comparte

Trabajar menos no hace que todos trabajen: por eso

Del sitio LAVOCE.INFO - Reducir la jornada laboral para permitir que un mayor número de personas encuentre trabajo parece un mecanismo inmediato y simple, a ser utilizado hoy para combatir el alto desempleo - Pero no es así - Y los riesgos pueden ser mayores que los beneficios.

¿El número de horas trabajadas es fijo o no? La teoría según la cual las reducciones de la jornada laboral deben ir seguidas de aumentos del empleo es tan simple que parece cierta por definición. Pero para producir los efectos deseados, es necesario verificar algunos supuestos preliminares.

En la base de la teoría se parte del supuesto de que el número de horas trabajadas en el mercado es fijo y que por tanto una reducción inicial de las mismas conduce automáticamente a una mayor demanda de las mismas, que puede ser satisfecha con nuevas contrataciones. En el mercado, sin embargo, nada puede considerarse fijo: todo se crea y todo se transforma.

Un ejemplo del dinamismo del mercado laboral es la relación, quizás contraintuitiva, que existe entre la fuerza de trabajo -cuántas personas participan en el mercado- y el desempleo: este último es menor precisamente en aquellos países donde el número de personas ocupadas y buscadores de empleo, del total de la población, es mayor.

Figura 1

Fuente: P. Cahuc, S. Carcillo, A. Zylberberg, Labor economics on OECD data.

Para la relación entre jornada y desempleo, ¿cuáles son los aspectos a tener en cuenta antes de proponer soluciones precipitadas? La reducción de la jornada laboral es un proceso que se viene gestando desde hace décadas, mientras que la evolución del paro parece responder a mecanismos principalmente ligados al ciclo económico.

Tabla 1 – Promedio de horas semanales trabajadas

Fuentes: Basado en Maddison (1995) y datos de la OCDE

Figura 2

Fuente: Eurostat.

Un primer supuesto implícito de los proponentes del mecanismo radica en que las personas en situación de paro son perfectamente capaces de sustituir a los ocupados cuya jornada se reduce. Esto puede ser cierto –sobre todo en un momento de crisis en el que la oferta de parados es especialmente amplia–, pero en todo caso hay que tener en cuenta que el colectivo de parados puede tener –y en promedio tiene– características estructuralmente diferentes al de los ocupados. grupo de personas (habilidades, educación, experiencia) y no es un sustituto perfecto para él.

Además, debe recordarse que la sustitución del trabajo también puede tener lugar con nuevo capital: una reducción de las horas de trabajo podría conducir a nuevas inversiones en capital en lugar de nuevas contrataciones.

Efectos sobre los salarios y la productividad

El segundo aspecto a considerar se refiere a la evolución de los salarios y los costos laborales. De hecho, es legítimo esperar que los salarios -y por tanto el coste de la mano de obra- se adapten a una reducción de la jornada laboral, con niveles de empleo que, por tanto, podrían permanecer inalterados. De hecho, la disminución de las horas trabajadas puede conducir a un aumento de los costos laborales tanto a través de mecanismos contractuales directos, para los cuales una reducción de horas debe ir seguida de un ajuste de ingresos, como a través de mecanismos indirectos. Entre estos: (i) la persistencia de costos fijos, independiente del número de horas trabajadas; (ii) el uso de horas extras, que son más caras; (iii) inversiones en capital nuevo para hacer frente a la disponibilidad reducida de mano de obra. Los estudios empíricos han demostrado que para una reducción de una hora de trabajo por semana, el salario por hora aumenta en un 2-3 por ciento. Por lo tanto, un aumento en el costo de la mano de obra no permitiría liberar recursos suficientes para compensar la reducción de horas trabajadas con las nuevas contrataciones. Si en este caso el efecto sobre el desempleo es nulo -o muy bajo-, los ocupados podrán en cambio beneficiarse del mayor tiempo libre disponible.

Finalmente, el tercer mecanismo a tener en cuenta se refiere a la posibilidad de que las reducciones de jornada se traduzcan en aumentos de productividad a través, por ejemplo, de una mejor estructura organizativa o de un uso más prudente del menor tiempo disponible. En promedio, sin embargo, una mayor productividad trae consigo no solo reducciones en el precio de los productos -y por lo tanto una mayor demanda de los mismos por parte de los consumidores- sino también aumentos salariales.

Sin embargo, si el aumento de la productividad resulta ser más que proporcional a la reducción de la jornada laboral, entonces el efecto sobre el empleo podría ser positivo. Los estudios han demostrado que una reducción de las horas de trabajo de unas diez horas por semana puede conducir potencialmente a aumentos en la productividad de entre el 10 y el 30 por ciento. En estos casos, sin embargo, cabe preguntarse si las reducciones de jornada son realmente necesarias para obtener estas mejoras o si, por el contrario, los efectos positivos pueden obtenerse independientemente de ellas.

Algunos de los proyectos en tramitación hoy (entre ellos, el llevado a cabo por un consejero regional de Emilia) también contemplan el apoyo público directo o a través de sistemas de bienestar para compensar los ingresos de los trabajadores afectados por la reducción de las horas trabajadas y, por lo tanto, de los salarios. . Si los fines –como la lucha contra el desempleo– pueden ser sin duda apreciables, los medios en este caso lo son decididamente menos: ante un mecanismo que es todo menos obvio, de hecho, es necesaria una gran cautela en la financiación de la destrucción de trabajo en la esperanza de su creación posterior y automática.

fuente: Lavoce.info

Revisión