La introducción también en Italia del salario minimo garantizado sería media revolución, no solo social, porque evitar la explotación de tantos trabajadores por empresarios sin escrúpulos, sino también un verdadero cambio en las relaciones laborales que, bien concebido, podría dar un auténtico impulso a la recuperación de la productividad empresarial, y por ende a un aumento de la anémica tasa de crecimiento de nuestro país.
En cambio, como de costumbre, el Ministro de Trabajo Di Maio relanza el tema de manera chapucera, sin entender del todo todas las implicaciones, pero utilizándolo solo como arma polémica contra el Partido Demócrata, y con intención propagandística de cara a la inminente votación de la renovación del Parlamento Europeo.
Hasta ahora el salario mínimo garantizado por ley no se hizo por la oposición de los sindicatos, y en particular de la CGIL, que se centró en acuerdos nacionales para fijar salarios mínimos y de hecho la jurisprudencia siempre ha dado fuerza erga omnes a estos contratos, extendiendo así su vigencia también a quienes no estén afiliados a sindicatos. Ahora, la posición de las grandes confederaciones de trabajadores parece haberse suavizado, ya que la evolución reciente del mercado laboral ha creado un número significativo de trabajadores no cubiertos por convenios colectivos, y además ha aumentado el número de asociaciones de empleadores y de trabajadores que estipulan contratos sin que exista una certificación fehaciente de su representación.
Por lo tanto, se sigue que el salario mínimo no puede limitarse solo a aquellos que no están cubiertos por un contrato nacional y sobre todo eso debe ir acompañada de una ley de representación para finalmente poder esclarecer qué sujetos están autorizados a estipular convenios colectivos.
Las consecuencias de estos cambios pueden ser profundas y muy positivas. En efecto los sindicatos podrían renovar su forma de operar concentrando su actividad en el contratos de empresa o en territoriales negociando todo lo que pueda estar por encima del mínimo legal, y realizando intercambios con los empleadores en base a un salario ligado a incrementos de productividad. Se abrirían espacios considerables para tratar en términos correctos el tema de los salarios, es decir, el bajo crecimiento de los salarios en los últimos años, mientras que todo el sistema económico, incluidos los servicios, se beneficiaría de la necesaria aumenta la productividad que han estado desaparecidos durante al menos veinte años. El Gobierno podría entonces facilitar esta transformación de las relaciones laborales con incentivos fiscales (que existen en parte) vinculados a la productividad.
Pero para hacer posible el inicio de estas innovaciones es necesario en primer lugar fijar correctamente el monto del salario mínimo, sin saltos que se parezcan tanto a la vieja consigna del "salario como variable independiente", y al mismo tiempo para evitar incentivar un nuevo salto hacia el trabajo no declarado, ya tan extendido en nuestro país.
Hace un tiempo Pablo Rebaudengo, ex gerente de relaciones laborales de FIAT, había presentado la propuesta de tomar como referencia, el importe máximo del fondo de cesantía de 1100 euros, que dividido por las 170 horas de trabajo mensuales por unos 6 euros la hora.
Giuliano Cazzola, que en general está menos a favor de la introducción del salario mínimo, sugiere tomar como referencia los 780 euros que lo mismo ley de ingresos del ciudadano fija como límite por debajo del cual el beneficiario del subsidio puede rechazar el trabajo que se le ofrece. Y así el salario mínimo por hora sería aún más bajo.
Una ley de salario mínimo puede ser pensada como una adecuada continuación de la política de reforma del mercado laboral iniciada con la Ley de Empleo, donde también estaba previsto, y no como una medida de oposición a esa reforma fundamental, como se afirma en muchos programas de televisión llenos de gente que no sabe de lo que habla.
El asunto es pues complejo y el diablo está en los detalles. Acércate a él superficialmente, como sí es costumbre de este gobierno, puede conducir a resultados contrarios a los deseados: no a una mayor equidad y al aumento de las oportunidades laborales, sino a una nueva crisis de la productividad industrial y aumento del trabajo no declarado.