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Carboni, las 3 raíces del malestar italiano: escaso crecimiento, clase política miope, degradación ética

INFORME DE CARLO CARBONI EN EL SEMINARIO DE LA FUNDACIÓN VISENTINI – Según el sociólogo de Ancona, las raíces del malestar italiano se remontan a la incapacidad del país para crecer, la miopía de la clase política dominante y la decadencia de la ética pública, pero es posible volver.

Carboni, las 3 raíces del malestar italiano: escaso crecimiento, clase política miope, degradación ética

 Desde que estalló la crisis económico-financiera en los últimos años, hemos leído y escuchado reiteradamente el consolador estribillo: A Italia le irá mejor que a muchos otros países europeos, gracias a su robusta economía manufacturera, la solidez de los presupuestos familiares y, en parte, de empresas y bancos.. No hay duda de que la capacidad de adaptación de los italianos ha hecho al país capaz de resistir una crisis internacional que, sin embargo, registró un recrudecimiento violento con el largo estallido financiero del verano que puso de relieve sobre todo los límites del Viejo Mundo Occidental que se asoman al escenario mundial. Italia ha resistido el impacto. Sin embargo, persisten problemas internos que corren el riesgo de frustrar la estabilidad de nuestro tejido socioeconómico hasta la fecha.

Primero, resurge, sintomáticamente, la  Descenso económico: el país no ha podido crecer a tasas socioeconómicas aceptables desde hace una década (durante la cual el crecimiento fue globalmente 1/3 de la media de la UE); en el período de dos años 2008-9, la productividad se derrumbó aún más en un 2,7%; estamos en la retaguardia en Europa para la recuperación económica (en 2010 alrededor del 1% frente a más del 3% en Alemania). El riesgo de un empeoramiento del escenario socioeconómico nacional es concreto si no se implementan esas reformas estructurales, del sistema, al que la clase política sigue haciendo oídos sordos. Por lo tanto, tienen razón quienes han denunciado durante mucho tiempo los males del inmovilismo, la indecisión, la baja rotación, la falta de visión de nuestras élites políticas, temerosos de que la implementación de reformas pueda bloquear mecanismos de consenso bien engrasados, calibrados en un ciclo electoral de corto plazo (Ornaghi , Carbonio).

El segundo problema interno es precisamente el crisis politica. En un libro de 2002 subrayé que, sin que la opinión pública lo supiera, la crisis política fue, con mucho, la más percibida por los italianos en el cambio de milenio. Fue a principios de la década de XNUMX con Tangentopoli, lo sigue siendo hoy, cuando a los ojos de los italianos la política, más que un medio para resolver problemas, es en sí misma un problema. La crisis política ha sido una compañera asidua de la Segunda República, tanto que se plantea la hipótesis de que no hemos salido nunca de ella desde finales de los años ochenta. La "puerta estrecha" que Italia debe cruzar, por tanto, sigue siendo siempre la misma: la de una acción institucional carente de transparencia y carente de decisiones reformistas. En resumen, el la clase política sigue atrincherada en sus propios privilegios.

Si falta el mérito y la imparcialidad en la elección de la dirección política, si no hay competencia y todo, en política, se resuelve en la cooptación de fieles de bajo nivel, si se sustituye una relación transparente con los ciudadanos y las empresas por una relación colusoria y el cabildeo entre la política y la economía, entonces el clientelismo, la corrupción y el mercado político corren el riesgo de engullir partes saludables de nuestra Autoridad Palestina y nuestra economía. No nos puede sorprender que el cinismo y la conducta amoral se propaguen luego en la sociedad, enroscándola en intereses atomizados y particularistas. Durante la segunda República, pasamos del familismo amoral al individualismo amoral. Este es el tercer problema interno, el crisis moral-cultural de la sociedad, como espejo del de la clase política.

Estos tres temas tematizan il malestar democrático italiano, por la falta de hegemonías reales y élites autorreferenciales que no juegan un papel protagónico en el país, como se requeriría de una verdadera clase dirigente. Cada grupo tira agua a su molino.

En este capítulo, después de aclarar qué entendemos por malestar democrático (2008), ahondaremos en el campo de tensión que lo produce, el existente entre la élite y la sociedad, constatando los duros contrastes, pero también las afinidades recíprocas, las primeras siendo un espejo del otro.

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