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Franco Gallo sobre el fisco: “La ley habilitante no basta. Todo el sistema tributario necesita ser repensado”

Según el presidente emérito del Tribunal Constitucional, el sistema tributario ya no es capaz de cumplir la función equitativa necesaria para combatir las desigualdades - Necesitamos impuestos sobre el patrimonio que representen capacidad de pago - Entonces más atención a las familias y a un patrimonio único que a muchos activos mini-regresivos.

Franco Gallo sobre el fisco: “La ley habilitante no basta. Todo el sistema tributario necesita ser repensado”

El profesor. Franco Gallo, Presidente Emérito de la Corte Constitucional y ex Ministro de Hacienda, fue escuchado por la Comisión de Hacienda de la Cámara, en el marco de una serie de audiencias sobre el sistema tributario y la relación entre las autoridades fiscales y los contribuyentes. Le pedimos algunas opiniones, que también expresó en el Parlamento, sobre la evolución del sistema fiscal italiano, entre la implementación de la reciente ley habilitadora y las perspectivas de una reforma más profunda.

El Parlamento aprobó la ley tributaria habilitante, que el Gobierno está a punto de implementar. ¿Cómo califica esta medida?

Muchos de los principios establecidos por el legislador podrían ser útiles para un trabajo de mantenimiento profundo que tanto necesita el sistema tributario. Pero la ley no es una reforma del sistema. Era necesario para los ajustes más urgentes, pero no hará que nuestro sistema tributario avance de manera decisiva y sustancial en las direcciones en las que sería importante avanzar.

En su opinión, ¿sería necesaria una reforma más profunda?

Transcurridos más de cuarenta años desde la última reforma fiscal general, ha llegado el momento de empezar a pensar en la construcción, a medio y largo plazo, de un nuevo sistema fiscal que, haciendo uso también de los instrumentos comunitarios y con vistas a crear un Unión Europea también fiscal, distribuir mejor las bases imponibles de acuerdo a un concepto más moderno y más amplio de capacidad de pago. Y que, al mismo tiempo, nos devuelva una progresividad más verdadera y sustancial. La gravedad de la situación actual no permite remediar la crisis del sistema tributario con disposiciones legislativas transitorias de tipo coyuntural dentro de la lógica un tanto caduca de la reforma de los años setenta. Es necesario repensar el sistema tributario y con él el papel de un estado tributario que apunte a una mayor justicia distributiva y, por ende, a una distribución más equitativa de la riqueza, en la estela de los principios establecidos por los artículos 3 y 53 de la Constitución.

De hecho, la progresividad en la que se basó la reforma de los años 60 y 70 se ha ido desvaneciendo, con la pérdida de centralidad y globalidad del IRPF.

El Irpef vigente en Italia hoy está fuera de cualquier esquema racional, fragmentado como está y limitado, prácticamente, sólo a las rentas del trabajo. Es incapaz de cumplir la función esencial que debe tener la progresividad en un sistema tributario, la de reducir las desigualdades. Para obtener este resultado, fundamental desde el punto de vista ético y social, pero también imprescindible para el buen desempeño de la economía, es necesario repensar los principios del sistema tributario a la luz de las transformaciones que ha sufrido el mundo en los últimos años. décadas. Una encuesta reciente encargada por la Comisión Europea mostró que Italia es el segundo país de Europa en términos de desigualdades y distribución del ingreso y la riqueza. Además, la brecha entre generaciones se está ampliando cada vez más con el desplazamiento de la riqueza hacia la población de mayor edad. Más allá de las tesis opuestas de los neoliberales, muchos académicos han demostrado cómo una sociedad con crecientes desigualdades desestabiliza la economía y restablece el nivel de bienestar de la población. Las desigualdades y el desarrollo económico, por tanto, son inversamente proporcionales. Y es precisamente la falta de distribución derivada también del uso distorsionado del instrumento fiscal lo que deprime el crecimiento, porque reducen el consumo y la productividad, y restan eficiencia al sistema en su conjunto.

Entonces, ¿qué se puede hacer para relanzar una verdadera progresividad del sistema tributario?

Para construir las bases de un nuevo sistema tributario, es necesario partir de un análisis de las razones que han desplazado al actual. La creciente apertura de los mercados, la ausencia de una unión federal europea y la creciente globalización han estimulado la competencia fiscal entre países. Esto ha favorecido una tributación discriminatoria y ventajosa en particular para las rentas del capital y las rentas financieras, con la consiguiente concentración de la tributación progresiva sólo en las rentas del trabajo y las empresas individuales. En estas condiciones, un Estado que quiera intervenir contra las desigualdades debe repensar los objetos de su intervención. Los mercados valoran sólo los bienes materiales, financieros y patrimoniales y no también los bienes que, si bien no están sujetos a intercambio, son portadores de aquellos valores morales que sólo un Estado regulador y redistribuidor puede identificar y garantizar. Me refiero a los bienes fundamentales y universalmente reconocidos, que constituyen una condición necesaria para que haya justicia social, tales como la longevidad, la integridad física, el medio ambiente, la salud, el acceso a servicios de salud de calidad y al conocimiento en el transcurso de toda una existencia. , el nivel de vida, la vida personal, familiar y social, la identidad, incluida la religiosa. Junto a estos bienes, existen otros, que yo denominaría “bienes-capacidad”, es decir, bienes (pero también posiciones, condiciones y situaciones) que, si bien no son intercambiables en el mercado, representan sin embargo un potencial contributivo a partir del cual el Estado Podría fundarse, en determinadas condiciones, la exacción del impuesto sobre los sujetos que tengan la disponibilidad, según el principio establecido en el artículo 53 de la Constitución. Con ello se lograría también el importante objetivo de política fiscal de evitar una tributación aún mayor de los activos tradicionales de carácter renta y patrimonial, ya tan gravados por los impuestos corrientes.

¿Puedes darnos algunos ejemplos?

Pienso en el uso de bienes ambientales escasos, la emisión de gases contaminantes, las diversas formas de ocupación del éter, por ejemplo el llamado bit tax, el consumo o producción o venta de alimentos nocivos o suntuarios, los llamados fat tax, a la recogida gratuita de datos que realizan en nuestro país las empresas de la economía digital para producir rentas que luego son gravadas en otros estados con menor tributación. Pienso también en esos impuestos, que los economistas definen como "correctivos", fruto sobre todo de acuerdos internacionales globales, destinados a paliar los problemas causados ​​por externalidades negativas, como, por ejemplo, la venta de armas a países en desarrollo y todo tipos de flujo financiero internacional desestabilizador.

¿Qué papel ve para la fiscalidad personal tradicional en este sistema?

Las nuevas formas de tributación deben permitir que el sistema recupere gradualmente ese mínimo de progresividad que la globalización ha ayudado a socavar. Pero el IRPF lógicamente debe permanecer. Sólo es necesario desplazar parcialmente la carga fiscal de las rentas empresariales y del trabajo y de los bienes inmuebles a las distintas entidades, a los nuevos inmuebles que denotan posiciones concretas de ventaja y satisfacción de necesidades económicamente valorables y que se prestan a contribuir a una distribución más equitativa del patrimonio. cargas públicas.

¿Qué pasa con la fiscalidad de las empresas?

Para la tributación de las sociedades, nuestro país debería hacer el máximo esfuerzo dentro de la Comunidad al menos para reducir las fuertes diferencias de régimen existentes actualmente entre los estados de Europa occidental y oriental. Además, se debe construir un sistema más transparente, en el que las tasas impositivas efectivas no sean significativamente superiores a las nominales y las brechas entre los resultados económicos y las bases imponibles estén representadas por unas pocas medidas selectivas para estimular el crecimiento. Por ejemplo, la innovación, las inversiones productivas, la localización de nuevas sucursales de empresas, las ampliaciones de capital. También hay que recuperar ingresos del ámbito de los beneficios empresariales puramente especulativos (contratación de diferenciales, operaciones en derivados de no cobertura, etc.), así como de la evasión fiscal.

Volvamos a Irpef. ¿Qué evolución se debe iniciar para el principal impuesto del sistema actual?

El objetivo principal del reformador debe ser evitar nuevas reducciones en el ingreso disponible de los hogares y, en particular, en el ingreso de la clase media en la que se reconocen los consumidores y de cuyo fortalecimiento también debe depender una recuperación del crecimiento. Hasta ahora, estos ingresos se han visto muy reducidos por lo que ocurre en el mercado laboral. Las personas y las familias, cuyos principales ingresos proceden del empleo y las pensiones, son los sujetos más atrapados, junto con las empresas, en las tenazas de la actual crisis y la denominada cuña fiscal. Para estos sujetos, la eventual pérdida del empleo o la imposibilidad de encontrarlo a nivel familiar suma, dentro de la misma familia, los costos de la inflación y la carga de impuestos que no podrían evadir aunque quisieran. Si no queremos que el Irpef se agote definitivamente, los pocos recursos que poco a poco podrán encontrar los gobiernos deberían destinarse a implementar un mix de intervenciones a favor de las familias y no sólo a nivel fiscal. Intervenciones directas, en particular, para compensar los niveles económicos de los contribuyentes más necesitados, para quienes el sistema de deducciones o deducciones por familiares resulta inadecuado. Estoy pensando en una especie de impuesto negativo, en forma de crédito fiscal. Además, estas intervenciones deben integrarse con la provisión de contribuciones sociales específicas y con el fortalecimiento de los servicios de apoyo a la familia. Hasta la garantía de una "renta social mínima" para la integración, si las condiciones del gasto público lo permiten. De esta forma, no se conseguiría una progresividad en el sentido técnico-formal basada en un elevado número de tramos y una igualmente elevada diferenciación de las tasas, sino una redistribución selectiva basada, por un lado, en la reducción de la tasa efectiva tasas marginales para los bajos niveles de ingreso y, por otro, en una diferenciación real entre bajos y altos ingresos, perseguida con el instrumento de aportes al núcleo familiar.

En el nuevo sistema fiscal que ha esbozado, ¿ve también un lugar para un impuesto sobre el patrimonio?

En tiempos como el actual, caracterizados por crecientes desigualdades en la distribución de la renta y la riqueza, cabría pensar en la implantación de un impuesto único y personal sobre el gran patrimonio, a tipo reducido, que debería agregar y sustituir a muchos de los numerosos mini - activos regresivos existentes en la actualidad. No olvidemos lo que nos enseñaron nuestros reformadores de la década de XNUMX: el impuesto sobre la renta nunca puede ser un sustituto perfecto del impuesto sobre el patrimonio y, por lo tanto, debe complementarse con gravámenes de este tipo.

Hablando de nuestros "padres" reformadores, Cesare Cosciani consideró la reorganización de la administración financiera como condición sine qua non para la implementación de cualquier reforma tributaria. ¿Cómo ves la situación actual?

Los tiempos han cambiado mucho, la administración financiera ha evolucionado y ha dado muchos pasos adelante. El tema fundamental, sin embargo, sigue siendo el de recuperar una mayor conciencia de la función fiscal del Estado, tanto a nivel político como legislativo. Ante la urgencia de combatir la evasión fiscal, un Estado que no logra controlar el fenómeno acaba recurriendo a instrumentos defensivos, es decir, introduciendo formas de tributación más acogidas, más rápidas, más fáciles de aplicar y predominantemente proporcionales, a tanto alzado y consensuadas con las categorías de contribuyentes "en riesgo de evasión". Ejemplo de ello son las amnistías del pasado, pero, en cierto modo, también los distintos contadores de ingresos, contadores de gastos y estudios sectoriales, cuando se aplican de manera automática. Un Estado que recupere la función fiscal debe superar esta lógica de compromiso "político" con las categorías concernidas y enfocarse en una mejor eficiencia administrativa de las estructuras delegadas para combatir la evasión fiscal. Supondría reforzar todos aquellos controles que se basen en la trazabilidad de las operaciones económicas y, esto es, en el conocimiento telemático tanto de los stocks patrimoniales como financieros de los contribuyentes y de los gastos que realicen, aunque con los límites que impone la necesidad de respetar la confidencialidad. .

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