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Los cinco tabúes que frenan el crecimiento de Italia

En 2017, el crecimiento económico italiano superará las expectativas no solo gracias a la situación económica favorable, sino también a las valientes reformas. Sin embargo, aún se podría hacer más si fuera posible romper los cinco tabúes políticos que nos impiden liberar todas nuestras energías. Esto es lo que son

Los cinco tabúes que frenan el crecimiento de Italia

En 2017, el crecimiento económico italiano, estimado en alrededor del 1,5 por ciento, superará las expectativas. Es la consecuencia no sólo de una situación macroeconómica favorable, sino también de un valiente camino de reformas. Sin embargo, la recuperación económica refleja fuertes disparidades entre una Italia que está creciendo (principalmente empresas manufactureras medianas y grandes, especialmente en el centro-norte) y una que todavía está en apuros (principalmente pequeñas empresas de servicios, sobre todo en el centro-sur) . Para llenar el vacío, es necesario continuar con coherencia y determinación en el camino del cambio. Pero, para que esto suceda, primero se deben romper cinco tabúes políticos.

El primer tabú es el del fracaso. La eficiencia de los mercados deriva de la continua reasignación de los factores de producción (capital y trabajo). El supuesto implícito es que las empresas relativamente ineficientes son expulsadas del mercado porque los consumidores no compran sus productos. Más allá de las normas formales, por lo tanto, es fundamental que no haya obstáculos políticos para este proceso. Así como en el mercado laboral una mayor flexibilidad hacia el exterior es la condición previa para la vitalidad en la entrada, en el mercado de factores la posibilidad de fracaso es esencial para la creación de nuevas empresas.

El segundo tabú, estrechamente relacionado, es el del statu quo. No se puede pensar en capturar los beneficios (sociales) de la competencia sin aceptar su costo (privado, para las empresas menos competitivas), es decir, sin aceptar la plena contestabilidad de los factores. De ello se deduce que una política de privatización es esencial (piense en los servicios públicos locales), porque la propiedad pública en la práctica hace que las empresas no puedan escalarse.

El tercer tabú se refiere a la naturaleza misma de la competencia. La competencia no solo produce mayor eficiencia en los procesos productivos: es un poderoso motor de desarrollo económico y social principalmente porque genera innovación. La innovación, a su vez, postula la capacidad de las empresas de ofrecer nuevos productos, pero también de experimentar con nuevas soluciones organizacionales. Todo ello es incompatible con la pretensión de enyesar la organización industrial dentro de los cánones del pasado: ejemplos son la convergencia entre diferentes servicios (como en el caso de las telecomunicaciones y los productos audiovisuales) pero también la evolución de la naturaleza de las empresas (por ejemplo apertura a sociedades anónimas en la producción de servicios profesionales).

El cuarto tabú es consecuencia de lo dicho anteriormente: en un contexto competitivo, la carrera profesional de los empleados cambia, y las redes de seguridad social deben tomar una forma diferente. El objetivo ya no es proteger los puestos de trabajo, sino los trabajadores durante las fases de transición. Los pasos dados en los últimos años hacia un sistema moderno de políticas activas de empleo van en esta dirección, pero el camino aún es largo y lleno de obstáculos.

El quinto tabú es el más difícil de romper, porque no se refiere a una política específica oa un principio general, sino al fundamento mismo de nuestro sistema económico. La productividad sólo puede crecer en una economía abierta. La política debe jugar un papel crucial en la definición de las reglas del juego, no intervenir en los resultados, tratando de tirar de ellos en una dirección u otra. El quinto tabú a romper es, pues, la fatal presunción de saber qué es lo mejor. No hay crecimiento en el que los políticos y los burócratas quieran robar a los consumidores la última palabra sobre qué empresas deben vivir y prosperar, y qué productos deben consumirse.

Cada uno de estos prejuicios abofetea el potencial del país para generar ingresos y riqueza. Quitarlos tiene un costo político: sólo una clase dominante que tenga el coraje de hacerse cargo de ellos (como se ha hecho en parte) podrá descubrir que no es un sacrificio, sino una inversión.

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