Quizás el mercado de fichajes debería interpretarse con geopolítica. Solo el deseo de romper el aislamiento internacional tras el ostracismo de Arabia Saudí y sus socios puede haber empujado al emir de Qatar, dueño del Paris Saint Germain (Psg), a los disparatados gastos a los que se enfrenta para intentar el asalto a la Champions League.
Ayer se conoció la noticia de que el PSG ofrecía 180 millones al Mónaco por el jovencísimo delantero centro Mbappè. No solo. El PSG está dispuesto a pagar 100 millones para liberar al portero del Atlético de Madrid Oblak de la cláusula de receso. De concretarse las dos nuevas operaciones, el club francés habrá invertido 500 millones en tan solo una semana, si tenemos en cuenta los 220 millones -récord en la historia del mercado de fichajes- ya gastados para arrebatar al astro brasileño Neymar del Barcelona, quien ahora ha firmado una dura batalla legal.
Está claro que con sus movimientos, el PSG hace estallar por completo el juego limpio financiero y sacude a todo el mundo del fútbol, pero los decepcionantes resultados de los últimos años tal vez podrían recordarles que un equipo de fútbol no es una simple colección de cromos.