Si es verdad que somos lo que comemos, también es cierto que lo que comemos puede cambiar el mundo. Ya no basta con reducir los combustibles fósiles en las industrias, apagar la luz y andar en bicicleta: el calentamiento global solo puede frenarse si cambiamos nuestro estilo de vida, empezando por la alimentación.
Según las previsiones, en 2050 el sector agrícola podría producir, solo en la UE, más de un tercio de las emisiones terrestres de gases, responsables del aumento de las temperaturas. En particular, el sector de el ganado es responsable de casi el 15% de las emisiones globales, superiores a las producidas por todos los automóviles, camiones, aviones, trenes y barcos del mundo. La carne roja proporciona solo el 1% de las calorías de la población mundial, mientras que representa el 25% de todas las emisiones de la ganadería y la agricultura. Además, la agricultura intensiva también contribuye a la formación de partículas finas, esas diminutas partículas capaces de penetrar en nuestros pulmones y entrar en nuestra sangre.
Numerosos estudios también atestiguan que el cambio climático puede favorecer la propagación de patógenos y la aparición de nuevas epidemias. Al mismo tiempo, el número de personas que padecen hambre sigue aumentando y la pandemia del Coronavirus está poniendo en serio peligro la seguridad alimentaria y nutricional de más de 130 millones de unidades. Entre los factores clave está la variabilidad climática.
Según la ONU, las dietas más adecuadas para reducir la contaminación y preservar la salud son cinco: mediterránea, carnívora climática, pescetariana, vegetariana y vegana. Sin embargo, no necesariamente tiene que renunciar a la carne roja para marcar la diferencia: puede optar por reducir su consumo. Pero las fuentes de proteínas de origen vegetal (legumbres, cereales integrales y frutos secos) son las opciones más respetuosas con el clima. En general, un occidental promedio debería duplicar el consumo de verduras en comparación con sus estándares.
Un cambio ecológico en la mesa ahora parece inevitable, como también se subraya en el libro de eliana liotta"La comida que nos salvará” presenta por primera vez una reflexión que parte de un enfoque científico, tanto desde el punto de vista ecológico como nutricional, con el asesoramiento del Instituto Europeo de Economía y Medio Ambiente (EIEE, Instituto Europeo de Economía y Medio Ambiente) y el Proyecto EAT de la Fundación Grupo San Donato.
El libro presenta las cinco dietas propuestas por la ONU, tanto ecocarnívoras como vegetales, capaces al mismo tiempo de mitigar las emisiones contaminantes y el estado de salud. Allá La dieta mediterránea incluye muchas verduras, carnes rojas solo una vez por semana y un consumo moderado de lácteos. Allá dieta carnívora climática: que reduce la carne de rumiantes y los productos lácteos (vacuno, cabrito, ternera y cordero son los de mayor impacto climático por gramo de proteína). Eso pescetariano en cambio implica el consumo de pescado pero no de carne y en algunas variantes ni siquiera de productos lácteos. luego esta la dieta Vegetariano: excluye la carne y el pescado, pero no los huevos, la leche y los productos lácteos. Dieta vegetariana: solo admite fuentes vegetales y excluye cualquier producto de origen vegetal.
Por lo tanto, la comida amigable con el planeta también es el mejor amigo de nuestra salud. Si la población mundial consiguiera duplicar su consumo de verduras para 2050, se detendría el calentamiento global y se producirían más de 11 millones de muertes al año por malos hábitos alimenticios. ¿Cómo evitarlo? Centrándonos en la innovación, luchando contra el desperdicio de alimentos y aumentando la educación alimentaria de la población con una agricultura ecosostenible.