No pasa un día sin que los diarios informen sobre un nuevo caso de investigaciones judiciales por episodios de corrupción que involucran a administradores públicos pertenecientes a todos los partidos. Van desde Lombardía hasta Puglia, pasando por Emilia, Toscana, Lazio, Campania, sin dejar de lado Calabria, Sicilia y Cerdeña. En definitiva, desde el Etna hasta los Alpes, parece que la enfermedad de la corrupción ha afectado a todas las administraciones locales ya los representantes de todos los partidos. En el centro pues, el caso del senador Lusi basta para dejar claro que en Roma seguro que no quieren desfigurarse frente al Milán. El Tribunal de Cuentas estima (no se sabe cómo) que el lío entre política y empresa resta 60 millones al año a la economía nacional. Monti argumenta acertadamente que la corrupción, además del aspecto moral y de violación de la legalidad, provoca un importante daño económico tanto a las arcas del Estado, por el aumento de los costes de contratación, como al mercado, porque distorsiona las reglas de la libre competencia, premiando el empresario más inteligente y de mente más abierta en lugar del más eficiente.
Ahora nos gustaría ponernos a cubierto aprobando, con las modificaciones oportunas, un proyecto de ley que lleva años en el Parlamento, con el que se deberían endurecer las penas e introducir nuevas hipótesis delictivas en sustitución de la extorsión que, como viene afirmando la OCDE desde hace algún tiempo, tal como está formulado actualmente, ofrece en realidad un resquicio conveniente a muchos empresarios que, como conmocionados, no son punibles. Una nueva ley capaz de dotar al Poder Judicial de herramientas más eficientes para intervenir es ciertamente oportuna, pero dada la amplitud del fenómeno sería ilusorio pensar que penas más severas o la nueva formulación de delitos como la falsedad contable (también considerados esenciales por el Banco de Italia) pueden por sí mismos devolver al buen camino a los políticos y empresarios que han estado prosperando en esta unión criminal durante demasiados años.
El meollo del problema reside por un lado en el excesivo peso del sector público en nuestra economía y por otro en la mala organización de las oficinas y en la farragosa legislación que confunde responsabilidades, anula controles, elude cualquier instancia de transparencia. Tras el escobazo que parecía haberle dado la temporada de Mani Pulite a la corrupción, se ha visto que poco o nada ha cambiado realmente. Quizá antes robaban para el partido y ahora roban para ellos mismos, pero los efectos sobre el sistema económico son similares, si no peores. ¿Por qué pasó esto? Evidentemente existen profundas causas estructurales que distorsionan permanentemente nuestro sistema de toma de decisiones y que, como dice un viejo adagio popular, ofrece muchas oportunidades para convertir a los hombres en ladrones. No se trata, por tanto, sólo, como argumenta Galli della Loggia en el Corriere, de una desviación cultural o antropológica que empuja a nuestra clase dirigente hacia la ostentación del lujo, el consumo de lujos. ¡No te sientes poderoso si no puedes permitirte pedir espaguetis con caviar que cuestan 180 euros!
La verdad es que hemos mantenido una institucionalidad con muchos niveles de gobierno, cada uno repleto de representantes políticos, lo cual es costoso e ineficiente. El costo no deriva sólo, como bien han documentado los periodistas Rizzo y Stella en los últimos años, de los sueldos de todos estos señores, sino sobre todo del hecho de que todos estos señores se dedican no a administrar el territorio de competencia (también porque en muchos casos c 'es muy poco para administrar) sino para cultivar el poder de uno con la clientela o para ocuparse de los negocios de uno directamente. Así tenemos Municipios donde hay más policías de tránsito que carros, u hospitales arruinados por el nombramiento como encargados de bagmen incapaces de administrar, pero prestos a satisfacer las peticiones, incluso las fraudulentas, de sus padrinos. Así, no puede sorprender la gestión de Finmeccanica por parte del anterior presidente, más que coludida con la política, y la de muchas empresas municipales que producen pérdidas a la comunidad, pero muchas veces buenos negocios para políticos y administradores. Hemos hecho pocas privatizaciones y cuando se han hecho no hemos procedido de la mejor manera.
El problema es que tenemos un Estado que gestiona directamente demasiadas cosas y lo hace sin ningún criterio de eficiencia y economía. Esto deja grandes áreas grises donde la malversación se cuela o incluso cuando no conduce a verdaderos delitos, existe una gran probabilidad de una gestión poco eficiente, con perjuicios desde el punto de vista de la economía nacional, tan graves como los causados por la corrupción. Si entonces consideramos que la corrupción casi siempre va acompañada de la evasión fiscal, tenemos una idea bastante precisa de cuánto hace que esta situación haga que nuestro país sea poco atractivo tanto para las inversiones extranjeras como para los empresarios italianos genuinos y saludables.
El Poder Judicial ciertamente tendrá que tener una tarea aún más penetrante, incluso si cuando escuchas sobre el uso de "agentes provocadores" te quedas un poco perplejo. Sin embargo, no será sólo la represión con relativa extensión de las interceptaciones telefónicas para derrotar al fenómeno de la corrupción. El único camino es reducir el poder de la política que hoy controla una parte desproporcionada de la economía nacional y reorganizar los métodos de gestión de las administraciones públicas a todos los niveles y, obviamente, los controles internos relacionados que ya no pueden ser sólo formales sino que deben , en un contexto de mayor transparencia, entran también en el mérito de la rentabilidad de determinadas opciones.