72 obras del Prado, el Rijksmuseum y otros 15 prestamistas (incluido el Mauritshuis de La Haya, la National Gallery de Londres y el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York), la exposición ofrece una reflexión sobre las tradiciones de la pintura en España y los Países Bajos. Si bien la literatura histórica del arte ha considerado que estas tradiciones son esencialmente diferentes, la exposición yuxtapone los mitos históricos y las realidades artísticas de estos dos centros artísticos para reflexionar sobre sus muchos rasgos compartidos.
La idea de que el arte producido en diferentes partes de Europa es marcadamente diferente: que Velázquez, por ejemplo, es “muy español” e Rembrandt “muy holandés”, se basa en la excesiva influencia que las mentalidades e ideologías nacionalistas de los siglos XIX y XX han tenido en nuestra forma de entender el arte. Los estudiosos de ese período le dieron una enorme importancia a la idea de que cada nación tenía un carácter nacional diferente, lo que hizo muy conocido que estas diferencias se manifestaban en el arte de cada país. Esta perspectiva funcionó para minimizar los rasgos compartidos por los artistas europeos.
El caso de la pintura española y holandesa del siglo XVII es sintomático de ello. Separados por una guerra, el arte de estos países se ha interpretado tradicionalmente como lo contrario. No obstante, el legado de la pintura flamenca e italiana, cuya influencia definió todo el arte europeo, fue interpretado de manera similar en los dos lugares. En el siglo XVII ambos países vieron surgir una estética que se alejaba del idealismo y que se centraba en el aspecto real de las cosas y en cómo representarlo. En sus obras, los artistas representados en esta exposición no han expresado la esencia de sus naciones, sino que han dado forma a las ideas y enfoques que han compartido con una comunidad internacional de creadores.
