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Los pasajeros deben estar protegidos pero sin las molestias de los centros de llamadas.

Garantizar una protección adecuada a los "repartidores de comida" es sacrosanto pero clasificarlos como empleados sería un error que podría crear nuevos problemas como sucedió con los trabajadores de los centros de llamadas.

Los pasajeros deben estar protegidos pero sin las molestias de los centros de llamadas.

Que los ciclistas necesitan más y mejor protección es ciertamente cierto. Es positivo que el nuevo Ministro de Trabajo (como antiguo delegado: lo cual no es un demérito) se encargue de ello (pero haría bien en convocar también a los sindicatos). Pero de aquí a afirmar, con tono de declaraciones solemnes, que estas personas (en su gran mayoría estudiantes o dobles trabajadores, que ejercen las funciones de "repartidores de alimentos" durante los períodos en que están libres de sus compromisos prioritarios) son la expresión de ''una generación olvidada por el Estado'', nos parece una exageración.

En Italia sufrimos el flagelo del desempleo juvenil - es cierto - pero todavía hay 15 millones de empleados, mientras que cinco millones de empleados tienen menos de 35 años. ¿No es, siempre y en todo caso, lo que llaman "buen empleo"? Somos conscientes de ello. Pero no parece una representación correcta de la realidad asignar el papel de "nueva clase general" a un nicho del mercado laboral (es un porcentaje que no se puede identificar ni siquiera con la metáfora de los prefijos telefónicos, por la cantidad de ceros que ocurrirían después del primero y la coma).

Al escritor no le sorprenden estos forzamientos. Hubo un tiempo en que se pregonaba una serie de silogismos: la clase obrera son los metalúrgicos; los metalúrgicos son Fiat; Fiat es la línea de montaje de Mirafiori. Que las ''magníficas y progresistas fortunas'' de millones de trabajadores dependieran del resultado del choque en las trincheras avanzadas del taylorismo también era una exageración dictada por la ideología: pero estaban involucradas al menos decenas de miles de trabajadores de quienes dependía el resultado final. etapa de ensamblaje de automóviles (en ese momento, el estándar en Fiat era de 2.500 automóviles por día).

Luego se desvaneció el mito del overol azul: los cococos se convirtieron en prototipos de explotación, luego trabajadores contratados, empleados de call center, beneficiarios de vales hasta los jinetes de hoy (sin mencionar el llamado éxodo del lado de las pensiones). Minorías, nichos, si se quiere, sometidos a mayor atención desde la literatura y el cine que desde la de los sindicatos.

Sin embargo, gran parte de la legislación laboral reciente ha ido en pos de estas figuras dentro de las diversas soluciones ideadas por las empresas -buscando siempre un uso flexible (el único posible) de esta mano de obra- cuando se les negaban las formas contractuales previamente adoptadas.

Los sindicalistas más informados (en verdad, se conocen pocos, tanto que podríamos decir con el gran Dante "dúo de hijos justos pero ninguno entendió") se dan cuenta de que, en tales casos, sería erróneo clasificar los perfiles de los puestos de trabajo creados por la gig economy.

“El gran problema es el aplastamiento que vivimos en Italia – comentó en una entrevista reciente Marco Bentivogli, líder de la Fim-Cisl - la llamada autopista de dos tonos: o trabajadores por cuenta propia, o empleados. Los e-workers tampoco lo son: clasificarlos como empleados destruiría las empresas que los emplean, clasificarlos como autónomos los privaría de cualquier protección. Necesitamos pensar en nuevas protecciones, pero el sindicato debe cambiar de actitud: la gran negociación colectiva - argumentó Bentivogli - no debe transfigurarse para interceptar a estos trabajadores sino que debe cambiar las características de la negociación para abordar el tema de una manera específica y pensar en algunas protecciones reales".

Por el contrario, el decreto en el que trabaja el ministro Di Maio (no obstante se están realizando contactos y profundizaciones que han llevado a su archivo temporal) terminaría proclamando, ope legis, incluso a quienes, según la legislación vigente, la jurisprudencia consolida (reafirma por una sentencia reciente del tribunal de Turín) y la mejor doctrina, no lo son.

Es mejor prestar atención a lo que dijo Bentivogli, a saber, que la clasificación como empleados (con institutos relacionados) no sería sostenible para las empresas. Incluso ante un problema de costos y remuneración de los servicios, enmarcar a los jinetes como trabajadores subordinados a los que se les aplica un salario mínimo legal (propuesto por Tito Boeri y en el mismo decreto) implicaría un cambio radical en la organización del trabajo.

La empresa que hoy confía a la libre elección del trabajador la realización o no de un servicio que se le propone (por cuya ejecución se le paga a destajo), debe preparar, en cambio, haciendo uso de su capacidad de gestión poder - el plan de trabajo que el ciclista debería seguir en la unidad de tiempo por la cual recibe la tarifa acordada. A menos que algún "alma hermosa" piense que al jinete se le paga por las horas que pone a disposición, quedando libre de aceptar o no la entrega de la que se le advierte.

Con la inversión de la relación laboral, se plantearía el problema de establecer un número mínimo de servicios dentro de la unidad de tiempo, pero, además, le correspondería al algoritmo saturar la jornada laboral con un número adecuado de entregas. Todo ello ante la imposibilidad de planificar pedidos de comidas a domicilio. En resumen: un gran lío. Incluso en el derecho laboral "natura non facit saltus".

El trabajo subordinado no es inventado ni impuesto por la ley. Nunca olvide la experiencia del centro de llamadas: pro bono pacis, las empresas aceptaron un criterio extraño, propuesto en ese momento por el ministro voluntario Cesare Damiano, para asignar el rango de empleado a una parte del personal. Hoy los call centers o han cerrado o han ido en busca de una nueva patria, menos complicada que la nuestra.

En su entrevista, Marco Bentivogli recordó las consideraciones hechas al respecto por el abogado laboralista Michele Faioli que reportamos a modo de conclusión. “Ya tenemos las herramientas regulatorias para hacerlo, trabajamos en la legislación existente”, dijo Faioli. Y eso está en la Ley de Empleos de Renzi, que sin embargo el nuevo gobierno quisiera desarmar pieza por pieza como un rompecabezas. «En la Ley del Trabajo, el artículo 81 del Decreto Legislativo 2 amplía la protección del trabajo subordinado también al trabajo por cuenta propia», prosigue Faioli. «Esta norma nació con la idea de dar más protección a los trabajadores como los jinetes. Si se aplicaran bien las normas existentes, ya tendríamos respuestas concretas». La norma –prosiguió el abogado laboralista– «en el apartado 2 pone entonces en manos de los sindicatos la posibilidad de realizar convenios específicos». Pero si es así, ¿dónde terminaría la desintermediación?

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