comparte

Maradona y el alma de Nápoles que unió a todas las clases sociales

Maradona no solo fue una leyenda del fútbol sino un fenómeno que merece serlo y también estudiado desde el punto de vista social porque supo unir y encantar a toda una ciudad, dándole identidad y haciéndola vivir el espejismo de la redención.

Maradona y el alma de Nápoles que unió a todas las clases sociales

No le digas a los napolitanos que Maradona no hay más. No se atreva a decir que las estaciones de televisión de todo el mundo no están bromeando. Te llaman loco. Es como si le dijeras que el Vesubio ya no está. Los símbolos sobreviven a todo, menos aún si se trata de un hombre de carne y hueso representado el alma de un pueblo. No hay abuelo, padre o hijo que hablando de Nápoles al cabo de un tiempo no recuerde que sí, Nápoles es todo y todo lo contrario, pero el mejor futbolista de todos los tiempos jugó aquí. Un niño nacido y criado en barrios pobres, muy lejanos, pero que el destino había llevado a esa ciudad dividida entre la burguesía y la plebe durante siglos. Un destino -por decirlo hoy- natural, porque allá donde iba después del Nápoles, Maradona nunca era el mismo.

Llegó en la era moderna, pero sus regates, sus acrobacias, como un futbolista despeinado, han traído juntos, del mismo lado, tanto los burgueses como los pobres. El primero junto al segundo para recaudar dinero comprando miles de abonos para el Napoli Football Club para finalmente traer "el pibe" a Italia. Los burgueses de las zonas altas, de los oficios, de los megayates, en las gradas junto a los de los barrios españoles, de los arrabales degradados y sin dinero, ávidos de redención. Un partido económico, feroz en la disputa deportiva entre España, Italia, grandes clubes para hacerse con un joven talentoso pero caro.

Los napolitanos no sabían que en los negocios no hay lugar para las cosas del corazón. Se enteraron aquel verano de 1984 y al aterrizar a Diego en el estadio de San Paolo cambiaron una antigua regla empresarial. Maradona en la cancha de fútbol no defraudó. “El fenómeno” en el fútbol mundial, fue el ícono de la ciudad, atormentado -fuera del estadio- por la reconstrucción posterior al terremoto, escándalos, malestar social, crimen. Inteligente, ciertamente un amante de la vida, Maradona tenía la ciudad en sus garras. La conquistó como un rey, sin derramamiento de sangre. Ni mucho menos: poner sangre nueva en las venas, como dice un chiste de una película de Luciano De Crescenzo. Rápidamente intuyó que todo sería perdonado debido a su habilidad, a un destino mágico que ahora asociaba su nombre con San Gennaro y el Vesubio. Lo aprovechó hasta el final inesperado. No debió existir una relación estrecha entre él y el Nápoles, sino que la hubo, por temas fiscales, amistades ilícitas, amistades discutidas, ostentación de excesos..

Su huida fue triste, cuando cada uno pensaba en redimirlo a su manera, sin hacerle demasiadas penitencias ni renuncias. Diego ha hechizado a un pueblo que ha amado y abandonado a sus héroes a lo largo de su dilatada historia. Rara vez fue abandonado, pero se le concedió el privilegio de hacerlo sin resentimientos. De lo contrario, pasando ese nombre de padre a hijo como un símbolo atemporal de la ciudad. Vesubio sigue en su lugar, Maradona no.

Revisión