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Cine: Juegos de poder y el gran escándalo Oil for Food

La película está inspirada en una historia de 95, cuando la ONU lanzó el programa Petróleo por Alimentos para Irak, que demostrará ser una fuente gigantesca de corrupción y malversación que involucra a muchas multinacionales y otros tantos grandes nombres. El director Per Fly cumple sus promesas: las de un cine de verdad que no hace descuentos a nadie

Cine: Juegos de poder y el gran escándalo Oil for Food

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¿Cuántas guerras se han desatado, cuántas amistades, cuántos divorcios se han dado por culpa o por la verdad? La historia de los seres humanos está salpicada de religiones, filosofías, estados mentales individuales o colectivos basados ​​en la presunta posesión declarada de la verdad única e indivisible, no susceptible de negociación, no sujeta a comercialización. Sin querer entrar en reflexiones complejas y particularmente profundas y la dificultad de encontrar un aforismo entre tantos sobre el tema de la verdad, proponemos uno cercano al tema del que hablamos en la película de la semana: “La fotografía es verdad, y el cine es verdad veinticuatro veces por segundo” de Jean-Luc Godard (hay 24 fotogramas que fluyen en la película).

El título recién estrenado en los cines es Juegos de poder, firmada por el director danés Per Fly y protagonizada por Theo James, Ben Kingsley y Jacqueline Bisset. No confundir con el anterior título de 1992 dirigido por Phillip Noyce con Harrison Ford e inspirado en una novela de Tom Clancy, Attack on the Court of England. En este caso, estamos hablando de un hecho real, que tuvo lugar a partir de 1995, cuando las Naciones Unidas votaron una resolución con la que querían apoyar al pueblo iraquí que sufre tras las sanciones aplicadas contra Saddam Hussein, acusado de querer preparar armas. de destrucción de masa (aunque nunca encontrada). La película cuenta la autobiografía de un joven funcionario de la ONU que está asignado al programa Aceite para alimentos, un proyecto dotado de importantes fondos destinados principalmente a necesidades y servicios básicos para la población y que, en cambio, resultará ser una gigantesca fuente de corrupción y malversación en la que participaron numerosas empresas multinacionales y otros tantos grandes nombres.

La película gira en torno a la crisis tanto existencial como profesional del joven protagonista cuando entra en contacto directo con la "verdad" de la política, la diplomacia, los intereses económicos que lo dominan y lo inundan todo, más allá de los derechos civiles y la dignidad de las personas. Michael no se presta al juego duro y sucio al que se opone su jefe, poderoso director y habilidoso diplomático, el siempre fenomenal Sir Ben Kingsley, al que se opone hasta el punto de romper el vínculo que lo había llevado al éxito y hacerlo encausar. “La primera regla en democracia es que la realidad no debe basarse en hechos, sino en el consenso general” declara Pasha y hace de este concepto un dogma inquebrantable, y en este altar sacrifica todo sentido ético y moral donde, de hecho, hasta la verdad es superada y utilizada a voluntad.

La película se ve afectada por un clima político internacional, por desgracia, distante en el tiempo y en el espacio de aquellos hechos. Olvidamos con bastante facilidad las atrocidades que se han producido en los últimos años con guerras que han devastado regiones enteras del mundo, especialmente en Oriente Medio, sin haber sabido, querido o podido crear una alternativa creíble. Desde un punto de vista estrictamente técnico, la película se mantiene a la altura de sus tiempos y ritmos en su contexto narrativo específico: no es un thriller y no se espera la captura del asesino. Cumple lo que promete: hace justicia a un tipo de cine que está algo falto en nuestras piezas. Es, en algunos aspectos, ese "cinema verité" como lo entendió el sociólogo francés Edgar Morin en la década de 60, donde se requiere del séptimo arte para "... hacer un cine de total autenticidad, tan cierto como un documental pero con la contenido de una película novelesca, es decir, con el contenido de la vida subjetiva”. Además, deja al descubierto una de las grandes dificultades que enfrenta la información: hacer un periodismo de investigación saludable que no mire a nadie, que no haga descuentos a las instituciones ni a los poderosos de turno. Si solo por esto, Juegos de poder merece ser visto.

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