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Brasil, el ambiguo capitalismo de Estado

Mientras que en China y Rusia el Estado es el accionista mayoritario de las grandes empresas, en Brasil es a menudo el accionista minoritario, pero todavía puede ejercer una influencia decisiva en las decisiones. Y si la fórmula parece funcionar como estímulo a la economía, el gran peligro sigue siendo la corrupción que acecha en los pliegues del aparato estatal.

Brasil, el ambiguo capitalismo de Estado

"Leviatán como accionista minoritario”. Esta es la definición que Sergio Lazzarini, del Instituto de Educación e Investigación de São Paulo, y Aldo Musacchio, de Harvard, han dado sobre el capitalismo de Estado brasileño, precisamente para subrayar las diferencias con China y Rusia.

“La mano visible”, como la llamoEconomist en un informe de esta semana que compara las economías de China, Rusia y Brasil, opera de manera diferente en los tres países. Y en Brasil representa una verdadera anomalía en comparación con otros países emergentes.

De hecho, el estado de oro verde puede administrar las principales empresas del país, incluso sin tener el control mayoritario.. Una fórmula que aporta diversas ventajas a la economía nacional. Por ejemplo, limita la capacidad del Estado para recompensar a los clientes o aplicar políticas sociales, dado que los accionistas privados todavía tienen suficiente poder de control.

Pero lo que le da al estado más influencia sobre su propio dinero: hasta 2009, las participaciones del estado en BNDESar, la compañía de gestión de inversiones del Banco Nacional de Desarrollo, totalizaban $53 mil millones, sólo el 4% del mercado de valores. Sin embargo, el gobierno pudo hacer que su voz se escuchara en voz alta.

Estudiando 256 empresas listadas en Bolsa, entre 1995 y 2003, Musacchio y Lazzarini descubrieron que el Estado proporciona los recursos necesarios para invertir donde faltan recursos privados.

Pero no todo es color de rosa. El caso citado por The Economist es el de Petrobrás, la multinacional energética de mayoría estatal. El viento que sopla del este, en particular de China, donde la economía avanza a golpe de botón por el capitalismo de Estado, también ha convencido a Brasil para llevar a cabo elecciones intervencionistas. De hecho, el gobierno está obligando a Petrobrás a firmar contratos de suministro con empresas locales, en detrimento de la calidad de los equipos y de la competitividad. O como en el caso de grupo minero vale, donde además de la destitución del director general Roger Agnelli, que se produjo a pesar de los extraordinarios resultados alcanzados, asistimos a la retención de funcionarios que la empresa no necesita.

La mano visible también se dejó sentir con motivo de importantes fusiones: BRF nació de los gigantes de la alimentación Sadia y Perdigão; y mientras la telefónica Oi compraba Brasil Telecom, en el sector papelero, Fibria nació de la fusión de VCP y Arucruz.

Por lo tanto, es la política la que tiene un papel principal en las opciones económicas nacionales. No solo en el caso de los regímenes más autoritarios, sino también en el Brasil democrático. Un modelo que allana el camino a la corrupción en los pliegues del aparato estatal. Y no es casualidad que el ranking de Transparencia Internacional coloque a Brasil en el puesto 73 del mundo, seguido de China en el 75 y Rusia en el 143.

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