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En busca del sentido perdido de la tecnología

¿Cuál es la esencia de la técnica? ¿Y cuáles son las consecuencias de la tecnología? Cierta problemática comienza a surgir en torno a un fenómeno que afecta cada vez más a la economía, la sociedad, la cultura y la vida de las personas. Entre los “arrepentidos” o “revisionistas” se encuentran nombres ilustres desde Bill Gates hasta Tim Berners-Lee. Aquí hay algunos elementos de reflexión a partir de Heidegger.

En busca del sentido perdido de la tecnología

Las consecuencias de la tecnología en la economía, la sociedad, la cultura y la vida de las personas son inmensas hoy, como quizás nunca antes. Son consecuencias instrumentales y también antropológicas. Sin embargo, pocos de estos últimos se han preocupado hasta ahora, especialmente aquellos que han sido los furiosos protagonistas del cambio tecnológico. Ahora empieza a surgir cierto problema en torno a lo que estaba envuelto en el aura del mesianismo. Tecnólogos como Eleon Musk y Bill Gates han lanzado un grito de alarma sobre las posibles consecuencias del advenimiento de la Inteligencia Artificial que se presenta como algo inevitable e incluso aterrador.

Las filas de "arrepentidos" y "revisionistas" de la tecnología son cada vez más grandes, como lo demuestra el último discurso de Jaron Lanier, uno de los padres de la realidad virtual, y el libro de Chris Hughes, cofundador de Facebook. Tim Berners-Lee, inventor de la web, ya no la reconoce, tanto se ha convertido en algo que parece más un peligro que una oportunidad. Los legisladores, que han estado observando hasta ahora, comienzan a preguntarse si es necesario hacer algo, aunque todavía no está claro qué, como claramente dice el último "informe especial" de uno de los think-tanks más prestigiosos del mundo. señala, The Economist, que ha dedicado varias páginas al tema de "Arreglar Internet".

Hace más de medio siglo, uno de los más grandes pensadores del siglo XX, Martin Heidegger, en el contexto de una reflexión sobre el significado de la tecnología, dijo muy claramente que las consecuencias de la tecnología son todo menos tecnológicas. En realidad, para el gran pensador alemán, la tecnología no es algo que sólo tiene un valor práctico, fenomenológico, sino que pertenece a la naturaleza misma del ser. ¿Cuál es entonces la esencia de la técnica? Le preguntamos a Federico Sollazzo, quien editó una nueva edición de La cuestión de la técnica de Heidegger, además de estudioso de las tendencias profundas del mundo contemporáneo a quien ha dedicado un volumen colectivo titulado Transiciones. Filosofía y cambio para actualizarnos sobre las últimas reflexiones filosóficas sobre este tema tan importante. Su contribución está abajo. ¡Feliz reflexión!

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El sentido perdido de la técnica

por Federico Sollazzo

En el mundo hipertecnológico en el que vivimos, los análisis de la tecnología se multiplican constantemente. Pero para no hablar de tecnología con el lenguaje de la tecnología, quedando así enredados en el perímetro que ella misma prepara, hay que poder hablar del sentido de la técnica; justo de lo que la tecnología no habla.

Hablemos de tecnología, pero partiendo del sentido de la técnica

Es evidente que hoy, en el Occidente ampliado, vivimos en un mundo hipertecnológico, donde la tecnología y la ciencia no solo representan un aparato operativo práctico, compuesto por todos los dispositivos que nos rodean, sino también un paradigma universal de conocimiento, la de las "fortunas magníficas y progresivas" de Leopardi, según la cual el conocimiento es objetivación, esquematización, medida, cálculo, reducción de todo y de todos en información, datos manejables.

Lo que afirma este modelo de conocimiento lo evidencia el hecho de que hoy es el sentido común y que no admite alternativas, la tendencia es binaria, conmigo o contra mí, con el progreso – porque el de hoy no se plantea como un progreso, sino como el progreso; y muchos saludos a la distinción de Pasolini entre desarrollo y progreso – o con barbarie.

Existe una enorme literatura y debate sobre el tema de la tecnología. Tratando de cartografiarlo todo, aunque sea de forma sumaria, encontramos análisis sobre la explotación de las nuevas tecnologías con fines de control social (lo que Morozov define como GAFA - Google, Apple, Facebook, Amazon), sobre el "dataísmo" derivado del llamado big data (creo que a Yuval Noah Harari), sobre el impacto psicológico y social de las nuevas tecnologías en nuestras vidas (de Turkle a Bauman, de Gehlen a Galimberti), sobre el papel de las tecnologías en la industria del entretenimiento, que también incluye la cultura industria (desde la Escuela de Frankfurt, en particular la primera, hasta Debord), sobre el futuro de la sociedad hipertecnológica (en los extremos opuestos: Spengler y Fukuyama), sobre el impacto de la tecnología en el arte (Benjamin), y muchas otras articulaciones de el discurso Still.

Ahora bien, todos estos argumentos son de sumo interés y merecen atención, sin embargo creo que hay un tema que los recorre a todos como hilo conductor y los hace ser lo que son, aun cuando no se explicite ese tema: el del sentido de técnica En efecto, ¿por qué se atribuye cierta genealogía y cierto destino posible a cierto sistema técnico? ¿Por qué se reconoce que tiene la capacidad de influir en la sociedad, el arte, la cultura, las relaciones interpersonales, la consideración de sí mismo de cierta manera? Evidentemente, porque cualquier respuesta que se dé a la cuestión de la técnica, esa respuesta siempre derivará del significado que, conscientemente o no, le atribuimos a la técnica misma. En pocas palabras, las metas y las consecuencias todavía dicen poco o nada sobre el significado. Para este Heidegger, en un texto clave sobre el sentido de la tecnología, La cuestión de la técnica, distingue entre "exactitud" y "rigor": la tecnología y la ciencia modernas son exactas, pero esta exactitud guarda silencio en relación con la cuestión de su significado, que en cambio es la única pregunta capaz de decirnos lo que tenemos que hacer, y que sólo puede penetrarse con el rigor del razonamiento; la esencia de un fenómeno no se obtiene ciertamente de una operación, por exacta que ésta sea, sino de un razonamiento riguroso.

Más allá de la tecnofilia vs. tecnofobia

Ni que decir tiene que aquí estamos más allá de la oposición, que hoy por desgracia anima el debate, sin decir nada relevante, entre tecnofilia y tecnofobia. Aquí no se trata de mitificar o demonizar, sino de comprender el fenómeno que tenemos delante, a partir de su esencia.

Ahora bien, ciertamente no quiero argumentar que lo que dijo Heidegger sobre la esencia de la técnica es lo mejor, si no único, que se puede decir sobre el tema. Pero lo precioso de él, incluso antes de entrar en el fondo de su argumentación, es que constantemente nos recuerda que es la forma en que hacemos la pregunta sobre el sentido de la tecnología la que dirige todo nuestro cuestionamiento relativo. Y debe notarse que incluso el hecho de no hacer esta pregunta sigue siendo la pregunta de una premisa que dirige nuestro decir y pensar; esta es la cuestión del "olvido del Ser".

Permítanme un pequeño ejemplo para mostrar cómo la forma en que nos hacemos, o no, la pregunta sobre el sentido de la tecnología decide nuestra visión de la tecnología.

Si, por ejemplo, se acepta la propuesta de Heidegger según la cual la esencia de la técnica moderna, y ciertamente no de la technè antigua, es la "imposición" (Gestell), que reduce a todos y a todo al "fondo" (Bestand) disponible para cualquier manipulación , se sigue entonces que el problema fundamental al que nos enfrentamos en el mundo occidental ampliado, es decir, occidental no simplemente en el sentido geográfico, no es un problema de orden práctico, financiero y/o político y/o ecológico, sino más bien conceptual, ontológico. , cuestión metafísica, que sólo como consecuencia produce resultados prácticos.

(De paso, su discurso sobre la Gestell se cruza de manera asombrosa con el discurso de Pasolini sobre la "mutación antropológica" y con el de Marcuse sobre la "unidimensionalidad", hasta el punto de que mi ensayo en el volumen editado por mí Transiciones. Filosofía y cambio se dedica precisamente a seguir el camino que se deriva de la superposición -que aún me parece poco explorada- de estas tres perspectivas.)

Por lo tanto, si alguna vez llegamos a nuestra autoaniquilación (hipótesis que no debe ser rechazada), no debe entenderse exclusivamente en el sentido físico, como una extinción material, sino también como una supervivencia física en la que, sin embargo, cualquier cuestionamiento sobre el sentido de las cosas se extingue, por tanto una situación en la que se utiliza la tecnología, y quizás también se reflexiona sobre el uso que se hace de ella y sus consecuencias, pero sin preguntar cuál es la esencia de la tecnología, pues entonces no debemos creer que esa aniquilación se produjo por un hecho práctico, un desastre nuclear, una guerra, la contaminación, la pobreza, la crisis del bienestar, el descenso del nivel de educación y cultura, etc., sino por una cierta forma de (no)pensar el sentido de las cosas y, por tanto, del vivir.

Por una ontología de la técnica

Siendo así, no es de extrañar que en el mundo hipertecnológico en el que vivimos, cuando hablamos de tecnología digamos todo sobre sus manifestaciones y nada sobre su esencia. Esto se debe a que hablamos de tecnología (y de todo lo demás) en el lenguaje de esta tecnología, es decir, en términos de cálculos y medidas, no de significados. Parafraseando la frase de Heidegger según la cual "el estado técnico sería el servidor más servil y ciego frente al poder de la tecnología", se puede afirmar, pues, que el técnico, el experto, el especialista, el profesional, el gestor es el el individuo más servil y ciego frente al poder de la tecnología, ya que sabe todo sobre el cómo y nada sobre el por qué, llegando a confundir a menudo el segundo con el primero (recordemos las observaciones de Arendt al respecto, escandalosamente tópicas, sobre el caso Eichmann y la “banalidad del mal”).

Y fíjate cómo la perspectiva de esta técnica es ahora una mentalidad extendida a todos los ámbitos de la sociedad, incluida la presunta alta cultura, que hoy toma la forma de mera gestión de datos, basta con ver las universidades de hoy que funcionan de una manera profundamente diferente en comparación con las de dos, uno o incluso hace apenas medio siglo, repitiendo una metodología, por tanto una técnica, ante el aumento cuantitativo de los resultados, que a su vez no son más que datos, por tanto, datos que producen otros datos, sin preguntarse el cuestión del significado conceptual, por lo tanto del origen y destino, de este modus operandi (para criticar esta deriva nocional y buscar otras configuraciones de la cultura, he creado recientemente el centro cultural independiente "Krinò" Taller de Pensamiento).

En confirmación de este escenario, y apoyándonos de nuevo en el vocabulario de Heidegger, podemos ver cómo casi todas las conceptualizaciones de la tecnología (que mencioné de manera muy concisa al principio) se enmarcan en lo que Heidegger llama definición instrumental y antropológica de la técnica. El primero define la tecnología como una herramienta, el segundo como resultado de la creación del hombre. Ambas concepciones se desarrollan intensamente en la actualidad. En efecto, el instrumental lo encontramos en todos aquellos análisis sociológicos, psicológicos, económicos, hoy también neurológicos, que pretenden analizar un elemento técnico en función de su impacto, los resultados que produce en la sociedad y/o en el individuo (por ejemplo, el análisis de la arquitectura de TI, funciones, características y estética de un dispositivo tecnológico o funcionalidad en línea, puede indicar sus llamados objetivos). El antropológico en cambio está presente en aquellos análisis que consideran lo que el hombre puede hacer con un elemento técnico (por ejemplo, los contenidos que un usuario elige subir a un sitio web y las consecuencias que esto puede producir). En todos los casos, falta una concepción "ontológica", que reflexione no sobre la tecnología como herramienta o como producto, sino sobre el sentido de la técnica. Y la paradoja es que, seamos o no conscientes de ello, las visiones instrumentales y antropológicas siempre descansan sobre una premisa ontológica.

El aparato tecnológico actual no agota el sentido de la técnica

¿Significa esto que debemos tirar por la borda todos los análisis de la tecnología que no aborden directamente la cuestión de su significado? Ciertamente no. Sin embargo, sí significa que si no queremos seguir avanzando de manera miope, siempre debemos tener presente la cuestión del sentido de lo que hacemos, incluidas las habilidades técnicas.

Un buen punto de partida, siempre sobre la base de Heidegger, podría ser tener en cuenta cómo en el mundo antiguo la palabra technè también significaba lo que llamamos arte en las lenguas modernas. Aquí se podría meditar cómo la técnica y el arte están más cerca de lo que solemos estar dispuestos a creer, hasta el extremo de poder ser la misma cosa. Pero ojo, ciertamente no en el sentido de una tecnologización del arte, sino en el de un arte de la técnica.

Dices que si la tecnología actual se entendiera en los términos artísticos anteriores, ¿no sería el mundo un poco diferente?

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Federico Sollazzo actualmente enseña Filosofía Continental en la Universidad de Szeged, donde en 2017 estableció el Taller de Pensamiento "Krinò", dedicado a la crítica de la alta cultura actual, a partir de, entre otros, la filosofía académica contemporánea; a partir de 2018, el Taller de Pensamiento "Krinò" se convierte en un centro cultural independiente, con sede en la misma ciudad húngara pero con sesiones, en inglés e italiano, también en otras ciudades y países.

Entre sus publicaciones recientes, el ensayo introductorio, Heidegger y la técnica. Introducción a la nueva edición del ensayo de M. Heidegger, La cuestión de la técnica, reeditado junto con Ciencia y meditación, trad. es de G. Vattimo (2017); la curaduría del volumen colectivo Transizioni. Filosofía y cambio. En Movimento con Heidegger, Adorno, Horkheimer, Marcuse, Habermas, Wittgenstein, Gramsci, Pasolini, Camus (2018), al que también contribuyó con el ensayo Racionalidad instrumental e individualidad transicional, ayer y hoy.

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