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Hollande, o la crisis de la izquierda europea

En un año desde su elección, el presidente francés ha descendido al 24% de los votos, el registro más bajo jamás alcanzado en el país - Se le reprocha la incapacidad de impulsar una política de crecimiento a nivel europeo, en contraste con la austeridad en todos los costes de Merkel – En cierto sentido es el espejo de la misma dificultad de toda la izquierda europea.

Hollande, o la crisis de la izquierda europea

Del “Presidente normal”, como le gustaba llamarse a sí mismo durante la campaña electoral, en contraposición a los excesos del sarkozysmo, al “Monsieur Faible” (Sr. Débil), la etiqueta actual de los medios franceses, la transición fue rápida, muy rápido François Hollande, elegido para dirigir Francia el 5 de mayo de 2012, cayó al 24% de los votos en un año, el registro más bajo jamás registrado por un presidente francés en el mismo período de su mandato.

¿Cómo pudo pasar esto? Hollande puede esgrimir alguna justificación, excusa o similar: en primer lugar la crisis económica, que inevitablemente también afectó a Francia. Aunque la situación sigue siendo mejor que en Italia y España, la recesión ahora está sobre nosotros. La desindustrialización, el mal endémico del país, se está acelerando. Y el desempleo ya superó el 11%, a niveles italianos. Al alcanzar el objetivo del 3% del déficit público con respecto al PIB, París tardó dos años más en alcanzar el objetivo (estaba previsto a finales de 2013), porque desde este punto de vista la situación francesa está en riesgo (la cifra era del 4,7% a finales del año pasado), mucho peor que en Italia. Hollande también podría señalar que precisamente ese lastre sobre las arcas del Estado es herencia de la gestión anterior, de un Nicolas Sarkozy que, para amortiguar la crisis, gastó sin mesura.

Pero todo esto no es suficiente para explicar el derrumbe de "Monsieur Faible" en las encuestas. Hollande ha decepcionado las expectativas de muchos de sus electores (y numerosos observadores internacionales) con respecto a una nueva política dirigida al crecimiento. Esa fue su principal promesa al principio. Y fue uno de los primeros en decir que era necesario librar esa batalla contra la política de austeridad de Merkel a toda costa. Desde entonces, sin embargo, las palabras no han sido seguidas por los hechos. Hollande no consiguió aprobar un presupuesto europeo (el de 2014-2020) a la altura de la situación (de hecho, por primera vez en la historia de una Europa unida, registrará un descenso respecto al anterior). Más allá del aplazamiento para su propio país del objetivo del 3% del déficit público sobre el PIB, el presidente francés no ha sido capaz de promover un cambio en la política de los parámetros de Maastricht que atenazan a toda Europa, excepto a Alemania. No pudo ir más lejos.

En cierto sentido es la síntesis del callejón sin salida de toda la izquierda europea, que sigue siendo rehén de la receta keynesiana de aumentar el gasto público para salir de la crisis. Pero en un contexto en el que actuamos dentro de los estrictos límites presupuestarios impuestos por Europa y el euro, esa política es inviable. Terminamos navegando confusos por una serie de contradicciones. Como cuando Hollande, poco después de su llegada al Elíseo, anuló una de las últimas medidas de Sarkzoy, la del IVA social, que iba a suponer la reducción de las cotizaciones a la seguridad social de las empresas mediante el aumento del IVA (repercutiendo a todos los ciudadanos). Para luego, sin embargo, unos meses después lanzar un paquete de créditos fiscales siempre en beneficio de los empresarios de 20 millones de euros, financiados por los contribuyentes, aproximadamente la misma cantidad que les habría llegado con el IVA social.

Entre un golpe en el aro y otro en el barril, la estrategia que caracterizó el primer año de Hollande, el Presidente, a decir verdad, cumplió sin embargo muchas de las promesas hechas durante la campaña electoral (60 en total), como la autorización de el matrimonio homosexual y la adopción, el recorte del 30% de su salario y el de los ministros. Además de la potenciación de las escuelas públicas (el año pasado se contrataron 6.700 nuevos docentes y más de 10 desde principios de año), sin considerar el despegue del banco público de inversión (Bpi) para las pequeñas y medianas empresas, con 40 mil millones de euros.

La política fiscal también se ha reorientado hacia una mayor justicia social. El problema es que esperaba algo más. Una respuesta más general y europea a la crisis actual. Un ejemplo también para la izquierda de otros países. Aún hay esperanza.
  

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