comparte

Referéndum, el lado débil de los intelectuales del NO

Según el economista Bocconi, los intelectuales que se oponen a la reforma constitucional en el referéndum se dividen en cuatro grupos: los profesionales del detalle, los del contrapoder, los del antipopulismo y los abanderados del benaltrismo -A todos les falta la Equilibrio correcto en la evaluación de los pros y los contras de la reforma y una visión general equilibrada.

Referéndum, el lado débil de los intelectuales del NO

¿Por qué tantos intelectuales en contra de la reforma?

Cualquiera que tenga que tratar con intelectuales de profesión sofisticados, rectos e "independientes" a veces se pregunta por qué muchos de ellos están en contra de la reforma. Para responder, se pueden clasificar en cuatro categorías: las del detalle, las del contrapoder, las del antipopulismo, las de hay mucho más.

La cultura, la profesionalidad, el rigor mental son amigos del detalle. Los detalles incorrectos deben ser encontrados y corregidos. Detrás de la posición de los intelectuales del detalle está la acertada insistencia que hasta la propaganda del “sí” ha puesto en invitar a leer con atención la reforma y no votar guiados por razones políticas ajenas al juicio sobre su validez. La insistencia es justa pero debe ir acompañada de la recomendación de sopesar los pros y los contras de los detalles que se descubren en la lectura y votar sopesando su diferente importancia.

He aquí el "por qué no" que le da a La Stampa un joven estudiante, que tal vez quiera imitar a algún profesor de detalle: la reforma otorga el título de senador y la inmunidad a los representantes de los organismos locales desacreditados. Dado, y no concedido, que esto es cierto, ¿cómo es que el argumento no se compensa con los nuevos e importantes límites que la reforma pone al poder de las autoridades locales, reduciendo también las ocasiones de pecar y los incentivos para pecar? Entonces los meticulosos se convierten en sospechosos de mala fe cuando hacen creer, contra toda evidencia y todo sentido común político y jurídico, que se puede hacer una reforma con mejores detalles al poco tiempo de rechazarla.

Los del contrapoder: los mejores intelectuales a menudo se sienten con razón profesionales en el control del poder. Están horrorizados por la "traición de los clérigos". Así, aunque conocen bien las diferencias entre Weimar, la posguerra y la actualidad, se inclinan a simpatizar con una Constitución que, en la memoria del fascismo, ha permitido multiplicar los derechos de veto de mil contrapotencias, en el temor de que el poder se convierta en un poder excesivo. La reforma propuesta en el referéndum reduce sólo levemente el exceso de vetos que bloquea las reformas del país y trata de dar a los contrapoderes un lugar más adecuado, como un Senado de autonomías, y responsabilizarlos mejor, como cuando trae la criterios a nivel constitucional para silenciar a la oposición depositando confianza.

Pero la alarma de los curas de los contrapoderes no cede: “el gobierno saldría demasiado fuerte”. También en su caso hay un aspecto de buena fe intelectual; a veces, lamentablemente, también existe la sospecha de contigüidad y connivencia con quienes obtienen rentas injustas de la gestión de algún contrapoder: burocracias privilegiadas (incluidas las académicas), sotobosques de las autoridades locales, sectarismo obstinado de la política residual de los partidos, espacios de la poder judicial, franjas de medios de comunicación, corporaciones gremiales y empresariales. Desde el punto de vista de la economía, los del contrapoder son los menos convencidos de que la receta para reactivar el crecimiento sea ante todo las reformas estructurales: porque éstas requieren precisamente la lucha contra los intereses particulares que se organizan en contrapoderes para bloquearlas. Los de las contrapotencias prefieren culpar a la austeridad ya la señora Merkel.

Los del antipopulismo. Este grupo se encuentra en la situación más paradójica, al punto que cada cierto tiempo sufre mareos, se desorienta y su argumento sufre desentonos extraños. El intelectual es por definición antipopulista. La reforma se llevó a cabo con esfuerzo, compromisos y captatio benevolentiae por parte del gobierno, primero en la larguísima batalla parlamentaria y luego en la dura campaña del referéndum. Para ello, además de la fuerte personalización llevada a cabo por Renzi durante mucho tiempo, la propaganda recurrió a todos los tonos retóricos posibles, desde los más lúcidos a los más cursis. Hay motivos para una acusación de populismo y los antipopulistas profesionales están aprovechando la oportunidad.

Pero ahí está el problema, la paradoja: los populistas más flagrantes de la arena política italiana, cuyos nombres es superfluo mencionar, están violentamente contra el gobierno y la reforma y los intelectuales antipopulistas los encuentran al lado, a menudo con similares críticas al texto sometido a referéndum. Se encuentran uno al lado del otro ya veces casi adoptan sus tonos. Confuso. Entonces, en conjunto, ¿es un patio de gritos populistas más o menos opuestos?

¿O cabalgamos todos sobre un concepto mal definido, el populismo, que corre el riesgo de oscurecer la reflexión sobre las formas en que es correcto y necesario buscar consensos para gobernar una democracia compleja y difícil de evolucionar? ¿Quizás la más que justificada cacería de la terrible bruja del voto de canje nos está haciendo perder la medida adecuada a la hora de juzgar a quienes deben sopesar y dosificar los compromisos con sumo cuidado pero no pueden evitarlos todos por completo?

Por último, están los del hay mucho más. El benaltrismo es también una de las formas en que se declina cierto orgullo intelectual. Y aquí están los profundos conocedores de la historia de la República que minimizan la importancia de tener una Constitución justa: lo que importa es otra cosa. ¿Qué? La elección es amplia, desde la cohesión política hasta la credibilidad de los líderes, desde el resultado de los enfrentamientos entre grupos de interés en la base del país hasta los hechos incontrolables de la coyuntura internacional, desde el ritmo de ética que anima a los ciudadanos y sus representantes hasta refinamientos supremos, como el funcionamiento efectivo de la constitución material que depende sólo en parte de la formal.

Con respecto a la constitución material, alguien observa que con el bicameralismo actual también se han implementado leyes importantes: cierto, como es cierto que muchas veces ha requerido forzar la constitución material humillando y desresponsabilizando el debate parlamentario con el chantaje sistemático de el voto de confianza. Junto al "alto" benaltrismo, está también el de una liga menos noble, miope, el de: para qué perder el tiempo con la constitución cuando hay que estimular el crecimiento.

Esto es menos noblemente intelectual pero puede ser peligrosamente tecnoeconómico hasta el punto de recurrir a acrobacias econométricas para simular el impacto de una cosa u otra. La perplejidad que suscita la objeción benaltrista es doble: por un lado, no se ve por qué renunciar a mejorar las normas constitucionales por el hecho de que no son las únicas que determinan nuestro destino; por otra parte, los obstáculos que igualan el bicameralismo y la actual formulación del Título V, ponen en el camino de llevar adelante, más pronto y mejor, todas las "otras", es decir, las otras reformas, las económicas y sociales que todos sienten son muy urgentes, son evidentes.

Revisión