El caso de Zimbabue es ejemplar de lo que le sucede a un país que se embarca en la dolarización. En 2009, la inflación masiva había llevado al banco central del país a tomar este camino, agregando una moneda extranjera, en este caso el dólar estadounidense, a la nacional. En poco tiempo, el dólar zimbabuense pasó del estado de moribundo al de cadáver y en pequeñas transacciones comerciales, junto a los centavos estadounidenses, comenzaron a circular sustitutos como dulces, piruletas, bolígrafos y paquetes de cigarrillos. La situación empeoró gradualmente y, en diciembre, el gobernador del banco central de Zimbabue, John Mangudya, decidió introducir nuevas monedas que imitan los centavos estadounidenses, conocidas como "monedas de bonos", a partir de un bono de 50 millones de dólares estadounidenses emitido por e importando las monedas de vecina Sudáfrica. La nueva moneda tiene la misma denominación y valor que su equivalente estadounidense, pero solo se puede usar en Zimbabue.
El problema es que mucha gente no lo quiere porque piensa que no es fácil encontrar a alguien que lo acepte. Muchos entonces temen que las "monedas de bonos" sean el primer paso hacia el regreso del odiado dólar zimbabuense. Incluso los mendigos parecen pensar de la misma manera: no es raro que, al ofrecerles las nuevas monedas, se echen a reír y respondan: "No, gracias". “Muchos clientes se niegan a aceptar las monedas nuevas como cambio y nos dicen que no saben cómo gastarlas”, dice Lyn Kahari, empleada de una tienda de comestibles en un suburbio de la capital, Harare. De los diez millones de monedas que se han importado de Sudáfrica, sólo han entrado en circulación dos millones y medio -admitió el gobernador del banco central-. Según Mangudya, la razón debe buscarse en la falta de cooperación de los bancos comerciales, que no habrían dado órdenes más sustanciales al banco central. Pero el escepticismo hacia las "monedas de bonos" está arraigado y es profundo porque los ciudadanos de Zimbabue todavía tienen un recuerdo muy vívido de la hiperinflación, que había alcanzado los 500 mil millones por ciento, con los precios de los bienes de consumo variando incluso el doble que el día antes de que el presidente Mugabe decidiera abandonar una moneda que ahora se había vuelto completamente inútil.