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Demografía, pensiones y políticas laborales: es hora de un cambio

En los últimos años, la demografía se ha convertido en la cinta de correr sobre la que caminan las grandes emergencias contemporáneas pero la prolongación de la vida laboral exige nuevas políticas laborales activas y nuevos modelos de negociación - Una política salarial ligada a la antigüedad más que a las habilidades ya no tiene sentido

Demografía, pensiones y políticas laborales: es hora de un cambio

En las últimas décadas, de una variable algo dependiente de otros grandes agregados económicos y sociales, demografía, se ha convertido en la rueda de ardilla sobre la que caminan no sólo las perspectivas de una comunidad organizada, sino también las grandes emergencias contemporáneas. Los mismos fenómenos de las migraciones, que están trastornando los escenarios políticos y sociales del hemisferio norte y de los países desarrollados, tienen en sí un componente crucial de carácter demográfico que se ha disparado como consecuencia del contacto, en el contexto de la globalización , con poblaciones compuestas en gran parte por jóvenes (y pobres) con poblaciones de ancianos (y ricas).

En Italia, los problemas de demografía (el aumento de la esperanza de vida, los cambios en la estructura de la población, etc.) se han abordado -cuando ha sido posible- en el esfuerzo por diseñar los escenarios de futuro de los grandes sistemas de bienestar (seguridad social y sanidad). Desde hace un tiempo, este delicado aspecto parece haberse olvidado dada la profusa obstinación en derribar la reforma Fornero de 2011, escuchando todas las peticiones de vuelta al pasado. Lo que ciertamente dependió no sólo del oportunismo de los gobiernos, partidos y organizaciones económico-sociales (patronales y sindicatos), sino también de una incapacidad de las políticas para cerrar el círculo reformista incluyendo, desde otra perspectiva, los intereses y situaciones puestas en crisis precisamente por las medidas de reforma.

La experiencia de un cuarto de siglo de barajadas de pensiones está ahí para demostrar que la necesaria prolongación de la vida laboral (destinado a compensar el aumento extraordinario de la esperanza de vida) es incapaz de resistir el desafío de los procesos reales si no vienen al rescate nuevas políticas laborales, ya sean activas o relativas a la organización del trabajo y las propias políticas retributivas. Si no se consigue un salto de calidad en este sentido, el acceso a la jubilación acaba siendo un amortiguador social del que -como siempre- se aprovechan incluso quienes no lo necesitan (es el Jano de dos caras de la jubilación, que ha socavado la estabilidad del sistema y ha levantado cabeza a pesar de los ''gritos'' de su superación en el contexto de la reforma Fornero).

Y, sin embargo, estas son políticas suicidas miopes y de corto plazo. Una estancia más larga en el mercado laboral, a través de un cambio hacia adelante en los requisitos de pensión, no solo es un paso esencial para garantizar un mejor equilibrio de las finanzas públicas, sino una exigencia del propio mercado laboral, para asegurar la continuidad y adecuación de la oferta con respecto a la demanda. En el degenerado debate de los últimos años, algunos expertos se han reducido a esgrimir los mismos argumentos -lo decimos con respeto a la charcutería, no al experto- de la charcutería en la puerta (“Pero si los mayores no se jubilan, cómo pueden los jóvenes? ¿Es culpa de la ley Fornero si los jóvenes están en el paro"), dando así la espalda a décadas de literatura en materia de seguridad social que siempre ha negó la existencia de una relación directa entre la jubilación y las nuevas contrataciones.

Tanto es así que los novatos en el relevo generacional (yo salgo, tú entras) han llegado a estimar que por cada cinco puestos que quedan en el trabajo por el avance de los requisitos para la jubilación, un joven no podría ser contratado. Suponiendo y sin conceder que estas estimaciones tengan alguna base, ¿qué pasaría si se leyeran al revés? ¿Y es que por cinco ancianos que se van, las empresas pueden encontrar sólo un joven capaz de sustituirlos? Por lo tanto, existe la necesidad de trabajar más tiempo.

Pero para que esta elección no sea una quimera o se convierta, como los ancianos, en una condena al paro, necesitamos cambiar el paradigma no solo de políticas activas (los que pierden su trabajo deben poder encontrar otro y no solo protestar para acceder antes a la jubilación, tal vez imponiendo una salvaguardia más para los trabajadores en éxodo); pero la transformación de la organización del trabajo, la actualización y puesta en práctica de competencias debe jugar un papel diferente y decisivo, especialmente en un contexto dominado por tecnologías en constante evolución que intervienen en los procesos de producción y servicios. Todo esto pone en entredicho la la negociación colectivasobre todo de proximidad.

Se le encomienda la conquista de "una nueva frontera" (utilizamos la visión de un gran presidente estadounidense, tras la elección de Donald Trump). Las propias políticas de remuneración deben acompañar estos desafíos. Una dinámica salarial ligada a la antigüedad ya no tiene sentido, independientemente del contenido y la cualificación recurrente de desempeño laboral. Cuando yo era un joven sindicalista, a finales de los 60, habíamos inventado el lema de "una nueva forma de hacer el coche" que era entonces una rebelión contra el taylorismo y el monstruo de la cadena de montaje. Las nuevas tecnologías han hecho posible este objetivo, adaptando las estructuras organizativas y productivas más a las necesidades de las personas. Y no pasó nada. La vida continúa, se siguen fabricando automóviles, la automatización y las tecnologías de la información aligeran y cualifican el trabajo humano.

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