"Esta vez es diferente", rezaba el eslogan lanzado a principios de este año por el Parlamento Europeo para animar a millones de europeos, agotados por seis años de crisis económica y decepcionados por una Europa que ha demostrado ser demasiado frágil y desunida para afrontar con eficacia un golpe tan grande- acudir a las urnas a finales de mayo para elegir los partidos y las personas a las que encomendar la ardua (¿y desesperada?) tarea de reactivar la economía y al menos frenar la imparable caída progresiva del empleo.
“Esta vez es diferente” también podría ser, ¿por qué no? – el resumen del programa de trabajo de la nueva Comisión Europea que toma posesión mañana, 2009 de noviembre, en el Palacio Berlaymont de Bruselas, con el ex primer ministro luxemburgués Jean-Claude Juncker a la cabeza. Es decir, el candidato de la formación política Partido Popular Europeo (centro-derecha), que había obtenido el mayor número de votos en las elecciones de mayo y que, como consecuencia de las nuevas reglas introducidas por el Tratado de Lisboa ( diciembre de XNUMX), fue sometido al escrutinio del Parlamento de Estrasburgo que, a finales de julio, lo eligió, con una buena, si no abrumadora mayoría, para la presidencia de la Comisión.
Que esta vez pueda ser realmente diferente, en el sentido de que la Comisión logre transformarse en un verdadero gobierno de la Unión Europea, está ciertamente bajo los auspicios de Juncker, un político de larga data, un hábil mediador capaz, sin embargo, de llegando a una firme determinación que puede sorprender ya veces incluso desplazar a su interlocutor. Pero, ¿cuán probable es que las expectativas de Juncker se materialicen en un momento histórico en el que, por citar un hecho al que los gobernantes europeos se ven obligados a enfrentarse, más o menos un tercio de los eurodiputados están ocupados intentando “demoler” Europa? ¿Y cuáles son las perspectivas de la Comisión entonces?
El socialista alemán Martin Schulz, combativo presidente del Parlamento Europeo -reelegido diputado tras perder el desafío contra Juncker por el liderazgo de la Comisión ya que los Socialistas y Demócratas en las elecciones de mayo no lograron superar a los Populares-, dijo en una rueda de prensa en Estrasburgo, inmediatamente después de la elección de la nueva Comisión, que “asistimos al inicio de una nueva etapa, de un proceso con una dimensión constitucional que modifica la estructura del contexto institucional”. Y aseguró su "pleno apoyo" a la Comisión Juncker.
¿Significa esto que el camino del Ejecutivo de Bruselas estará libre de obstáculos? Con toda probabilidad tal hipótesis debe ser excluida. En primer lugar a la luz del momento histórico que atraviesa el mundo, y más particularmente Europa. Basta pensar en los estallidos de guerra que se han desatado a las puertas de la Unión Europea: en Ucrania, en Siria, en Libia y más al sur en algunos estados de África central. Luego están los problemas relacionados con el suministro de energía y la protección del medio ambiente. Y, en nuestra casa (léase: en Italia, aunque no sólo), la inmigración, especialmente el paro juvenil, motor del crecimiento económico que no vuelve a arrancar, los grifos del crédito a las empresas esencialmente cerrados.
Y las cuestiones relativas al equilibrio entre las instituciones europeas quedan siempre abiertas. Con el peso del Parlamento que, en base a las normas introducidas por el Tratado de Lisboa, tiende a fortalecerse cada día mientras el Consejo (expresión directa de los estados miembros de la UE) resiste con fiereza. Un conflicto siempre abierto que inevitablemente encuentra, y presumiblemente seguirá encontrando, ecos dentro de la Comisión. Cuyos miembros se encuentran a veces en la dificultad de tener que elegir entre sus propias convicciones, las orientaciones del partido al que pertenecen y las solicitaciones provenientes del Estado que los designó.
Capítulo aparte, pues, es el relativo al presupuesto para 2015, un tema de gran actualidad que actualmente está siendo examinado por el comité de conciliación, convocado después de que la Asamblea de Estrasburgo rechazara los drásticos recortes propuestos por el Consejo, calificándolos de "arbitrarios", que se refieren, entre otras cosas, a la innovación, la investigación, las grandes infraestructuras, las pequeñas empresas, la energía. Y ahora, si se llega a un acuerdo en el comité de conciliación, el presupuesto irá a votación en Estrasburgo en el pleno de finales de noviembre. De lo contrario, la pelota volverá a la Comisión, que tendrá que presentar una nueva propuesta.
Estos son los nudos que ahora la Comisión está llamada a desatar. Una Comisión cuya estructura y organización de trabajo ha cambiado radicalmente por Jean-Claude Juncker. Quien diseñó un complejo sistema de pesos y contrapesos entre comisarios, vicepresidentes, primer vicepresidente y presidente, quien en la comisión parlamentaria de asuntos económicos y monetarios no entendió "quién hace qué" y planteó la pregunta a Schulz. Quien escribió una carta no tan tierna a Juncker para preguntarle cuáles son las competencias y sobre todo las responsabilidades de cuatro comisarios (Dombrovis, Hill, Moscovici y Katainen) y a quién se le asigna la representación externa de la Comisión.
Carta a la que el presidente de la Comisión respondió con una carta cortés y de tono imperturbable, pero al menos el doble de larga, en la que esencialmente lo confirma todo. Y es que, en definitiva, la última palabra es sólo suya; con la única excepción, sin embargo, de Frans Timmermans, el primer vicepresidente, un socialista, de hecho, el alter ego del popular Juncker. Un organigrama que en los edificios de las instituciones europeas, en Bruselas, Estrasburgo y Luxemburgo, ha hecho boquiabiertos a muchos de los más altos cargos, aturdidos en un auténtico torbellino que tardará en agotarse. Y para entender realmente si, al menos en lo que respecta a la Comisión, "esta vez es diferente".