La reforma de la política europea de cohesión económica, social y territorial -aprobada durante el último pleno del Parlamento Europeo en Estrasburgo en paralelo al presupuesto de la UE para el septenio 2014-2020- contiene elementos de simplificación, flexibilidad y sobre todo concentración del gasto en un número menor de objetivos que en el pasado pero con un alto valor añadido tanto en términos económicos como sociales. Una estrategia ideada (camino obligado, se podría decir, en tiempos de crisis) para poder obtener la máxima eficacia de las intervenciones de reequilibrio entre las distintas áreas de la Unión Europea empleando una cantidad de recursos financieros más limitada que en los siete -período de año que termina a fin de mes.
Sin embargo, el hecho es que Italia seguirá recibiendo una parte de los fondos estructurales europeos, los recursos destinados a apoyar el reequilibrio económico y social de las zonas más débiles de la Unión. Pero cuidado, ya que entre las novedades que introduce esta reforma, una podría afectar de cerca, junto con otros estados miembros de la UE poco sólidos económica y financieramente, también a Italia. Y es la ley la que otorga a la Comisión la potestad de suspender la transferencia de los fondos estructurales europeos, es decir, los vinculados precisamente a la política de cohesión, a aquellos países que se encontraran en una situación de desequilibrio macroeconómico o déficit presupuestario excesivo.
Esta medida se puso en marcha con el objetivo de que los fondos estructurales puedan contribuir a reforzar el tejido económico y social del país al que van destinados. Una medida que, en cierto sentido, podría considerarse una forma de incentivo al bien dirigido a los beneficiarios de las ayudas europeas. Pero también se introdujo una especie de elemento disuasorio para desalentar el uso de fondos que no se ajustan a las directrices de la política de cohesión.
Estas nuevas normas, propuestas por la Comisión, despertaron perplejidad y críticas cuando fueron examinadas por el Parlamento Europeo. Donde muchos diputados han expresado dudas sobre la idoneidad y eficacia de una disposición que, en los términos en que fue propuesta por la Comisión, corre el riesgo en la fase de aplicación de penalizar aún más a un Estado o una región legítimos beneficiarios de la ayuda europea precisamente en razón por una condición de fragilidad económica y financiera. Los mismos eurodiputados, pues, también ganaron una batalla léxica sobre el tema al conseguir transformar la expresión "condicionalidad macroeconómica" en una "medida para vincular la eficacia de los fondos estructurales y de inversión a una buena 'gobernanza' económica".
Y es en base a todas estas consideraciones que la Asamblea de Estrasburgo logró reducir el alcance del carácter sancionador de un mecanismo considerado contraproducente. De modo que en el borrador final de la nueva normativa se establecía que, en caso de propuesta de congelación de los fondos estructurales para un país en situación de desequilibrio macroeconómico o déficit presupuestario excesivo, la Comisión deberá tener en cuenta la y condiciones económicas en que se encuentra el Estado en cuestión. También deberá asegurarse de que cualquier suspensión sea proporcionada a la consistencia de estas condiciones. Pero eso no es suficiente: finalmente, el Parlamento Europeo tendrá que estar implicado en cada ocasión en la que se abra un procedimiento para decidir si activa o no la suspensión de las ayudas europeas a un Estado miembro por las razones que señalan las nuevas normas sobre cohesión. .
En presencia de este nuevo marco regulatorio, uno debe preguntarse si Italia corre el riesgo de terminar, en tiempos más o menos recientes, en la trampa de este mecanismo sancionador y en qué medida. Tal hipótesis, en el estado actual de los hechos, no puede ser excluida. Nuestro país, como es sabido, transita al borde del límite máximo, fijado por el pacto de estabilidad y crecimiento, del 3% del producto interno bruto para el déficit presupuestario; y además sigue teniendo una ratio deuda/PIB demasiado elevada, muy por encima del techo que marcan los parámetros de Maastricht y que siguen vigentes.
Sin embargo, las nuevas reglas procesales, con los límites marcados por el Parlamento Europeo, parecen dejar la puerta abierta a distintas interpretaciones. Así, una lectura no demasiado estricta podría mantener a Italia en una situación de relativa tranquilidad, siempre que avance el proceso de saneamiento de las finanzas públicas. Pero nadie puede descartar que en Bruselas prevalezca una orientación más restrictiva; en cuyo caso (esperemos que el menos probable) el riesgo de incurrir en una multa sería concreto. Considerando también que el mes pasado la Comisión Europea, comprometida por primera vez en examinar el presupuesto nacional del próximo año, expresó reservas sobre la consolidación de nuestras finanzas públicas en poco tiempo.
Por otra parte, a pesar de que Italia es un contribuyente neto de la UE (en cuyos ingresos anuales participa con una parte de 16 10,5 millones, mientras que recibe un total de XNUMX XNUMX millones), no puede permitirse el lujo de ceder ni una parte de los fondos estructurales. Destinado principalmente al desarrollo de las regiones económicamente más débiles del Sur (Campania, Puglia, Calabria y Sicilia, y en menor medida para otras regiones de esa área) pero también para todo el Centro-Norte, aunque en menor medida.
A estas alturas, sin embargo, no se puede ignorar -como subrayó la semana pasada Giovanni La Via, presidente de la delegación NCD en el grupo PPE del Parlamento Europeo, en un seminario en Bruselas- que, en cuanto al uso de los fondos estructurales, Italia tiene algún "pecado" que perdonar. “Hay que reconocer que tradicionalmente nuestro país -explicó- utiliza, eso sí, una cuota no marginal de los recursos europeos que recibe. Pero en parte solo para no perderlos, en lugar de invertirlos. Y lo consigue gracias a un 'giro'. Es decir, destinándolos a grandes proyectos plurianuales que la mayoría de las veces no podrán materializarse, y cuyo importe se suma a los gastos realmente incurridos, para acabar unos años después en los RAL (en francés 'reste à liquider', en italiano 'resto por liquidar'), una cuenta que con el tiempo eventualmente volverá a las arcas de la UE".