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El próximo otoño – El crecimiento que no existe y el sueño de una estrategia al estilo alemán

“Ideas. Innovación. Prosperidad. La estrategia de alta tecnología para Alemania en 2020”: ¿es realmente impensable que Italia haga lo que los alemanes proponen para crecer? Es hora de que también nosotros pongamos en marcha una política industrial alineada con Europa y capaz de concentrar los pocos recursos disponibles en grandes proyectos.

El próximo otoño – El crecimiento que no existe y el sueño de una estrategia al estilo alemán

La alarma lanzada por el Banco de Italia sobre la nueva maniobra con la audiencia en el Parlamento de Ignazio Visco ("cuidado con las ventas y el crecimiento", escribió este periódico en el comentario del martes pasado) debe tomarse muy en serio. La entidad global del ajuste de costes no puede reducirse –argumenta el subdirector de Via Nazionale–, pero también es necesario asociar el reequilibrio «a una política económica destinada a relanzar las perspectivas de crecimiento de nuestra economía». Sí, crecimiento. Esa anemia propia (en torno al 1% durante años) se revisa continuamente a la baja: más recientemente, con las estimaciones del FMI a principios de semana (0,8 y 0,7% para 2001-2012).

Es un poco como decir que llueve en mojado. ¿Se puede decir que esta mala noticia es totalmente inesperada? No, si nos fijamos en un par de indicadores populares que anticipan la situación económica, como la "moneda-€" del Banco de Italia y el servicio de estimación preliminar "Now Casting" de Lucrezia Reichlin et al. El primero descendió notablemente en agosto: de hecho, la moneda-€ descendió hasta el 0,22% (desde el 0,45 de julio), acentuando la caída registrada en los dos meses anteriores (todavía rondaba el 0,60 en primavera); el segundo señaló una desaceleración de la economía ya en mayo. Si nos trasladamos a Alemania observamos como el índice IFO -principal índice de confianza empresarial alemán- retrocede 4,2 puntos en la encuesta de agosto, lo que supone la mayor caída desde noviembre de 2008.

Y así podríamos continuar repasando otros indicadores cualitativos y cuantitativos. Sin embargo, no cambiaría la sustancia de la discusión que es la de un retroceso general de las economías europeas. Entonces, ¿qué otoño nos espera? ¿El otoño de nuestro descontento? Por supuesto, las dificultades que se materializaron en el segundo trimestre del año también para la economía alemana (ver la "Línea Directa" de Franco Locatelli con Paolo Onofri de Prometeia, “First on Line”, 16/08/2011) plantean muchos problemas para el futuro próximo de nuestra industria. No debemos olvidar que Alemania es nuestro principal socio comercial y que la extraordinaria fuerza de las grandes empresas alemanas activas en los nuevos mercados asiáticos pone en marcha muchas producciones italianas a lo largo de la cadena de suministro (principalmente en el sector de la ingeniería mecánica).

Si combinamos esto con las ya históricas debilidades estructurales de nuestro sistema productivo, el panorama que emerge está lejos de ser halagüeño. Pero la ventaja de las empresas que están expuestas a la competencia internacional -y la fabricación italiana entra en esta categoría- es que no levantan fácilmente la bandera blanca: al contrario, intentan competir con todas sus fuerzas en los mercados globales, y no casualmente los resultados para el made in Italy no faltan, incluso en tiempos muy recientes. Ahora bien, en un país que se enfrenta a esta situación, dos hechos despiertan asombro: al primero podemos llamarlo "de pensamiento", al segundo "de política". Veámoslos brevemente. La primera nos dice que en el discurso público la cuestión de la competitividad de nuestra industria sí ha ganado cierto posicionamiento frente a los años de elogios prodigiosos a la economía del papel, pero aún no es la cuestión fundamental que debería ser.

Es un poco toda la clase dirigente del país (incluido el mundo académico) la que tiene la responsabilidad: durante muchos años -si no décadas- la manufactura dejó de estar de moda y muy pocas voces se alzaron para oponerse, en primer lugar desde el punto desde un punto de vista cultural, este colosal error. El crack financiero de 2008 parecía haber revivido la economía "real", pero al final del día más en palabras que en hechos. Así llegamos a la segunda pregunta, la que tiene que ver con las políticas públicas. A tres años del crac y de la demostración de que sin una industria manufacturera fuerte no se puede construir sobre bases sólidas el crecimiento de un país, después de tres años -dijimos- no hay ni la más mínima puesta en marcha de una política industrial nacional concertada con la UE.

Por desgracia, el decreto para la corrección de las cuentas de Ferragosto y su nueva versión lanzada por Arcore no escapan a la regla. ¿Puede permitirse este olvido total un país como Italia, que, como señala el Centro de Estudios Confindustria, es el segundo fabricante de Europa y uno de los primeros del mundo? Las políticas de crecimiento –como se ha señalado en muchos ámbitos– representan la gran ausencia de esta maniobra. Y no hay que olvidar que las políticas favorables al crecimiento incluyen las políticas industriales: las nuevas y modernas, que tienen en Dani Rodrik, Philippe Aghion y Ha-Joon Chang a tres de sus máximos exponentes (y hablamos de tres de primer nivel). economistas internacionales). Y si realmente no te gusta la expresión porque recuerda las políticas industriales por sectores de los años 70 y 80 (ese «picking the winner» de no recuerdo precisamente genial), siempre puedes optar por una expresión como la utilizada en un documento oficial suyo del gobierno federal alemán en 2010: «Ideas. Innovación. Prosperidad. La estrategia de alta tecnología 2020 para Alemania».

El enfoque no es para sectores individuales sino para cinco 'tecnologías clave': clima/energía; salud/nutrición; movilidad; seguridad; comunicación. ¿Habría estado fuera de este mundo un impuesto a la riqueza sobre la gran riqueza para financiar tal plan? Realmente pensamos que no, sobre todo porque existía el precedente de «Industria 2015» que el gobierno de Prodi quería en 2006 para ser retomado y desarrollado, no abandonado. También de Alemania llega la experiencia de las grandes sociedades científicas, entre las que destacan las dos más conocidas: Max Planck y Frauenhofer. Nuestra situación, por el contrario, difícilmente podría ser más irracional. Pongamos sólo dos ejemplos. A nivel local, seguimos teniendo veinte políticas industriales regionales (fragmentadas), cada una con sus propios órganos de transferencia de tecnología, así como miles de empresas públicas con participación regional, provincial y municipal que operan en diversos campos de la economía: la suma de el primero elabora una política industrial nacional integral que se aplicará también en las mesas de Bruselas; estos últimos irían en no poca medida a privatizarse tanto para recuperar preciados recursos como para tratar de acabar con la mezcla político-empresarial que azota al país.

 A nivel nacional -estamos en el segundo ejemplo- seguimos teniendo organismos como el Cnel para el que la maniobra decretó solo un modesto recorte, mientras que la propuesta de Nicola Rossi para su abolición es mucho más contundente y rigurosa ("Corriere della Sera" , 20 de Agosto). Y los ejemplos podrían seguir. En conclusión, el imperativo categórico debe ser concentrar los recursos en grandes proyectos estratégicos de formación de capital humano y físico, aunando en este esfuerzo los recursos actualmente absorbidos -ya sea a nivel nacional o local- por los ahora irracionales (y desfasados ​​por los tiempos) instituciones, leyes y sociedades mencionadas anteriormente; o, al menos para empezar, algunos de ellos. La industria manufacturera italiana y las actividades de servicios relacionadas expuestas a la competencia serían las primeras en beneficiarse y, por lo tanto, el crecimiento económico del país.

Mirando más de cerca, los jóvenes serían los principales destinatarios de un gran proyecto de investigación aplicada y transferencia de tecnología realizado en colaboración entre el estado central y las regiones en el ámbito de las políticas comunitarias (piense también en "Europa 2020"). Dar algo de esperanza e infundir confianza en el futuro siguen siendo, después de todo, los primeros ingredientes para evitar la estación –otoño o invierno– de nuestro descontento.

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