Las cuentas del Municipio de Roma son tema central de la campaña electoral y objeto de recriminaciones y acusaciones sobre responsabilidades pasadas. Pero de lo que queremos escapar, porque se trata de compromisos de futuro y no sólo de pasado, son los problemas estructurales aún no resueltos que, si no se abordan con determinación, seguirán socavando la estabilidad del presupuesto de la capital. Problemas políticamente muy difíciles.
Entre 1993 y 1998, cuando, en el primer concilio de Rutelli, tuve la responsabilidad de administrar las finanzas de Roma (así como todo el sistema municipal), partiendo de una situación de preinestabilidad, fue posible restablecer el equilibrio en la gestión actual, para financiar inversiones sin nuevo endeudamiento pero con ingresos de privatizaciones (49% de ACEA, la Central Lechera que producía un déficit anual equivalente a la mitad de su facturación, la enajenación de inmuebles propiedad del municipio). Y se realizó una valerosa operación de transparencia sobre lo que fue y sigue siendo la bomba puesta en el presupuesto municipal: el déficit de las empresas de transporte ATAC y Cotral.
Déficits ocultos que fueron sacados a la luz y que fueron cubiertos con deuda como mandaba la ley (hasta la reforma constitucional de 2001). Una cifra enorme, unos 800 millones al año que, gracias a la actuación del concejal Tocci, se redujo a más de la mitad en los años siguientes. La deuda de esos años toda viene de ahí, del transporte. Un sistema especialmente oneroso por la gran extensión del territorio romano, pero también mucho más ineficiente y con bajísimos niveles de productividad. En este sentido, fue llamativo el resultado del concurso lanzado para integrar la oferta de transporte público con vistas al Jubileo: el coste/km adjudicado fue cerca de una cuarta parte del de ATAC. Los márgenes de reducción de costes eran por tanto enormes siempre que se pusiera fin al sistema de cesión directa a Atac y Cotral con pago de costas al pie de lista y se liberalizara todo el sistema.
En los años siguientes, una vez superada la fase de privatizaciones, la deuda volvió a utilizarse para financiar inversiones que aumentaron un stock ya considerable. Con Alemanno, la creación de la mala compañía para la gestión de deudas pasadas saneó el balance actual, pero fue en vano. De hecho, el gasto empezó a correr sin freno y en 2014 el déficit estructural declarado, incluso sin las cargas de la deuda anterior, había vuelto a subir hasta los 1,2 millones. Los sacrificios fiscales exigidos a los romanos fueron, pues, vanos.
Esto se debe a que, incluso excluyendo los costes de las actividades delictivas (que comprobará el poder judicial), las causas estructurales de los desequilibrios financieros de Roma permanecieron intactas: el transporte, como se ha dicho, pero también el sistema de residuos en el que la resistencia política había impedido la ubicación de las plantas de transformación y valorización energética mediante la ampliación inercial del monopolio del vertedero de Malagrotta, cuyo cierre se compensa a día de hoy con el envío de residuos romanos por Italia y Europa a costes casi inconfesables.
Y de nuevo, la opaca relación con el sistema de cooperativas que suple una parte muy significativa de los servicios (y del gasto corriente) de la zona: desde comedores hasta transporte escolar, desde cortes de césped hasta servicios personales. Porque si es cierto que un sistema metropolitano complejo como el romano requiere una fuerte potenciación del papel de los municipios, no es menos cierto que las funciones centrales de definición de normas, de realización de licitaciones transparentes (también para las cooperativas que son empresas en todos los aspectos), para la comparación y control de costes y calidad, para la realización de inspecciones y controles. Un sistema que ya se activó a mediados de los 90 con métodos artesanales y que hoy en día, gracias a la tecnología, sería muy fácil de implementar, haciendo que todos los datos fueran accesibles y controlables incluso por los ciudadanos. En Roma, un verdadero sistema de gobierno abierto sería revolucionario y altamente disuasorio de actividades opacas, clientelistas o ilegales.
Todo ello se discutió en el Parlamento con motivo de la aprobación del decreto SalvaRoma que, de hecho, en la versión del gobierno de Renzi, incorporaba muchos de los indicios surgidos. Y lo hizo a pesar de la ruidosa oposición de algunos diputados y concejales romanos que luego resultaron, quizás no por casualidad, comprometidos en el sistema del "mundo medio" sino también, inexplicablemente, por el Mayor Marino que en cambio habría tenido una excepcional oportunidad de aliarse con el Gobierno y con el Parlamento para reformar en profundidad la administración. Por lo tanto, es posible restaurar Roma: pero se necesita claridad de los problemas y coraje político.