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Juegos Olímpicos de Londres 2012, natación: entre fracasos azules y hazañas francesas, es Michael Phelps quien hace historia

Entre la exaltación (o decepción) parroquial de los distintos países competidores, desde los triunfos franceses hasta el desastre italiano, la gran proeza del "Tiburón de Baltimore" estuvo a punto de pasar desapercibida: Michael Phelps se convirtió, con el oro de los 4×200 y la plata de los 200 mariposa, la atleta con más medallas en la historia de los Juegos, con 19 de las cuales 15 de oro.

Juegos Olímpicos de Londres 2012, natación: entre fracasos azules y hazañas francesas, es Michael Phelps quien hace historia

Que las Olimpiadas sirvan para unir a los pueblos está en el ADN de los Juegos. Pero si Pierre de Coubertin, el barón padre de los Juegos Olímpicos modernos que murió en 1937, pudiera volver a abrir los ojos y ver las competiciones -sin ser suscriptor de la televisión de pago- solo a través de la televisión pública, al menos estaría encantado de ver cómo el espíritu de "juegos sin fronteras" prevalece sobre el espíritu olímpico, rampante en el mundo.

La manifestación que más que ninguna otra tiene un afilado planetario termina siendo también la que desata una orgía organizada de patriotismo tan pronto como su propio atleta está en la carrera. Dejemos en paz a De Coubertin, pero si un extranjero en Italia ve los Juegos Olímpicos en Rai, tiene que aguantar horas y horas de retransmisiones todas concentradas en los triunfos (de florete) y los fracasos azules (de natación), obligados a seguir un zapping frenético entre una carrera y otra de los italianos en competición. Lo mismo le sucede a un italiano en el extranjero: basta con ir de Ventimiglia a Niza, y la televisión y los periódicos hablan sólo de Muffat, Lefert y Agnel, los oros de la natación transalpina. A lo demás migas y poco más. Ayer por la noche vi la final de 200 metros libres femeninos: para los comentaristas de France2, en medio de la grandeza histérica, solo estaba “la merveilleuse Camille” (así se llama Muffat). Poco importa que fuera derrotada, aunque sea por un pelo, por la estadounidense Allison Schmitt y no repitiera el éxito de las 400. Muffat siempre Muffat: Pellegrini guiño a la presentación y nada más. Una vena patriótica que en el caso de la hípica inglesa contagia a la familia real que se turna en las gradas para apoyar a la hija de la princesa Ana, Zara Phillips, una apasionada amazona. La paciencia si un obstáculo derribado por la joven sobrina de la reina privó efectivamente a Gran Bretaña de su primera medalla de oro, en unos Juegos Olímpicos en los que medio mundo lo está haciendo mejor que los anfitriones. De modo que si fuera cierta cierta correlación entre las medallas y el estado de la economía, la libra debería valer menos que una vieja pat de Macao.

Por suerte para las Olimpiadas, entre los atletas participantes -hay más de 10 en Londres- siempre ha habido algunos semidioses que, vistiendo los colores de una nación, pertenecen a toda la humanidad, por sus récords y su historia: ayer por la noche en la piscina olímpica de Londres, entre tantos excelentes campeones y campeonas, se encontraba uno de estos rarísimos semidioses: Michael Phelps. Con el oro conquistado en el relevo 4x200m libre y la plata en los 200m mariposa, coronó una carrera sin igual: es el atleta más laureado en la historia de los Juegos con 19 medallas, 15 de las cuales son de oro. Un semidiós ante el que todos deponen las armas y el ardor del campanario, para comentar, embelesados ​​y admirados al unísono, la singular proeza del hombre.

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