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El Vaticano de hoy y los Papas de ayer

Mirando los acontecimientos de estos días que preocupan a la Iglesia y al mundo católico, se piensa con cierta nostalgia en De Gasperi y Moro, en Juan XXIII y Pablo VI, con algún reconocimiento también a la DC - El Papa Ratzinger ha mostrado sus condolencias por la hechos ocurridos, pero aún no ha anunciado ninguna medida contra los protagonistas.

El Vaticano de hoy y los Papas de ayer
No hace falta declararse y considerarse católico observante y practicante para sentirse profundamente entristecido y amargado por los tristes acontecimientos que involucran al Vaticano: comportamiento despreocupado con el dinero, banqueros cuestionables que primero ascienden a puestos de altísima responsabilidad y luego son expulsados de aquellos altísimos prelados que antes los habían colocado en aquellos lugares. Fue el mismo cardenal Tarcisio Bertone quien llamó a Ettore en 2008 Gotti Tedeschi para administrar las finanzas de la Gobernación de la Ciudad del Vaticano. ELmientras tanto se filtran noticias de y en todas direcciones, mientras que hasta el mayordomo del Santo Padre está bajo acusación. Y en el Vaticano hay quienes, antes de preocuparse por la veracidad o no de los hechos, y el origen de esa noticia, se desquitan con los periodistas que la publican y difunden. Como si bastara una vigorosa intervención de la censura para solucionar los problemas de una Iglesia en evidente dificultad y con poca credibilidad.

Tanta tristeza y amargura. Particularmente sentido en Italia no solo por los católicos en la ronda. Sí, porque es difícil, incluso para aquellos que se creen laicos convencidos, no recordar la importancia y la contribución de ideas y comportamientos que algunos Papas (italianos) han dado al prestigio y, a veces, a la estabilidad de nuestro estado. La primera referencia es a Papa Roncalli. Sucedió a Pío XII (el príncipe Papa que muchas veces y no siempre oportunamente habló de la política italiana y con quien incluso el muy católico Alcide De Gasperi tuvo dificultades de relación), Juan XXIII no obstaculizó el diálogo entre católicos italianos y socialistas, del que nació el primer centro-izquierda. Eran los años en los que se iniciaba la política de distensión internacional, con el Papa, Kennedy y Jruschov como protagonistas.

Pero fue sobre todo un montini que debemos pensar con gratitud en cómo logró ayudar a nuestro país, sin traspasar jamás la frontera de la injerencia indebida, en uno de los momentos más dramáticos de nuestra República: el de Moro crimen. Cuando el estadista demócrata cristiano fue encontrado asesinado por las Brigadas Rojas después de su largo encarcelamiento, la familia se negó a participar en el funeral de estado y fue Pablo VI, que (caso único en la historia) asistió y presidió la ceremonia fúnebre en San Giovanni, poner todo su prestigio y autoridad al lado del Estado italiano. Eran tiempos en los que estaba de moda decir: “Ni con el Estado ni con las Brigadas Rojas”.
 

Es en este marco de recuerdos que se piensa en la profunda angustia que debe haber golpeado a la comunidad católica italiana en los últimos días. Sobre todo esa parte de ella que siempre se preocupó por mantener su ser católico en riguroso equilibrio con la participación en la vida pública italiana. Ciertamente, en los tiempos del Papa Juan y el Papa Montini todavía existía la DC. Pero no fue sólo en DC donde los católicos italianos se reconocieron. Así como la DC no identificó su presencia en la política sólo en referencia a la Iglesia. Es cierto que la DC promovió referéndums contra el divorcio y luego contra el aborto. Los perdió. Tomó nota de ello y evitó que repercutiera negativamente en el equilibrio político sobre el que se asentaba el gobierno del país.
Hoy el DC ya no existe. Y en los últimos años hemos visto que la Iglesia prefiere opinar en política sin partidos de referencia. En teoría podría ser bueno, progresar. Pero en realidad no siempre ha sido así. Sin la mediación de la parte católica, las intervenciones de la Iglesia han parecido a muchos laicos cada vez más extendidas. Piénsese en las invitaciones del cardenal Ruini a desertar de las urnas con motivo del referéndum sobre la fecundación asistida. Y dispuestos a recoger sin peros los indicios de más allá del Tíber eran precisamente fuerzas políticas que tenían algo que perdonar tanto en lo que se refiere a la ética pública como a la privada.
Es en este contexto que la figura de Papa Ratzinger, recibido por la opinión pública y por la mayoría de los medios de comunicación con grandes expectativas: un gran y riguroso teólogo, capaz (en opinión de muchos) de contener una deriva antitradicionalista y relativista, y como tal expuesta a la intimidación de otras religiones, especialmente la islámica. No es casualidad que comentaristas casuales exaltaran el discurso del Papa Benedicto en la Universidad de Ratisbona con tonos y referencias de cruzada.
Estos días Ratzinger no ocultó su tristeza por los hechos que han sacudido a la Iglesia. Al mismo tiempo no ha tomado ni anunciado medidas contra los protagonistas de esos hechos. ¿Indulgencia de un Pastor de almas? ¿La indecisión de un estudioso más atraído por los estudios teológicos y la relación con la fe que por el liderazgo de una entidad compleja como la Santa Sede? ¿La prudencia adecuada de un Papa muy avanzado en años? Podría ser un poco de todas estas razones juntas. El hecho es que la Iglesia y el mundo católico están atravesados ​​por el desánimo y la tristeza.
 
El Papa está en Milán desde ayer por la tarde para una visita de tres días a la Iglesia Ambrosiana. Podría ser una oportunidad para relanzar la imagen de la Iglesia: encuentros con familias y peregrinos, un gran concierto en La Scala, "un baño de cariño alejado de los problemas de la curia", como escribió Il Foglio, que sin embargo no ocultó “el desconcierto” de quienes acogen al Papa.
Y aquí vale la pena recordar que la región de Lombardía, de la que Milán es la capital, está dirigida por otra figura muy discutida en el mundo católico de hoy: Robert Formigoni de Comunión y Liberación. Formigoni y su sistema de poder, fundado en gran parte en amigos de esa comunidad eclesial, están en el centro de escándalos relevantes centrados en las lujosas vacaciones que se le ofrecerían al Gobernador, de sus amigos de CL que también fueron interlocutores de la Región y beneficiarios de contratos para el complejo sistema de salud lombardo. Formigoni ha dicho en repetidas ocasiones que no tiene intención de dejar su (cuarto) cargo.

En definitiva, las dificultades del mundo católico no se detienen e incluso van más allá de los confines de los palacios vaticanos. Montanelli escribió una vez que cuando Giulio Andreotti acompañaba a De Gasperi a la misa, de la que era subsecretario, mientras el primer ministro hablaba con Dios, él prefería hablar con los sacerdotes. Pensar mal es pecado. Pero de las historias de los "cuervos" en el Vaticano y de las fiestas del casto gobernador lombardo, nos da la impresión de que quien, como el estadista trentino, va a la iglesia a hablar con Dios, se encuentra cada vez más en dificultad y probablemente también en la minoría.

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