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Massimo D'Alema: “Contra corriente. Entrevista sobre la izquierda en el momento de la antipolítica"

NUEVO LIBRO DE MASSIMO D'ALEMA: “Contracorriente. Entrevista sobre la izquierda en el momento de la antipolítica” de Peppino Caldarola, editor de Laterza – Ante el populismo imperante y la degradación de los partidos, ¿se puede relanzar una política reformadora moderna? Así lo cree el exprimer ministro: "Innovar sin tirar lo vivo en plena época neoliberal"

Massimo D'Alema: “Contra corriente. Entrevista sobre la izquierda en el momento de la antipolítica"

En mi vestuario de cinco contra cinco vivo una situación incómoda. Cualquiera que sea la filiación política, de derecha o de izquierda, de mis amigos, todos sin distinción expresan aversión, si no repugnancia, por los partidos (y casi siempre también por la política). Para los que como yo -ya claramente una minoría- acostumbrados a considerar el compromiso político como uno de los pilares de la modernidad, es difícil encontrar argumentos racionales eficaces para contrarrestar esta llamativa burbuja antipolítica.

Por ello, si se quiere acceder a otras interpretaciones, es recomendable leer el reciente volumen de Massimo D'Alema, magistralmente entrevistado por Peppino Caldarola, quien por el contrario aporta un rico catálogo de razones a favor de una concepción elevada y reformadora de la la política: y bajo ciertas condiciones también (y sin molestar a Max Weber) la necesaria recuperación del papel de la profesionalidad política.

Este acercamiento abiertamente alternativo a las vulgatas dominantes ya se manifiesta en el título: Controcorrente. Entrevista sobre la izquierda en el momento de la antipolítica (Laterza editore).

En efecto, si uno pretende relanzar la función reguladora de la política, debe nadar conscientemente en un mar predominantemente hostil. Pero, como señala D'Alema, las diferentes versiones del populismo antipolítico, que podemos considerar con razón como una medida significativa del espíritu de la época, no son nada nuevo en la historia italiana. Estos impulsos reaparecen en oleadas, invisten a las propias instituciones, cuestionan los fundamentos de la vida democrática, mediante el recurso constante a la idealización de la decisión jerárquica, tomada por unos pocos o incluso por uno solo.

Evidentemente me doy cuenta de que la campana de D'Alema (sobre cuyo tañido diré algo en breve) despierta sospechas en muchos. De hecho, este reconocido protagonista de nuestra vida pública, respetado y muy bien considerado en el ámbito internacional (donde actualmente preside Ferps, la Fundación Europea para los estudios de izquierda de inspiración socialdemócrata), es retratado por nuestros medios como la encarnación de la política 'politizante', empeñada en complots e intrigas: mientras, con razón, se le considera uno de los últimos iconos de la 'politique d'abord', de la superioridad de la política entendida como regulación de la vida social. En realidad, este confuso imaginario colectivo ha sido cultivado –como señala el propio D'Alema– incluso por una parte de la prensa a la que le gusta etiquetarse a sí misma como de izquierda.

Pero esta campana dalemiana parte de un análisis crítico, realista y tajante de la degradación de los partidos. Ya maduró antes del derrumbe del muro y siguió imparable en los últimos veinte años. Ciertamente alimentado por el auge del liberalismo financiero, esencialmente desregulado, que ha acompañado el éxito de poderes tecnocráticos y órganos de toma de decisiones opacos y antidemocráticos. Así, el escenario al que nos enfrentamos es de partidos “que se presentan más como grupos de comités electorales que como asociaciones de ciudadanos unidos en torno a valores, programas, visiones del mundo”. Sin embargo, si se aceptaran los impulsos del sentido común, se iría -advierte el autor- en la dirección de una "más deconstrucción". Lo que se necesita en cambio es un rediseño que redefina su significado y funciones.

Entonces la tesis es que los partidos están muriendo -con la excepción parcial, en el caso italiano, del Partido Demócrata- no por exceso, sino por falta de política. En cambio, ha habido demasiada mala política que ha sustituido intereses, incluso privados, por el tejido del bien común. La solución consiste en un profundo replanteamiento del instrumento partidario, sin nostalgia tradicionalista de la época dorada de los partidos de masas, pero claramente orientado hacia un replanteamiento estratégico: de carácter ético e ideal, además de programático. El nudo a desatar consiste entonces en repensar y actualizar la dimensión de la política como motor de transformación colectiva del mundo. Al respecto, D'Alema menciona la experiencia de las primarias y el vasto mecanismo de participación ciudadana que puso en marcha al Partido Demócrata (haciendo también una autocrítica por no haber entendido de inmediato las implicaciones), reuniendo y dando así a una amplia impulso en la sociedad. Es el ejemplo de una buena práctica, que ya ha demostrado concretamente que sabe trabajar produciendo consenso.

Pero los partidos, y la política, pueden repensarse y relanzarse si se declinan bien y contextualmente los otros dos supuestos en los que se detiene el libro: la izquierda y Europa. De hecho, los dos términos deberían entrelazarse tanto como sea posible y volver a proponerse en la versión de la 'izquierda europea'. Por supuesto, invertir el rumbo en Italia es fundamental. Y en esa dirección es crucial -argumenta el presidente de la Fundación Italianieuropei- que el centroizquierda, con la contribución fundamental del Partido Demócrata, la "única barrera" a la deriva de la política, sea un candidato convincente para dirigir el país. , como lo está haciendo. Pero esto no será suficiente sin una acción de amplio alcance a escala europea. Lo que se necesita es "un cambio profundo en la dirección del crecimiento y la justicia social". Para lo cual una condición insuperable es la reorientación de las políticas europeas. Los estados individuales no pueden hacerlo solos, especialmente en un marco de reglas hostiles, que penalizan el gasto de inversión y el propio intervencionismo público virtuoso. De ahí la necesidad de materializar un reformismo robusto de alcance europeo, del que ya podemos ver los primeros indicios. Dentro de la cual juegan un papel importante las fuerzas progresistas, pero ya proyectadas en un marco de "alianzas de centro-izquierda que van más allá de la tradición socialdemócrata": al fin y al cabo, el propio Pd -nos recuerda D'Alema- es parte integrante parte, pero con sus peculiaridades, de este nuevo reformismo europeo que se está gestando. Así, finalmente, una izquierda plenamente europeísta, capaz de hacer despegar la integración europea, sin la cual existe un claro riesgo de estancamiento económico y de retroceso de las propias características de la ciudadanía social.

Este es el corazón político del análisis y la propuesta de D'Alema, que además añade palabras de cauto optimismo sobre la posibilidad de que Italia se recupere y el centroizquierda sea el protagonista de este relanzamiento. Si bien no se ocultan las dificultades y la complejidad del esfuerzo, dentro de una perspectiva todavía marcada por la limitación de recursos y la necesidad de austeridad económica.

El libro se detiene en la fase que precedió al ascenso-descenso de Monti al campo. Por lo tanto, vale la pena escuchar otro chiste actualizado del autor en referencia a la "fuerte impronta antipolítica que caracteriza a toda la operación Monti". Este último actuó en nombre de la supuesta superioridad de la sociedad civil. “¿Pero de qué sociedad civil estamos hablando?” se pregunta D'Alema, quien añade "en realidad, detrás de Monti aparece un robusto bloque de intereses que exigiría un trabajo de depuración no menos exigente" que la presencia de malos políticos: de hecho, "la intrusión de Monti en los diarios cuyas propiedades figuran en buena medida entre los patrocinadores y simpatizantes de su lista es seguramente exorbitante”.

Pero volviendo al libro, también contiene muchas otras cosas, tentadoras para un lector atento a las dinámicas y no triviales implicaciones del relato político, no sólo nacional. Para quien tenga curiosidad y quiera toda la primera parte reconstruye desde dentro -y con algún trasfondo inesperado- la despedida del PCI y la preparación de la campaña del olivo, y la experiencia de gobierno como Primer Ministro de 1998 a 2000 (sobre cuya dudas vuelve también el autor en clave autocrítica). Quienes estén interesados ​​en saber más, pueden en cambio medirse con una lección verdaderamente sistemática y contundente sobre política exterior (aunque el entrevistador Caldarola conserva algunas dudas sobre la posición adoptada hacia Israel por nuestro exministro).

Entonces, ¿una imagen que no solo es exitosa, sino también completamente perfecta y compartible? En lo que a mí respecta, me sigue pareciendo demasiado vaga, y quizás inadecuada, la idea resumida en esta expresión: "el reto de la izquierda es innovar sin tirar lo vivo en la época neoliberal: tirar el agua sucia". de injusticias y desigualdades, pero manteniendo el impulso hacia una economía más abierta y competitiva”. Estoy escribiendo esto en un diario en línea que probablemente estaría totalmente de acuerdo con este enfoque dalemiano. Pero en mi opinión, los resultados negativos, no solo en términos de equidad sino también de eficiencia, del paradigma económico actual deberían empujar hacia un cambio de fronteras más claro. Después de treinta años dominados por la ilusión del mercado autorregulado, el péndulo oscila –o debería– en una dirección radicalmente diferente, encaminada a restaurar la primacía de una esfera pública no estatal, capaz de hacer el mejor uso del mercado pero también corrigiendo sus distorsiones.

¿Estarían satisfechos mis escépticos amigos del fútbol (símbolo de un desencanto italiano más amplio)?

No sé, también por qué deberían competir mientras tanto con la lectura (que no es automática) de este -como de otros- textos que no imitan las modas actuales. Pero quizás precisamente ese -el distanciamiento generalizado de la reflexión política seria, que algunos tienen interés en alimentar- sea uno de los principales males que dominan el escenario de nuestra vida civil. Aumentando la distancia entre el debate culto y el sentido común de las masas, cada vez más alejado del generoso ideal de socialización de la política.

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