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El euro tiene veinte años: ¿se acabaron los dolores de la moneda joven?

El euro ha vivido cuatro fases de altibajos, pero su horizonte ha cambiado desde que la UE ha dado un giro, abandonando las políticas de austeridad y lanzando la Next Generation Eu – La importancia del papel de Mario Draghi y sus sabias reflexiones sobre la deuda y el crecimiento

El euro tiene veinte años: ¿se acabaron los dolores de la moneda joven?

Entre sus muchas intuiciones brillantes, Marcello de Cecco, desaparecido desde hace cinco años, escribió en 2013 un artículo titulado "Berlín, Roma y los dolores del joven euro”. La referencia literaria obvia era a los dolores del joven Werther, la obra maestra de Goethe, con la que De Cecco argumentaba que el futuro del euro se jugaría en el eje Roma-Berlín, eje notorio y desafortunado si se escribe con mayúscula, pero que hoy revive una nueva etapa, no como alianza militar, sino porque la relación entre países acreedores y países deudores está en el centro de la supervivencia del euro, con Berlín como primer acreedor y Roma como máximo deudor. Estas son las preguntas que planteó de Cecco: “¿Es la mera existencia del euro, en sí misma, una restricción suficiente para su supervivencia? Desde la perspectiva de Alemania – un país de cuya voluntad política depende en última instancia la existencia de la moneda única – ¿Siguen superando los beneficios del euro sus costes? Una respuesta negativa difícilmente puede ser excluida a priori”.

Su razonamiento partía de un íncipit escéptico: “La zona euro tiene un récord histórico envidiable: es la única área monetaria centrada en un país acreedor, Alemania. Esta es una condición absolutamente anómala: nunca antes se había construido una moneda de circulación multinacional alrededor de un país estructuralmente exportador, porque la función del fulcro de un sistema monetario es crear liquidez, no drenarla”. Pero cerró con cautelosas esperanzas: “El desplome del euro abriría escenarios de pesadilla para un país políticamente acéfalo como lo es actualmente Italia, quien, habiendo perdido el problemático fondeadero europeo, se vería obligado a navegar en mar abierto sin nadie al timón... [pero también para las exportaciones alemanas, que] sufrirían un daño considerable por el colapso del mercado europeo. En el curso de su turbulenta y centenaria historia, los europeos han aprendido por las malas que ningún país es una isla y que esta regla no admite excepciones. Ni siquiera para Berlín".

Después de otros ocho años de historia europea, ahora que la moneda común tiene veinte, ¿podemos concluir que los dolores del joven euro han terminado? Probablemente no, los dolores no han terminado. Todavía centrándonos en el eje Italia-Alemania, la jubilación de Ángela Merkel podría producir algunas sacudidas en Berlín y si, lamentablemente, el reemplazo en el Quirinale defenesse a Mario Draghi de los roles de liderazgo, también habría sacudidas de nosotros.

En efecto, yo veinte años del euro se puede dividir a grandes rasgos en cuatro fases:

  1. hasta 2008, la luna de miel donde la confianza en la moneda común dominaba dentro y fuera de Europa y los diferenciales de tipos de interés entre los países miembros eran casi nulos;
  2. Del 2008 2010, la conciencia de la disparidad de los riesgos soberanos y los diferenciales se ampliaron hasta niveles insoportables;
  3. Del 2010 2014, el rescate del euro –recordemos el “Lo que sea necesario” por Dragones? – con inyecciones de liquidez del BCE y la fuerte reducción de diferenciales, pero con políticas fiscales nocivas inspiradas en los supuestos beneficios de la austeridad;
  4. de 2014 en adelante, cuando poco a poco fue tomando fuerza la idea de ir más allá de la austeridad fiscal para recuperar un crecimiento sólido a largo plazo.

Ya cuando de Cecco escribía la luna de miel estaba lejos, los insoportables diferenciales eran recuerdos vívidos y las contradicciones de un rescate de liquidez se desmoronaban ante los ojos pero con los frenos de la austeridad, de modo que se corría el riesgo de anular los enormes esfuerzos de la BCE si las intervenciones financieras no fueran seguidas por el crecimiento de la economía y el empleo. Tales contradicciones crearon entonces impulsos soberanos con crecientes tensiones por el euro y todo el proyecto comunitario. La toma de sobriedad comenzó con el Fondo Monetario Internacional, que delineó de inmediato el fracaso de la austeridad que, al desestabilizar el orden socioeconómico con efectos depresivos y desigualdades exageradas, mantuvo aún más a raya a los inversores en lugar de atraerlos para resolver crisis de deuda soberana.

Pero luego, incluso los europeos se convencieron de los errores que cometieron. Desde 2019, la llegada de Úrsula von der Leyen, el primer jefe alemán de la Comisión Europea desde tiempos inmemoriales, cambió el escenario con la Trato verde, un proyecto de gasto de 1.000 billones de euros para relanzar el crecimiento mediante la construcción de nuevas formas de competitividad en la transición sostenible. Este avance está en línea con los valores del modelo socioeconómico europeo y se relanzó aún más cuando la pandemia convenció a la UE de sumarse al proyecto. La próxima generación de la UE para salir de la crisis con los Programas Nacionales de Recuperación y Resiliencia (PNRR). Se crean así dos condiciones ideales para el crecimiento: la suspensión del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, fuente primaria de la austeridad fiscal, y las primeras emisiones de bonos como deuda común compartida entre los distintos socios de la UE, que configuran la posible culminación en el futuro de Unión Monetaria con la Unión Presupuestaria paralela.

La persistencia y el éxito del euro dependerán de la capacidad de los europeos para implementar estas políticas. Si hace setenta años, tras la Segunda Guerra Mundial, Europa se percibía como un conjunto de potencias que habían dominado el mundo pero que luego fueron derrotadas por la historia, hoy la UE se presenta como un socio mundial que lidera la búsqueda del bien común de transición sostenible y lucha contra el calentamiento global. En esto, dadas las vacilaciones estadounidenses y las continuas contradicciones de China e India, la UE es sin duda el líder mundial.

Pero más importante que cómo nos ven los demás, el éxito del euro dependerá de la solidez de la economía europea, de la capacidad de crear productos saludables, innovaciones y puestos de trabajo para nuestros conciudadanos, incluidos especialmente los grupos de mujeres y jóvenes desfavorecidos. Así, la etapa de madurez del euro requiere pasar más allá de los errores de la pubertad (austeridad) hacia un crecimiento de calidad, un crecimiento con discernimiento. Me vienen a la mente las palabras del mayor constructor de Europa que Italia ofreció recientemente a la UE, una vez más Mario Draghi, quien en tiempos desprevenidos, en agosto de 2020, argumentó contundentemente la necesidad de distinguir entre deuda buena y deuda mala.

Si por ejemplo, en línea con lo incorporado en el PNRR, la deuda pública genera un crecimiento de calidad y con discernimiento, es una deuda buena que da bienestar sostenible y de largo plazo. Por el contrario, si la deuda pública produce un crecimiento insostenible, entonces es una deuda incobrable: un ejemplo son las transferencias a empresas extintas sin perspectivas reales de recuperación, en cuyo caso los subsidios públicos no deberían pagarse a los accionistas sino apoyar la reubicación laboral de los trabajadores.

Es evidente que, si se quiere definir un marco coherente de políticas fiscales, la deuda buena y la deuda mala no podrán pesar de la misma manera a efectos del cumplimiento de los parámetros macroeconómicos que se elijan. Aunque no fuera posible eximir la deuda buena (una especie de regla de oro porque es una inversión), habría que contarla con un factor de ponderación inferior al que se refiere a la deuda pública mala.

Volviendo a los dolores del joven Werther, atormentado por su amor a Carlota, en cierto momento Goethe le hace escribir a William en una carta: "O tienes esperanza en Carlota -me dices- o no tienes ninguna: en el primer caso, busca actuar, llegar al cumplimiento de tu deseo; en el segundo, ¡oblígate y trata de liberarte de una pasión fatal que consume tus energías!”. Como es sabido, el amante inquieto, en busca de un amor absoluto pero esquivo, opta por poner fin a sus dolores de manera ominosa. Sin embargo, también hay otra salida: aquella en la que el joven Werther acepta a propósito un amor imperfecto, se podría decir un matrimonio de conveniencia, donde entonces quizás la convivencia también perfecciona el amor.

Después de todo, como nos ha enseñado Robert Mundell, siempre se pueden encontrar excelentes razones políticas para elegir formar un área monetaria que nace subóptima desde el punto de vista del cálculo económico únicamente y que, con el tiempo, quizás se convierta en óptima porque las instituciones desarrollan los municipios y los sistemas socioeconómicos se complementan entre sí. Tanto en las relaciones de pareja como entre sistemas nacionales, los dolores se superan cuando te acostumbras a trabajar en equipo para construir un futuro común.

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