comparte

Fiat, los 61 despidos del 79 y el inicio del punto de inflexión

El 9 de octubre de 1979, Fiat Auto despidió a 61 empleados de las plantas de Turín acusados ​​de violencia - Inicialmente hubo huelgas y protestas de izquierda, pero esos despidos rompieron el clima de complicidad en la fábrica con la que podía contar el terrorismo, que el 21 de septiembre bárbaramente asesinó al ingeniero Ghiglieno – Al año siguiente vino el ajuste de cuentas con los 35 días de Mirafiori y la marcha de los 40

El 9 de octubre de 1979, Fiat Auto despidió a 61 empleados de sus plantas de Turín por el mismo motivo, el de haber prestado servicios laborales que no se ajustaban a los principios de diligencia, corrección y buena fe y de haber exhibido constantemente una conducta que no estaba en respetando los principios de la convivencia civil en el trabajo.

La motivación fue deliberadamente genérica y no sustentada en disputas específicas, como para sugerir que la empresa había actuado con brutalidad y sin garantías, pero estaba justificada en el hecho de que no pretendía enumerar las circunstancias y la violencia sufrida por varias prendas sobre los años para no exponerlos a represalias de los sujetos afectados o de sus asociados.

La elección de Fiat provocó vehementes protestas en la izquierda porque fue interpretada como una acusación explícita de la proximidad del movimiento obrero al terrorismo. Sin embargo, la acción de la empresa obedecía, como luego demostraron los hechos, a una situación muy dura que se había producido en las fábricas donde los terroristas contaban ahora con una sólida complicidad.

El objetivo de Fiat era concienciar al sindicato sobre las características y el alcance del fenómeno violento en el lugar de trabajo como requisito previo para un acuerdo para restablecer un clima de normal convivencia civil en la fábrica y de lucha contra el terrorismo, pero el sindicato no quiso ni no pudo recibir el mensaje.

En 1979, el malestar de los trabajadores dentro de las fábricas de Fiat había llegado a un punto sin retorno. Los episodios de violencia fabril, que se habían recrudecido durante la década de los setenta, y que habían aflorado en toda su evidencia aún bajo la presión de los más graves y escandalosos episodios de terrorismo, eran los de allanamientos de oficinas, amenazas e intimidaciones a los dirigentes, de las golpizas que siguieron a estas amenazas e intimidaciones; de la constricción de los jefes en los momentos de mayor tensión a desfilar al frente de las procesiones de los “talleres de barrido” con pancartas al cuello o portando pancartas.

Pero tampoco hay que olvidar la negativa ostentosa al trabajo, la realización de actividades alternativas al trabajo (como el comedor alternativo de Mirafiori regentado por trabajadores colectivos en horario laboral), el abandono del lugar de trabajo y la incitación a otros trabajadores a realizar lo mismo, la autoreducción del rendimiento del trabajo hasta la total improductividad; o el comportamiento arrogante e intimidatorio tendiente a amedrentar a los jefes para que no ejercieran, como en un momento dado ya no ejercieron, sus facultades de control y disciplina, ni avisaran a los superiores de lo que ocurría en los distintos departamentos , conductas que tiñeron de amenazas especialmente efectivas, como las realizadas sobre todo a mandos intermedios, de posibles ataques a ellos, a sus coches e incluso a sus familias.

Estas actitudes, que se produjeron no sólo con motivo de las renovaciones de contratos, el más reciente el contrato de ingeniería de 1979, sino también en todas las ocasiones que ofreció el rampante microconflicto, adquirieron una particular relevancia y resonancia, en el contexto de los hechos terroristas, que ensangrentó la ciudad de Turín, y por el cual muchos hombres de Fiat pagaron una gran contribución notoriamente.

Además, hasta ese momento no había pruebas, y Fiat no las sustentaba, de que existiera una conexión inmediata, o más bien una coincidencia de personas y propósitos, entre el terrorismo extremista, que sin embargo se jactaba de constituir un ala de avanzada o de marcha del movimiento obrero. movimiento y violencia en el lugar de trabajo. Pero se creía a ciencia cierta que entre unos y otros casos de violencia, aun tan diferentes y evaluados de manera diferente, había una conexión sigilosa, por así decirlo, un hilo rojo de continuidad.

Los hechos de septiembre de 1979 precipitan la situación y fortalecen la convicción de esta conexión. Al volver de las vacaciones en Mirafiori, comienza la huelga de pintores. Con la reanudación de la producción tras el cierre estival, se habían puesto en funcionamiento las nuevas cabinas de pintura automatizadas, que ya no requerían la presencia de trabajadores en su interior. Por lo tanto, las pausas de trabajo adicionales otorgadas anteriormente se cancelaron precisamente para permitir que los propios trabajadores abandonaran las cabinas durante diez minutos cada hora, para evitar respirar continuamente el miasma de la pintura, incluso si están equipados con máscaras protectoras.

El comité de empresa de Mirafiori, en contra de la supresión de las pausas adicionales en las cabinas aunque ya no sean necesarias, proclama la huelga de los trabajadores de la pintura y luego de toda la planta, y durante quince días Mirafiori fue escenario de huelgas intermitentes, internas marchas, invasiones al edificio de la dirección, cortes de ruta, sin que los sindicatos, incluidos los confederales, ofrezcan un aporte válido para restablecer las condiciones indispensables de gobierno del establecimiento.

El 21 de septiembre a las 8 de la mañana un comando terrorista asesinó en la puerta de su casa, cuando se dirigía a su trabajo en Mirafiori, Ing. Carlo Ghiglieno, director de planificación estratégica de Fiat Auto. Es en este punto que la empresa decide actuar: comienza una investigación interna para identificar y despedir a las personas más problemáticas de la fábrica. Se elaboró ​​una lista de más de cien nombres, que luego se redujo a 61 debido a que los afiliados y algunos representantes del entonces poderoso sindicato metalúrgico fueron borrados, para evitar la acusación de antisindicalismo contra la empresa.

En cambio, el sindicato cargó con la cabeza gacha, proclamando una huelga inmediata en Mirafiori y reuniendo en Turín a los más de 3000 delegados sindicales de Fiat en Italia para definir el estado de agitación y lucha, bajo el lema de un secretario nacional de los trabajadores metalúrgicos: "Mejor un terrorista en fábrica que un inocente despedido”.

Se constituyó una nutrida defensa integrada por los más destacados abogados laboralistas de izquierda de la época que activaron, en nombre de la FLM, el sindicato unitario de trabajadores metalúrgicos, una denuncia contra Fiat por actividades antisindicales, rechazada por el juez de manera similar a los recursos individuales presentados en defensa de las licencias.

Al final, ninguno de los 61 volvió a la fábrica: algunos concluyeron una transacción económica con la empresa, algunos emigraron al exterior, a Francia o Centroamérica, algunos fueron implicados posteriormente en investigaciones por terrorismo, otros se perdieron por completo.

Un sistema sindical enloquecido había recibido un empujón: el día del juicio llegaría un año después con los 35 días de Mirafiori y la marcha de 40.000 jefes y mandos medios de Fiat.

Revisión