La fuga de la política de los cargos que institucionalmente deberían representarla es el hecho más grave de la última década. Sabemos que la experiencia tiene lugar en la dialéctica entre las instituciones adscritas a la política y los más variados poderes que expresan las sociedades pluralistas; pero esta dialéctica ha degenerado hoy en la inconsistencia patológica de las instituciones políticas. Los partidos, que ya luchan por ser asociaciones, contribuyen mal a determinar la política nacional también, y sobre todo, como consecuencia de la centralidad perdida del Parlamento, sustituida por la centralidad del Gobierno, que a su vez se ha debilitado mucho por el empañamiento de su legitimidad popular, precisamente consecuencia de la decadencia de los partidos y del Parlamento. Así, la sociedad carece de esa contraparte que tenga la función institucional de ordenar estratégicamente el comportamiento y los intereses de los protagonistas; quien ejerce el poder correspondiente sólo si es obligado a la síntesis política por la responsabilidad hacia el elector, de quien por lo tanto debe depender sustancialmente, no sólo formalmente.
El poder se ha dispersado en organismos privados, en aparatos administrativos, en entidades de fisonomía incierta como son nuestros bancos, sociedades concesionarias, órdenes profesionales, órdenes judiciales, los medios de comunicación, la Iglesia; el poder se extendió a los centros informales. No es exactamente "la cúpula" porque, desorganizada, no es capaz de estrategia política. Se le llama corporativismo. Los cuerpos se anulan entre sí; entorpecer las decisiones políticas sistémicas; la legislación se fragmenta en riachuelos, se denuncia cada vez más ad personam. También tenemos la sensación de que los organismos en competencia reflejan aparatos bastante antiguos, del antiguo régimen, mientras que la influencia de las fuerzas más vitales de la sociedad, la cultura y la empresa productiva es escasa. No sólo los sindicatos sino también las representaciones industriales han caído en el contingente, sin visión estratégica.
En efecto, el componente paraestatal es influyente en Confindustria, como se desprende, con acentos muy críticos, durante el debate para la elección del Presidente. Esto explica la ausencia de una política industrial seria y adecuada a las industrias familiares, las únicas que nuestra economía ve competitivas, en la obsolescencia de las grandes empresas, incapaces de innovar, cada vez más débiles a la defensiva. Desgraciadamente, encontramos poder en organizaciones al borde de la legalidad, cuando no incluso decididamente ilegales: no he leído en su totalidad las razones de la Casación para la sentencia sobre el caso Berlusconi, pero los extractos publicados por la prensa son suficientes para decirnos que la ilegalidad ha llegado a las instituciones. En la sociedad existe esa estática que es el resultado de la convergencia en términos de intereses de conservación en el temor de que las posiciones adquiridas se dispersen en las nuevas; peor, cuando la defensa es del orden jurídico.
Podemos discutir las causas y los remedios durante mucho tiempo. En los últimos años la cultura ha reflexionado profundamente; identificó puntos que creemos esenciales para retomar las funciones de la política: reducción drástica de parlamentarios para darle a cada uno mayor poder de representación; confianza constructiva en el gobierno; recuperación de las comarcas, para encomendarles la plena gestión del territorio y los servicios sociales; senado regional. ¡No necesitamos comisiones de estudio! En cambio, ¿por qué no centrar primero la atención en el proceso electoral, integrado inseparablemente por la ley electoral y la regulación del debate político: TV y medios de comunicación? Fue la herramienta para socavar el sistema constitucional, con el deseado resultado de destruir el Estado, despojándolo de la legitimidad popular, y así separar drásticamente a la llamada sociedad civil de las instituciones políticas, impregnándolas de demagogia: la Lega y la 5stelle también sirven este propósito.
Lo recalco: es el resultado de una operación planificada que no ha podido contenerse en la inercia; está documentado por análisis autorizados de eventos recientes en nuestro país. Quizás las fuerzas del proyecto subversivo por sí solas no hubieran sido suficientes para el objetivo, pero han encontrado la adhesión intuitiva de aparatos que pretenden mantener una gestión paternalista; que en esta conservación convergen tan conscientemente: los consorcios se acostumbran a los interlocutores, que se asimilan. Por lo tanto, no es posible cambiar la ley electoral.
Ahora la destrucción del estado ha llegado a niveles que difícilmente podemos soportar; se trata de remediar el desorden; oponerse a la ilegalidad, devolver a la política la capacidad de decidir contener el corporativismo. Pero con el objetivo constante de impedir la reconstrucción del poder político. Se opone, por tanto, la ley electoral a dos vueltas, con circunscripción uninominal: permitiría devolverle fuerza al político con la legitimidad popular que deriva de ser elegido personalmente y, a nivel nacional, de la alternancia de fiestas. Los gobiernos de Monti (buen técnico) y Letta (inteligente, pero sin fuerte fuerza política detrás) son intentos de remediar, pero manteniendo la gestión al llamado paternalismo de los técnicos o de los aparatos.
FIRSTonline es cuidadoso al registrar abusos: por ejemplo. vemos ahora el proyecto estratégico enunciado por el recién instalado Ministro de Economía sobre los criterios para los nombramientos, sobre la rotación, sobre los límites a la remuneración, de los exponentes de las empresas públicas hundidas. Ofenderíamos la inteligencia de los protagonistas si no los consideráramos capaces de captar la contradicción de las mayorías gubernamentales donde a uno de los componentes le interesa el peor manejo de las cosas, capaces de jugar demagógicamente para responsabilizar de los resultados a los otro lado. ¿Es posible una reforma electoral seria compartida por quienes no quieren la institución política? Pero para mantener la política débil, también se acepta esta extraña combinación, etiquetándola como "solidaridad nacional".
Así que la dialéctica hoy es entre quienes intentan reconstruir la fuerza política de las instituciones y quienes tienden a preservar el corporativismo, aunque sea en una edición más presentable “del desbarajuste”. Realmente no tiene sentido hablar de izquierda y derecha. Por eso, hoy reaparece la dialéctica al interior del PD, que al ser el único partido con base política, acaba reflejando las tensiones de la sociedad con los “cuerpos”. ¿Los cien o más votos de Prodi no son un rechazo a la alternancia política? ¿La dificultad de realizar el congreso no sigue siendo la intención de arrastrar el llamado centrismo?
¡Por eso Renzi, que se ha colocado en la alternancia para devolver la capacidad política al parlamento y al gobierno, pasa por subversivo o inmaduro! Como ya Bersani, que quería crear un gobierno político, ¡pasó por irreal! ¿Por qué entonces seguir discutiendo las posiciones de las distintas fuerzas de derecha-izquierda, Pd y Cinque stelle como si el juego político fuera entre ellas, dejando quizás fuera el componente decisivo, aunque generalizado y confuso? ¿De qué sirve hablar de títeres sin titiriteros?
¿Es todo esto fantasía? ¿Por qué no adentrarse en la inextricable amalgama de lo público privado político que nos revela la experiencia, que documenta las noticias? La historia de Ligresti, la constelación de Mediobanca (ver Financial Times 21 de agosto), Monte dei Paschi, Alitalia, Taranto, la diplomacia del petróleo, parecen episodios, pero en cambio son un tejido indescifrable que degrada la sociedad y la economía italiana, asfixiada por el parasitismo: el las tarifas de los servicios públicos (energía, etc.) son altas; así los servicios bancarios y la intermediación financiera; la inconsistencia del mercado de valores no justifica los recursos que absorbe; los servicios están protegidos de la competencia. La liberal es la revolución que rechaza el antiguo régimen de ataduras y trampas. Nos cuesta caro; la economía sigue siendo la peor de la eurozona, como también nos dicen los últimos datos de Eurostat.