Las acciones de Twitter ahora se venden por menos de $44 cada una, muy por debajo de la marca de $20 que alcanzó el día de su cotización, y la compañía ahora vale menos de $XNUMX mil millones. Que siempre son muchos, eso sí, pero que ponen a la red social en una posición en la que hasta hace poco parecía difícil de predecir: no la de macho alfa en la jungla de la web, sino la de posible presa de otros gigantes. ¿Un nombre por encima de todo? La de Google, que parecería más interesada que Facebook en tal adquisición.
Y pensar que el trimestral publicado hace unos días había mostrado unos ingresos muy crecientes (+64% anual) y superiores a las expectativas de los analistas. Pero el número que testimonia la crisis de Twitter, más que ningún otro, es el de usuarios, que creció solo dos millones de unidades en los últimos tres meses.
Una figura que testimonia la desafección hacia una red social que, como mucha gente, parece no haber decidido todavía qué quiere ser de mayor y que sigue luchando en busca de su vocación, con el riesgo cada vez más concreto de convirtiéndose en un receptáculo de noticias desnudas y de marketing de celebridades, así como de odio, despecho y confrontaciones verbales.
Un lugar, por tanto, donde no se hacen amistades ni se crean vínculos. No es lo mejor, para lo que debe ser una red social. Y es por esto, más que por cualquier otra razón, que el revolución de 140 caracteres que hubiera cambiado el mundo, globalizando el ingenio ad aeternum a toda costa, parece haber llegado ya a su caída. Las filas de los perdedores digitales, los gigantes sociales y web que duraron una temporada, pronto podrían verse enriquecidas por una víctima prestigiosa.