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Confindustria y sindicatos: esperando a Godot (y deseando que no llegue)

Desde hace al menos diez años Confindustria y CGIL, CISL y UIL buscan nuevos acuerdos sobre relaciones laborales y en particular sobre negociación y representación pero la negociación parece una matrioska: ¿humo blanco antes de las elecciones o aplazamiento hasta después del 4 de marzo?

Confindustria y sindicatos: esperando a Godot (y deseando que no llegue)

Hagámonos una pregunta: ¿por qué es tan difícil llegar a un acuerdo sobre relaciones laborales? Al principio estoy tentado de responder de manera paradójica. Desde hace al menos diez años Confindustria y CGIL, CISL y UIL se han sentado en una mesa de negociaciones para redefinir las reglas de negociación colectiva y representación por una sola razón: traer de vuelta a la CGIL al sistema. Pero ese objetivo, como una matrioska, contenía otro que condicionaba el primero: "normalizar" la categoría de los metalúrgicos que ya no encontraban el equipo para estipular un contrato unitario.

Sin embargo, para hacer esto, siempre estamos descubriendo la matrioska, era esencial llevar a Fiom de vuelta al camino correcto, cuya indisponibilidad (un Aventino real) se había convertido en la causa de desafección para cualquier negociación concluyente de la propia CGIL. Básicamente, incluso cuando la CGIL accedió a firmar un acuerdo en 2011, esto quedó prácticamente en el papel porque la Fiom había vuelto la nariz. Luego vino el punto de inflexión, repentino e inesperado sobre todo en términos de contenido, del contrato unitario Fim-Fiom-Uilm de noviembre de 2016.

“Ya está – me dije – los metalúrgicos vuelven a abastecer la línea; la mayordomía seguirá”. En cambio, no fue así. De hecho, al evaluar las posiciones en el campo, se tiene la impresión de que las partes están buscando una "tercera vía" y que el enfoque de los metalúrgicos constituye un caso que no ha sido negado, sino tolerado. Sobre todo, no es tomado como ejemplo por las demás categorías (como ha sucedido siempre en la historia sindical de la posguerra) y por las propias confederaciones. Por otro lado, se diría que corresponde a la CGIL encontrar una línea de compromiso que, en este punto, también es compartida por las otras categorías, reacias a seguir el ejemplo de los metalúrgicos.

La situación es ciertamente más compleja que la "cuadrilla" que hemos descrito hasta ahora, pero los problemas son más o menos siempre los mismos: qué equilibrio encontrar -también en términos de asignación de recursos- entre los diferentes niveles de negociación. El caso es que las negociaciones interconfederales han seguido caminos y cronogramas ajenos a los nombramientos de las categorías más importantes con sus renovaciones contractuales. Así, admitido y no concedido que Confindustria y las centrales sindicales se "atrevieran" a firmar un acuerdo antes de las elecciones (con la preocupación de llevar agua -a favor o en contra de alguien- en el marco de la competencia política) llegaría en todo caso a hora de apagar las luces de una temporada contractual que ya quedó atrás.

No es la primera vez que los cuerpos confederales entran en escena en el último acto aunque el guión de la comedia quisiera verlos en el primero. Una cosa habría sido orientar las negociaciones antes de que comenzaran, y otra hacer las cosas. La controvertida cuestión del papel del contrato nacional -en un escenario que ha visto muy ampliada la intervención de la ley en la regulación de la relación laboral- se limita ahora a salvaguardar el poder adquisitivo de los salarios en relación con la evolución del coste de vida en una etapa cuya inflación se mantiene viva con respiración artificial.

Proporcionar ahora una formulación de carácter general se convertiría en una especie de arbitraje entre la solución que se encuentra en el contrato de los químicos y la prevista en el contrato de los trabajadores metalúrgicos. No solo eso no tendría sentido práctico; pero es dudoso que las confederaciones puedan tener la autoridad necesaria para mediar en una batracomiomaquia sin importancia, porque las soluciones encontradas por las dos categorías han recibido el consentimiento de los trabajadores interesados.

Tras las elecciones, el escenario podría ser otro: en los programas electorales de las máximas fuerzas se habla de un salario mínimo legal y de la ley de representación, para hacer frente a una fragmentación de la propia representación que ha afectado gravemente al colectivo estructuras de negociación donde siempre son más recurrentes y amenazantes, por un lado, la "piratería" a la baja de las reglas; por otro, la propagación, incluso en sectores antes "vacunados", de la pestilencia del sindicalismo radical de base. Pero para rediseñar un modelo estable y sólido de relaciones laborales, el poder político debe, en primer lugar, garantizarse estas condiciones previas. Las dudas son comprensibles. Y perturbador.

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