Entre mis recuerdos como dirigente sindical, algunos han resurgido desde hace un tiempo hasta convertirse en obsesivos tras la renovación del convenio metalúrgico del pasado 26 de noviembre. En la primavera de 1987 yo era secretario general de los químicos de la CGIL (el acrónimo del sindicato, Filcea, era tan dulce y elegante que un funcionario lo adoptó como nombre para su hija). En ese rol, después de una negociación muy difícil, estipulé un acuerdo con Montedison para establecer el primer fondo de pensiones de nueva generación, Fiprem, que luego allanó el camino para Fonchim.
La iniciativa me causó algunos problemas con la secretaría de la CGIL y más en general dentro del aparato a ser falló en el sagrado principio del bienestar público. Luego, en el campo de las pensiones complementarias, a los pocos años, se encontró un equilibrio (a los pocos meses de la firma del Fiprem incluso ingresé a la secretaría confederal como jefe de políticas sociales), tanto que en 1993 el último acto del Gobierno de Amato fue lanzar el decreto legislativo n.124 que reguló completamente el sector.
Por otro lado, mi negativa irreductible a hacer una genuflexión al pie de la ley n. 833/1978 que crea el Servicio Nacional de Salud nunca fue perdonada (Enrico Berlinguer había hablado de ella como "un pozo del socialismo"). Hasta el punto de dar mi apoyo al artículo 9 de la primera versión del decreto legislativo n.502/1992 que preveía la posibilidad de experimentar, dentro del sistema de salud, formas asociadas de usuarios, convergiendo en una experiencia colectiva mutua o similar.
A este nuevo sujeto, organizado y consorciado, se le habría transferido una parte de los recursos (o incluso la totalidad del cupo, si se pretendiera implementar una operación más amplia) que el Fondo Nacional de Salud reserva para cada ciudadano como parte per cápita. , como cuantificación económica del derecho a beneficiarse de la asistencia sanitaria. Sigo siendo de la opinión de que la propuesta del Gobierno de Amato (a cuya definición yo había contribuido y que me dio la oportunidad de escribir el ensayo "La salute liberata" para el Molino en 1997) no sólo estaba en armonía con las innovaciones que interesaban los principales sistemas públicos europeos, pero representados un campo válido de experimentación e integración entre lo público y lo privado.
Desafortunadamente, tal fue el espacio de acceso elevado que unos meses después el Gobierno de Ciampi aprobó un decreto correctivo que enterró para siempre la propuesta de un posible mercado en la protección de la salud. Mientras tanto, yo también me había quitado el trabajo de la CGIL, después de que una moción firmada por 25 importantes ejecutivos me llamara al orden. Esa vez, como un gran caballero, Bruno Trentin me salvó. Pero entendí que la campana nunca volvería a sonar. Pero esa es otra historia: no tengo nada de qué quejarme de la CGIL.
Aunque lo encuentro extraño la difusión actual del bienestar corporativo, especialmente con respecto a proteccion de la salud, en ausencia de una regulación al menos equivalente a la prevista para los fondos de pensiones. Que yo recuerde, la única Ministra de Salud que lo intentó en vano -y no muy bien para mí- fue Rosi Bindi en 1999. Luego silencio, mientras el sector se expandía. Porque podemos estar contentos con este punto de inflexión que ha tomado la negociación colectiva, pero conviene hacer algún razonamiento de carácter sistémico.
El recurso al bienestar corporativo, especialmente en el caso crucial de la atención médica, no aborda y, por lo tanto, no resuelve un problema subyacente: sean los empleadores, sean los trabajadores y sus familias pero, hay millones de personas que pagan dos veces por los mismos servicios (con impuestos y de su bolsillo). Nosotros sabemos que más del 60% de las grandes empresas italianas ofrecen a sus empleados asistencia sanitaria privada. Otro aspecto digno de atención se refiere, incluso antes de la renovación de los metalúrgicos, la presencia (66,8%) de cajas de seguro complementario de salud en los contratos del sector nacional. Antes de 2001, la presencia se redujo prácticamente a la mitad (35,4%), mientras que entre 2006 y 2012 hubo una fuerte aceleración.
En cuanto a otras intervenciones de bienestar privado, también en este campo, las empresas están más dispuestas a otorgar beneficios sociales – que disfruten incentivos y ventajas fiscales – en lugar de aumentos de sueldo. La misma aprobación también se aplica a los trabajadores, ya que la presencia de beneficios y servicios de bienestar empresarial es mayor en empresas con una alta tasa de sindicalización (superior al 40%). Por supuesto, los beneficios sociales para toda la empresa terminan favorecer a los empleados internos y permanentes.
Sin embargo, no tendría sentido -argumentamos- imponer una igualdad igual a los perjuicios del modelo público (La Mutua Fiat, una estructura muy eficiente, fue desmantelada por aclamación popular tras el caluroso otoño en nombre de la igualdad). Es igualmente cierto, sin embargo, que nunca será posible construir un sistema alternativo basado en la fragmentación de las intervenciones, que ahora representan una respuesta aún parcial a un profundo malestar social provocado por el peso del fisco y las ineficiencias del sistema público universal.
Pero realmente existe la necesidad de una nueva actio finium regundorum entre los roles público y privado en el cuidado de la salud. En Italia, el gasto público en salud no solo crece en comparación con el PIB (con preocupantes escenarios futuros); así es el privado (más del 2% del PIB, aproximadamente 30 millones) apoyados en gran parte por familias y empresas. Un gasto muy a menudo abordado -como se reafirma en el Libro Verde "Trabajo y bienestar de la persona" presentado por Adapt- para adquirir bienes y servicios ya garantizados por el sistema público.
De ahí surge la necesidad una racionalización, estableciendo en qué ámbito de intervención y para qué sujetos deben garantizarse los servicios garantizados por el SNS, dejando el resto a la iniciativa privada colectiva e individual. En esencia, se trataría de organización, en aras de la protección de la salud, la eficiencia del servicio y el ahorro de costes, bienestar público y el asegurado a través de instrumentos privados.