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No es del todo cierto que hacer reformas lleve a perder elecciones y el caso alemán así lo demuestra

No es nada seguro que llevar a cabo las reformas lleve a la pérdida de consenso electoral - Un estudio reciente y el propio caso alemán lo prueban: el canciller Schroeder perdió por poco las elecciones de 2005 pero no porque llevó a cabo las reformas en el mercado laboral y bienestar sino por los errores cometidos durante la campaña electoral y por la deserción de Lafontaine

No es del todo cierto que hacer reformas lleve a perder elecciones y el caso alemán así lo demuestra

Cada vez con más frecuencia, en el debate público, se hace referencia al paquete de reformas "Agenda 2010", implementado en Alemania en la segunda mitad de la década de 2005. Fue un cambio radical en el sistema económico, productivo y social que permitió al país pasar, en poco menos de cinco años, de "enfermo de Europa" a primera potencia económica de Europa. El ejemplo alemán, sin embargo, se utiliza a menudo para apoyar la tesis de que "los que reforman pierden apoyo" y, por lo tanto, están condenados a la derrota política. De hecho, el entonces canciller Gerhard Schröder perdió las elecciones de XNUMX y se vio obligado a abandonar definitivamente la escena política alemana e internacional.

Por eso, con una frase célebre, el nuevo presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Junker, afirmó que “los políticos saben qué reformas hacer pero no saben cómo ganar elecciones después de haberlas hecho”. Pero, ¿es realmente así? En realidad, la relación entre la implementación de las reformas y la pérdida de consenso no es tan estrecha. Y así lo demuestran varios estudios, incluido el reciente de Buti, Turrini y van der Noord (“Reformas y ser reelegido: evidencia del período posterior a la crisis”, julio de 2014 en www.voxeu.org). Pero el propio caso alemán también lo demuestra, si se analiza en profundidad.

A principios de la década de 5, en Alemania, el número de desempleados superaba el umbral "psicológico" de 3 millones, la economía no crecía y las cuentas públicas habían superado repetidamente el límite del 2003 por ciento. En el verano de 20, el ministro de Hacienda de la época, Hans Heichel, propuso a Schröder una reducción del gasto público de unos XNUMX millones de euros para volver a los parámetros de Maastricht. El canciller objetó. En su opinión, el país necesitaba cambios radicales para enfrentar el drama del desempleo y tal recorte habría debilitado una situación económica ya severamente comprometida. El Gobierno, según el líder socialdemócrata, primero tenía que actuar del lado del crecimiento y, sólo después, poner las cuentas en orden. Una posición que Schröder también logró imponer en Europa a pesar de la opinión fuertemente opuesta de la Comisión, decidida a sancionar a Alemania por no alcanzar los objetivos fiscales. Como es bien sabido, el canciller ganó la batalla política y el tiempo extra que se le otorgó fue utilizado para reformar la estructura productiva del país. Empezando por el mercado de trabajo -que se ha flexibilizado- y el estado del bienestar -profundamente transformado. Básicamente, la nueva normativa hacía prácticamente obligatoria – so pena de reducir parte de la subvención – la aceptación de los puestos de trabajo propuestos por las distintas agencias de colocación repartidas por el territorio, reduciendo así el número de desempleados y beneficiarios del subsidio social.

Hay que decir que el objetivo de las reformas no era desmantelar el bienestar. Más bien la de cambiar el sistema de incentivos para poder garantizar -en un país que cuenta con el mayor índice de envejecimiento de la población- un amplio y generoso Estado del bienestar, que es la base de la economía social de mercado, el modelo de desarrollo querido por los alemanes. Contar con un sistema de bienestar eficiente, entre otras cosas, es precisamente una de las condiciones que el estudio de Buti, Turrini y van der Noord considera necesarias para la reelección de un hacedor de políticas reformista. En otras palabras, los votantes tienden a premiar a los gobiernos que han hecho reformas si, al mismo tiempo, pueden contar con un estado de bienestar eficiente.

Una conclusión que a primera vista no parecería aplicable al caso alemán ya que Schröder perdió las elecciones de 2005. Es cierto, los perdió, pero solo de forma limitada.

La CDU, el partido de Angela Merkel -junto con el partido bávaro CSU- obtuvo el 35,2% de los votos frente al 34,3% del SPD. Menos de un punto porcentual de diferencia, probablemente debido a errores garrafales cometidos durante la campaña electoral, como cuando la esposa de Schröder argumentó públicamente que Merkel no era la candidata ideal porque, al no tener hijos, no habría sido capaz de entender completamente los problemas de esos que tienen que conciliar la vida profesional con la maternidad: un empujón poco generoso que le costó a la candidata socialdemócrata el voto de una parte del electorado femenino. Pero también en presencia del Linkspartei, la nueva fuerza política de Oskar Lafontaine, el líder del ala izquierda del SPD que, justo en vísperas de la votación, abandonó el partido porque estaba en contra de la línea reformista de la canciller. La salida de escena de Lafontaine contribuyó a la derrota electoral de Schröder (el Linkspartei obtuvo el 8,7% de los votos) pero sobre todo abrió una brecha dentro del partido entre quienes consideraban las reformas "sin alternativas" y quienes en cambio las consideraban "inmorales" y "escandaloso". El SPD, a pesar de varios cambios en la cúpula -algunos de ellos poco convincentes- llevará las cicatrices de esta escisión durante mucho tiempo. Y, de hecho, solo en las últimas elecciones, las de septiembre de 2013, los socialdemócratas lograron recuperar parte de los votos perdidos.

Aunque el partido se había escindido a raíz de la acción reformista, Gerhard Schröder, se ha dicho, perdió por el pelo, unos pocos votos que le impidieron ser reelegido por tercera vez (proeza que, además, hasta esa vez sólo Helmut Kohl lo había logrado). La ventaja de Angela Merkel era tan pequeña que se vio obligada a formar una Gran Coalición. En los puestos claves, la nueva canciller escogió a los mismos ministros del gobierno anterior, con quienes logró completar la Agenda 2010. En 2007 se aprobaron la reforma de las pensiones, la fiscalidad y el sistema federal; a fines del mismo año, tal como se acordó con Europa, se logró un presupuesto equilibrado.

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