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El Palazzo dei Diamanti de Ferrara acogerá a partir de septiembre al gran maestro español Zurbaràn

Organizado por la Fundación Ferrara Arte en colaboración con el Centro de Bellas Artes de Bruselas, el monográfico dedicado a Zurbarán es una oportunidad para admirar por primera vez en Italia las obras maestras de uno de los máximos intérpretes del arte barroco y la religiosidad de la Contrarreforma.

El Palazzo dei Diamanti de Ferrara acogerá a partir de septiembre al gran maestro español Zurbaràn

Con esta reseña, comisariada por Ignacio Cano con el asesoramiento de Gabriele Finaldi, el ciudad de ferrara pretende relanzar su proyecto cultural, destinado a dar a conocer al público italiano autores del más alto nivel e interés, pero poco conocidos en nuestro país.

Francisco de Zurbarán estuvo, junto a Velázquez y Murillo, entre los protagonistas del Siglo de oro de la pintura española y de ese naturalismo refinado que dejó un legado perdurable en el arte europeo.

Lo que hizo único el estilo del pintor fue su capacidad para traducir los ideales religiosos de la época barroca con invenciones grandiosas y al mismo tiempo cotidianas, configurando formas de tal esencialidad, pureza y poesía, como para tocar profundamente la imaginación moderna, como se desprende de la a obra de quienes, desde Manet a Morandi, pasando por Picasso y Dalí, han mirado la obra del maestro sevillano en los siglos siguientes. En tiempos más recientes, estudios autorizados y exposiciones internacionales han sancionado definitivamente su contribución fundamental a la historia del arte.

Una rigurosa selección de obras de museos y colecciones privadas europeas y americanas recorre las etapas más destacadas de la carrera de Zurbarán. A partir de los ensayos con los que el artista se asienta en la escena sevillana, la "Florencia española", como La visión de san Pedro Nolasco (1629, Madrid, Museo del Prado) o el posterior San Francisco de Asís en su tumba (1630 -34, Museo de Arte de Milwaukee), marcada por el luminismo dramático y contrastado de la corriente tenebrista inspirada en Caravaggio y Ribera, por las obras posteriores a su estancia en Madrid y al contacto con Velázquez, marcadas por un lirismo más sobrio, donde más claro, vislumbres felices del paisaje y detalles domésticos, como por ejemplo en la Inmaculada Concepción con San Joaquín y Santa Ana (c. 1638-40, Edimburgo, Galería Nacional Escocesa) o en la Virgen y el Niño Jesús y el Niño San Juan (1662, Bilbao, Museo de Bellas Artes).
El itinerario expositivo, dividido en secciones cronológico-temáticas, pondrá de relieve el talento del pintor para imponer un registro innovador sobre géneros y temas tradicionales.

Los temas vinculados a la iconografía mariana asombran con su vena íntima e inmediata, como muestran aquellas obras teñidas de una melancolía suspendida (La casa de Nazaret, c. 1640-45, Madrid, Fondo Cultural Villar Mir), o capaces de tocar hilos de extraordinario candor y ternura (Virgen Niño Durmiente, c. 1655-60, Jerez de la Frontera, Catedral de San Salvador). Y si el motivo del éxtasis alcanza cotas de incomparable intensidad, como en la Aparición de la Virgen a San Pedro Nolasco pintada hacia 1628-30 (Colección particular), el tema de la meditación encuentra una de sus interpretaciones más originales en el Cristo crucificado con un pintor (c. 1635-40, Madrid, Museo del Prado), una pintura capaz de transmitir de la manera más directa el diálogo íntimo entre lo humano y lo divino.

Uno de los puntos más avanzados en la dirección de la renovación formal son, sin duda, las naturalezas muertas y los temas alegóricos, como Una taza de agua y una rosa (c. 1630, Londres, The National Gallery) y Agnus Dei (c. 1634-40). , Museo de Arte de San Diego). El refinamiento poético de estas pinturas, en las que los objetos se sitúan en un espacio enrarecido y silencioso, se confía a la sobriedad de la composición, la pureza de las formas y la dirección de los valores luminosos. En estas obras de pequeño formato, así como en las naturalezas muertas esparcidas por muchos de los lienzos de la exposición, Zurbarán devuelve las formas purificadas por la luz, en una visión cristalina del detalle y la monumentalidad silenciosa.

Por último, entre las invenciones más originales del artista se encuentran las grandes figuras de santos, refinadas efigies que gozaron de una extraordinaria popularidad y que fueron producidas en serie especialmente para las colonias del Nuevo Mundo. La secuencia
reunidos para esta exposición tiene resultados notables como la Santa Casilda (c. 1635, Madrid, Museo Thyssen-Bornemisza), el Beniamino (c. 1640-45, colección particular) y la Sant'Orsula (Génova, Palacio Bianco), que atestiguan la capacidad de revestir los episodios sagrados con un encanto elegante, gracias al refinamiento de las poses, la interpretación virtuosa de las telas preciosas y la paleta brillante. Estas majestuosas figuras, que se enfrentan al observador como protagonistas de un retrato, ejercen una fascinación magnética hoy como entonces.

Zurbarán (1598-1664)
Ferrara, Palacio dei Diamanti, 14 de septiembre de 2013 – 6 de enero de 2014

Imagen de la obra: Francisco de Zurbarán: Cordero de Dios, c. 1635-40 Óleo sobre lienzo, 35,6 x 52,1 cm Museo de Arte de San Diego Donación de Anne R. y Amy Putnam

Información www.palazzodiamanti.it

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