos planes de inversión (XNUMX mil millones de dólares) en los sectores de minería y gestión del agua, otro tema sensible a nivel ecológico. 

Será esto el banco de pruebas de la capacidad de gobierno de los nietos de Allende, ante una situación paradójica: Chile, rico en recursos, ostenta un crecimiento en torno al 6 por ciento, muy por encima del de sus vecinos con una inflación del 6,3 por ciento, alta según criterios occidentales pero muy inferior a la de Brasil (+26 por ciento) y Argentina (+21 por ciento). Aparentemente una situación manejable, si no favorable, también porque al menos la mitad de los chilenos han recibido dos dosis de la vacuna. Pero con una gran desventaja: desigualdad, que ubica a Chile al final de los rankings internacionales.

El nuevo presidente, que llegó al poder en la ola de protestas que estallaron hace dos años tras el aumento del precio del billete del metro, se verá enfrentado una emergencia triple: la reforma de la economía, para evitar un colapso ambiental; reforma de salud, invocada en voz alta durante las violentas protestas de los últimos meses que han atemorizado a la burguesía. Y, sobre todo, la revisión de la madre de las reformas, la de las pensiones. Corría 1976 cuando Pinochet le encomendó a Milton Friedman, el gurú del liberalismo estadounidense ("La izquierda -dijo- me contesta, pero no dijo una palabra cuando le propuse las mismas cosas a China"), la creación de un sistema basado en la pura capitalización. el resultado fue la reforma Piñera, firmada por el hermano del multimillonario que luego ascendió a la presidencia, quien reemplazó el modelo de reparto por el de capitalización, llevando a cabo al mismo tiempo una fuerte privatización y liberalización del sistema de fondos de pensiones para permitir a los trabajadores encontrar un plan "ad hoc" para sus necesidades.

Los fondos de pensiones chilenos han administrado el 75% del PIB del país, prometiendo una tasa de transformación, es decir, el monto de la pensión en proporción al último salario, de hasta un 70% después de 37 años de aportes equivalentes al 10% del salario bruto. El objetivo era crear por un lado los recursos necesarios para el desarrollo frente a una sociedad capaz de ahorrar recursos para la vejez. Esa cuadratura del círculo a la que aspiran casi todos los países con resultados dispares, lidiando con los costes crecientes del estado del bienestar. Por esta razón el modelo chileno durante casi medio siglo estuvo en el centro de los estudios de seguridad social, con un éxito desigual. Para llegar a una triste conclusión: los numeros no cuadran. Por múltiples razones. Por último, pero no menos importante, el hecho de que Chile, al igual que Italia, se destaca por su alta evasión fiscal. Esto, combinado con el bajo nivel de los salarios oficiales, ha significado que los ahorros que ingresan a los fondos (régimen oligopólico, lejos de ser eficiente) hayan resultado demasiado pequeños para garantizar una pensión a los chilenos.

A partir de aquí, comenzando desde 2008, una serie de intervenciones a partir de la introducción de una pensión básica, pagada por los impuestos generales, en beneficio de unas 600 personas mayores sin cotizaciones. Una pensión social que ahora vale unos 150 dólares al mes. Posteriormente, se dispuso una especie de complemento mínimo para otros 900.000 jubilados. Finalmente, para evitar un retorno al bienestar público, el gobierno de Piñera involucró los aportes de las empresas en el sistema. ¿Y ahora? El gobierno pretende desmantelar el sistema aunque, como siempre sucede en las reformas de pensiones, el diablo está en los detalles. Ciertamente, la carta de los impuestos se jugará en contra de los más ricos, al menos en la medida de lo posible en una situación política enredada, donde la oposición de derecha controla el Senado. En manos del nuevo presidente, entonces, hay un arma poderosa: Chile es uno de los países menos endeudados del mundo (37,5 por ciento del PIB), lo que permite un margen de maniobra considerable para financiar una reforma.

Lo cierto es que el experimento chileno está llegando a su fin. Por supuesto, culpa de la pandemia, que ha empobrecido mucho el sistema por la disminución de las cotizaciones y el aumento de las prestaciones y que no escatima ni siquiera las fórmulas mixtas, vigentes en la mayoría de los sistemas. Pero la pandemia aparece sólo como el último acto de una crisis más profunda que el contagio solo se ha acelerado. Siempre es difícil creer que, incluso después del descubrimiento de una terapia o una vacuna, el mundo pueda volver a ser lo que era antes, sin lidiar con las desigualdades (internas, pero aún más ligadas a la inmigración) y las crisis demográficas.

Revisión