comparte

FUGNOLI (Kairos) – Los bancos centrales tienen miedo: aquí están los cuatro síntomas de la próxima crisis

DEL BLOG DE ALESSANDRO FUGNOLI, estratega de KAIROS – A diferencia de los mercados y los gobiernos, los banqueros centrales ven en el horizonte la posibilidad de una crisis aún más devastadora que la de 2008-2009 – Hay cuatro indicadores: demografía, productividad decepcionantemente, la muy alta nivel de endeudamiento y baja inflación.

FUGNOLI (Kairos) – Los bancos centrales tienen miedo: aquí están los cuatro síntomas de la próxima crisis

¿Por qué, con una tasa de paro prácticamente reducida a la mitad respecto a 2009 ya unas décimas del pleno empleo, la Fed se muestra cada vez más agresiva y expansiva? ¿Por qué el BCE, con pleno empleo en Alemania y bajo la dura mirada de la opinión pública alemana, se prepara para la flexibilización cuantitativa de fin de año, una medida que nunca ha querido adoptar en los últimos años? No es la sombra de la última crisis la que quita el sueño a los responsables políticos, sino la de la próxima. 

Aquí no queremos analizar qué tan correcto o incorrecto es este miedo, ni tampoco nos interesa demasiado entender si las acciones políticas que lo siguen y lo seguirán en los próximos años son la respuesta más correcta. Solo queremos entrar en sus cabezas y tratar de entender lo que ven sus ojos y lo que sus cabezas piensan en consecuencia. 

Hoy los mercados se miran, se felicitan y se felicitan. Los gobiernos, por su parte, tienen prisa por dar por cerrada para siempre la crisis y sembrar optimismo. Los banqueros centrales, en su soledad, ven en cambio la posibilidad de una crisis aún más devastadora que la de 2008-2009.

¿Cuáles son las inmunidades comprometidas que los políticos creen ver que los mercados han olvidado? Son demografía, productividad decepcionante, niveles de deuda muy altos y baja inflación. 

Si Arabia Saudita no tuviera petróleo sería un país muy pobre. Si Estados Unidos no tuviera el boom del gas y petróleo no convencional, esta bendición se dio precisamente en los años inmediatamente posteriores a 2008, su crecimiento, ya ahora más débil que en los años anteriores a la crisis, sería aún menor y dos millones de empleos (destinados para convertirse en tres al final de la década) faltaría. 

El boom energético tuvo la gracia de darse, hace más o menos un mes, cuando la población Baby Boomers comenzó a encaminarse hacia la jubilación y a deteriorar rápidamente el perfil demográfico del mercado laboral por un lado y las cuentas de seguridad social y salud por el otro.

Hay que reconocer a la administración Obama por haber dejado de lado los escrúpulos ecologistas (desviados a la lucha contra el carbón, extraído en estados republicanos) y por haberse abrazado al salvavidas que cayó del cielo. Si hubiésemos elegido otra cosa, como la europea, tendríamos un precio mundial del petróleo 10-20 dólares más alto y una economía americana incapaz de impulsar la tibia aceleración global en marcha. 

En cuanto a la productividad, el salto fue grande, en 2009-2010, cuando las empresas aprendieron a producir lo que producían antes de la crisis con millones de trabajadores menos. Sin embargo, una vez que la situación se estabilizó, la productividad, al no nutrirse de inversiones, cayó hacia cero.

El bajo crecimiento ha llevado a una generación de jóvenes a permanecer más tiempo con sus padres, a posponer la formación de una familia, la compra de una vivienda propia y, por tanto, ha reducido el crecimiento demográfico, que también se ha visto afectado en un frente más amplio que el de la inmigración. Personas mayores, menos niños y menos inmigrantes, tres situaciones que se prevé que persistan en la próxima década, han llevado a algunos economistas a recortar drásticamente el crecimiento potencial del PIB estadounidense. 

El tercer jinete del Apocalipsis es el nivel de endeudamiento, globalmente aumentado en un 30% respecto a antes de la crisis y creciendo con fuerza precisamente en los puntos débiles del sistema. Apenas lo notamos porque las tasas cero han hecho que el servicio de la deuda sea muy liviano, pero la vulnerabilidad ante la posibilidad de un aumento de las tasas reales es máxima, global y sistémica. 

La baja inflación es la cuarta gran pesadilla para muchos políticos, porque eleva las tasas reales y no desinfla el stock de deuda existente. La baja inflación también obliga a los bancos centrales a mantener los tipos nominales en cero y hace imposible bajarlos más en caso de recaída. 

Visto así, por tanto, el mundo que entre en la próxima crisis tendrá menos productividad, menos crecimiento, mucha más deuda (esta vez también en los países emergentes, aunque sea deuda privada) y menos inflación que en 2007. Los banqueros centrales, por su parte, tendrán mucho menos margen para recortar tipos. 

Una vez que estas gafas están puestas, muchas cosas quedan claras. Los bancos centrales quieren, muy desesperadamente, más inflación. También quieren que esta inflación crezca más rápido que las tasas, para que las tasas reales sean cada vez más negativas. 

Si el mercado acepta dócilmente niveles crecientes de represión financiera, bien, de lo contrario procederá por autoridad. A nivel europeo se estudian medidas para la reducción temporal a cero de los cupones de valores públicos, mientras que la Fed analiza la introducción de un impuesto de salida para quienes quieran vender fondos en tiempos de crisis del mercado. 

No es solo el lado negativo de esta mentalidad de los responsables políticos lo que debe verse. El lado positivo es el mantenimiento de políticas monetarias que, con la caída de los tipos reales que posibilitará la inflación, serán cada vez más expansivas. La esperanza es que los linfocitos comiencen a crecer nuevamente, que los niños mayores se vayan de la casa y den a luz nietos, que las empresas con maquinaria gastada finalmente decidan invertir. No importa si habrá una burbuja bursátil (siempre que no sea tan grande que genere demasiada volatilidad). Y da igual que los tenedores de renta fija sufran una represión financiera más dura. 

Revisión