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Fassina, imaginario keynesiano: más estado en la economía y más gasto público no son una receta

Un nuevo libro de Giorgio La Malfa (“John Maynard Keynes”, Feltrinelli) replantea la teoría del gran economista inglés pero advierte que las soluciones de hoy para relanzar la economía no pueden ser las del pasado – Al contrario, recurrir a más de un Estado en la economía y más gasto público invocado por Fassina sólo puede despertar ilusiones engañosas

Fassina, imaginario keynesiano: más estado en la economía y más gasto público no son una receta

La gran crisis de 2008 y las dificultades encontradas por una parte del mundo occidental (en particular por Europa) para encontrar la manera adecuada de superarla demuestran una vez más que la economía de mercado es altamente inestable, no tiende espontáneamente hacia factores de pleno empleo de la producción y que efectivamente se pueden consolidar balances no óptimos en el sistema. Los estudiosos de la economía, como subrayó con franqueza la reina Isabel hace varios años, no pudieron prever la crisis y ahora no pueden indicar recetas efectivas para superarla. 

De ahí el retorno del interés por Keynes, su método de investigación y sus recetas. En un momento en que las ideas de la ortodoxia monetarista muestran que ya no pueden explicar el funcionamiento concreto de la economía, vemos a Keynes como el hombre que valientemente desafió las ortodoxias establecidas entonces dominantes, concibiendo una nueva y grandiosa "Teoría General" capaz de explicar las razones del no funcionamiento de las teorías clásicas y dando así una base teórica convincente a nuevas recetas de política económica. 

Giorgio La Malfa ha querido volver a proponer las ideas del gran economista inglés (John Maynard Keynes - Feltrinelli) en un ágil cuadernillo que por un lado capta la necesidad de repensar a fondo los fundamentos de la teoría económica siguiendo el ejemplo de lo que había hecho Keynes hace unos 80 años, y por otro propone una intención política explícita que es contribuir a la redefinición de las teorías y programas de una izquierda nueva y moderna. 

La historia de los acontecimientos humanos y el significado profundo de los "descubrimientos" keynesianos es verdaderamente fascinante. La Malfa nos adentra en un viaje al mundo de la investigación, donde, como en un laboratorio de física, tratamos de descubrir los secretos de la naturaleza, las leyes inmutables que regulan su funcionamiento. Pero a diferencia de las ciencias exactas, la economía no permite experimentos de laboratorio porque opera dentro de cuerpos sociales condicionados por mil influencias diferentes (históricas, culturales, institucionales) y donde los experimentos de arriba hacia abajo pueden causar un drama enorme. 

Los ejemplos de los errores de los gobernantes son infinitos: basta pensar en las sanciones impuestas a Alemania tras la Primera Guerra Mundial (que el propio Keynes estigmatizó duramente) o el Gran Salto Adelante de Mao que provocó 30 millones de muertos. Pero lo que importa es que con demasiada frecuencia los gobernantes son esclavos de las ideas de los "economistas muertos" y que son precisamente las ideas las que gobiernan el mundo y que por ello, en un momento de desconcierto, la búsqueda de nuevos paradigmas capaces de explicar el funcionamiento de la economía y fenómenos sociales. 

Keynes superó el viejo esquema de los economistas clásicos al colocar la demanda agregada en el centro del sistema del que deriva el nivel de actividad productiva. Explicó que existe un multiplicador de inversión, que el dinero influye no solo en los precios sino también en la producción y presentó la importancia de las expectativas en las elecciones de consumo e inversión. En determinadas circunstancias, concluyó Keynes, dado que el sistema no tiende espontáneamente a saturar todos los factores de producción, puede ser adecuada una intervención pública que utilice los ahorros ociosos y estimule la inversión y por tanto el desarrollo de la economía. 

Con el tiempo, la intervención pública, que el mismo Keynes había indicado con mucha cautela, se hizo cada vez más intrusiva, provocando un desplazamiento de las actividades privadas y poniendo en riesgo la libertad individual. La inflación de la década de XNUMX llevó al eclipse de las teorías keynesianas y el monetarismo de la escuela de Chicago, aunque en gran medida contaminado por muchas de las declaraciones de Keynes, hizo una reaparición. 

Era necesario definir un nuevo equilibrio entre tres necesidades fundamentales de las sociedades modernas: eficiencia, justicia y libertad. El problema político de la humanidad -como escribe el propio Keynes- siempre ha sido el de combinar estos tres grandes objetivos en un equilibrio dinámico. En el momento actual, releer a Keynes es, por tanto, de sumo interés no sólo para la historia del pensamiento, sino también para inspirarse en su método inconformista pero riguroso, para identificar soluciones adecuadas a los tiempos. 

Que, como dice el propio La Malfa, no pueden ser las de la época, basadas en intervenciones infraestructurales de carácter anticíclico, ni en un renacimiento de la industria pública y quizás ni siquiera en una política de gasto deficitario que no tenga en cuenta la limitaciones de los mercados de capital que hemos liberalizado para salir de la jaula que nos había mantenido prisioneros dentro de las estrechas fronteras nacionales durante demasiado tiempo. 

Keynes no ofrece una caja de herramientas lista para usar. El intento de definir qué significa hoy ser de izquierda con atención al desempleo, la pobreza y la desigualdad no parece muy convincente. La Malfa argumenta que quienes optan por esta actitud están por tanto a favor del cambio y la innovación mientras que la derecha liberal estaría a favor de la conservación. 

Pero la realidad de los hechos no parece confirmar esta afirmación. Realmente no parece que Fassina y los compañeros de la nueva izquierda-izquierda sean innovadores ni desde el punto de vista social ni desde el punto de vista económico. Cuesta creer que en un país ya superendeudado como Italia, un poco más de déficit para dar pensiones a los expatriados" o para renovar el contrato de empleo público pueda dinamizar nuestra economía y volver a encaminarla por la senda del desarrollo y por tanto de la "ocupación". . 

Las rigideces sindicales y el estatismo (incluso a través de empresas públicas locales) no parecen herramientas adecuadas para desbloquear el país para dar la ayuda adecuada a los desempleados, los pobres y, en general, los que quedan atrás. La intrusividad estatal y el gasto público son parte del problema y no la solución. Tras los trágicos fracasos del socialismo, la izquierda busca una nueva inspiración ideal y un cúmulo de propuestas concretas capaces de ofrecer una perspectiva convincente a las sociedades actuales que luchan en la incertidumbre. 

Pero tomar de Keynes el indicio de una recuperación del papel del Estado decaído según los viejos métodos no parece una idea capaz de despertar nuevas esperanzas. De hecho, parece destinado a convertirse en otra fuente de peligrosas ilusiones.

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