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Ferrarotti: "Una nación de idiotas frenéticos y bien informados: lo saben todo pero no entienden nada"

EL ÚLTIMO LIBRO DE FRANCO FERRAROTTI - Publicamos el último capítulo del nuevo libro del padre de la sociología italiana, "Una población de idiotas frenéticos y muy informados" (Editorial Solfanelli), que acaba de salir a las librerías y que va dirigido a el corazón de las relaciones entre la web, la información y la cultura: la avalancha de noticias no ayuda por sí sola a comprender la realidad, al contrario.

Ferrarotti: "Una nación de idiotas frenéticos y bien informados: lo saben todo pero no entienden nada"

No faltan las evidencias recientes sobre este proceso, que hoy se encuentra en pleno desarrollo, dados además los colosales intereses financieros que lo sostienen y se benefician y que nos presenta una nación de idiotas frenéticos y muy eruditos, que lo saben todo pero no entienden nada. . Mi alarma al respecto se remonta a tiempo atrás, desde "Mass media y sociedad de masas" hasta "La perfección de la nada" pasando por "Identidad dialógica" y "Empatía creativa".
Finalmente, se señaló puntualmente que «el tiempo, el esfuerzo, la concentración son cosas que nos faltan demasiado a menudo. Nos bombardean con información y nos hemos convertido en coladores que recogen solo las partículas más pequeñas de lo que les cae encima, mientras que el resto se va. Cada día parece que hay más blogs que seguir, más revistas que leer, libros que aprender, información que nos distrae. A medida que el flujo de esta información continúa creciendo, se vuelve cada vez más difícil estar debidamente informado".

Joshua Foer profundiza en su análisis y llega a conclusiones que pueden parecer obvias, pero que es bueno repetir: «La incapacidad crónica y generalizada para recordar es una característica de nuestra cultura, y está tan arraigada que la consideramos un hecho.

Pero ese no fue siempre el caso. Una vez, hace mucho tiempo, lo único que se podía hacer con los pensamientos era recordarlos. No había alfabeto para transcribirlos, ni papel para fijarlos. Todo lo que queríamos conservar tenía que ser memorizado, cada historia que queríamos contar, cada idea que queríamos transmitir, cada información que queríamos transmitir, tenía que ser recordada en primer lugar.

Hoy tenemos fotografías para registrar imágenes, libros para almacenar conocimientos y recientemente, gracias a Internet, para acceder a la memoria colectiva de la humanidad solo necesitamos tener en cuenta los términos de búsqueda adecuados. Hemos reemplazado la memoria natural con una gran superestructura de accesorios tecnológicos que nos han liberado de la carga de almacenar información en el cerebro.

Estas tecnologías que externalizan la memoria y recopilan conocimiento fuera de nosotros han hecho posible el mundo moderno, pero también han cambiado la forma en que pensamos y usamos nuestro cerebro. Le hemos dado menos importancia a nuestra memoria interna. Ya casi no tenemos necesidad de recordar, a veces parece que hemos olvidado cómo hacerlo. Me gustaría detenerme un momento en cómo se produjo esta situación. ¿Cómo llegamos a salvar nuestros recuerdos pero perdimos nuestra memoria?

Es extraño que Foer no vea cómo es la omisión y, más aún, el simple desconocimiento del contexto inmediato, no sólo histórico, lo que impide la comprensión crítica de la peligrosa situación, culturalmente hablando, en la que nos encontramos. Sus observaciones están bien fundadas, pero son insuficientes y tardías.

«Viviendo en medio de una avalancha de palabras impresas (apenas ayer, por ejemplo –24 de enero de 2012– salieron casi 3000 libros nuevos), es difícil imaginar lo que era la lectura antes de Gutenberg, cuando un libro era un objeto escrito a mano, raro y costoso, requiriendo meses de trabajo para un amanuense. Hoy escribimos para no tener que recordar, pero a finales de la Edad Media los libros no solo se consideraban sustitutos sino también ayudas para la memoria. Todavía en el siglo XV podría haber solo unas pocas docenas de copias de cualquier texto dado, y lo más probable es que estuvieran encadenadas a un escritorio o atril en alguna biblioteca, que si tuviera otros cien libros se consideraría muy bien surtida. Los eruditos sabían que después de leer un libro era muy probable que nunca lo volvieran a ver, por lo que tenían un fuerte incentivo para recordar lo que leían con gran esfuerzo. Reflexionamos sobre los textos, masticándolos, regurgitándolos y volviéndolos a masticar, y así llegamos a conocerlos íntimamente y hacerlos nuestros.»

En varios lugares, pero especialmente en "Libros, lectores, sociedad", he citado extensamente el caso del joven Nietzsche, quien al tropezar con el libro de Arthur Schopenhauer, "El mundo como voluntad y como representación", ya no es capaz de desligarse de él, vive y duerme con él días y noches, y se jura a sí mismo que, de ese autor, nunca hubiera dejado de leer una sola línea. No era sólo bibliomanía. Era auténtica bibliofagia.

Foer apunta con gran acierto que, en cambio, «hoy leemos libros 'extensamente', sin una concentración profunda y, salvo raras excepciones, los leemos una sola vez. Al leer, anteponemos la cantidad a la calidad. No tenemos otra opción, si queremos mantenernos al día. Incluso en los campos más especializados, es un esfuerzo de Sísifo tratar de dominar la montaña de palabras que se vierte en el mundo todos los días. Y eso significa que es prácticamente imposible hacer un esfuerzo serio para memorizar lo que leemos".

Se podría argumentar que estamos entrando en una nueva era en la que tener una cultura profunda, tener una mente bien cultivada y culturalmente equipada, ya no es tan importante como lo era antes. Un estudio publicado a principios de 2012 en la revista "Science" ha dado una gran satisfacción a los exponentes de esa intelectualidad que, al otro lado del Atlántico, denuncia periódicamente los efectos negativos que tiene Internet en nuestra forma de pensar.
Una serie de experimentos realizados por investigadores de la Universidad de Columbia ha demostrado que cuando aprendemos conceptos que sabemos que también están almacenados en la memoria de una computadora, nuestra relación con ellos cambia. Cuando sabemos que alguien recuerda por nosotros, invertimos menos en el acto de memorizar.

Para cualquiera que pase su tiempo navegando por la web, saltando de un tema a otro, deteniéndose para consultar el correo electrónico y los resultados deportivos, esta se ha convertido en la forma principal de adquirir información. Leemos, navegamos por páginas web, miramos aquí y allá distraídamente, sin mucho esfuerzo. Y nos olvidamos. Y llegando, el antropoide, precedido por el homo sentiens y el aficionado a Internet.

Para Hegel, leer los periódicos era la oración matutina del hombre moderno. Para los contemporáneos, abrir la computadora es la primera operación de la mañana. La máquina piensa por el hombre que la hizo. Es la nueva dialéctica amo-esclavo. La técnica celebra su triunfo de la perfección sin rumbo en un mundo olvidadizo que ha olvidado el propósito del viaje por el camino al transformar los valores instrumentales en valores finales.

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